Amar mal…por lo que se llega a querer a las personas como cosas, como simples medios

 

Por Leonardo Bruna Rodriguez

 

«No solo los grandes según el mundo, también los que somos casi nada según él, cada uno en su nivel, en cuanto culpablemente alejados, en algún grado, de la verdad y de la gracia de Dios que a todos nos ofrece, somos permanentemente capaces de servirnos injustamente de otros para satisfacer nuestro egoísmo.»

 

Abusar de una persona es usarla como cosa. El abuso, no sólo de poder, de conciencia y sexual cometido por religiosos consagrados, fieles laicos y paganos sino también el que se da en el ámbito económico, social, político y cultural, tanto entre individuos como entre naciones, es algo que, en principio, nadie normal estaría dispuesto a realizar por cuanto constituye una injusticia, una violación del derecho de personas, de seres humanos, hermanos míos que existen para, y quieren con toda su alma, su bien y felicidad.

Pero la codicia de nuestro corazón, el deseo desordenado de goces de todo tipo – placeres sensuales, dominio, fama, honores, etc. – unida al olvido de nuestra verdadera dignidad, en la mundanidad asfixiante de nuestros días, nos dispone de hecho al dominio del prójimo en orden al propio provecho.

Desde las naciones grandes que oprimen a las débiles por intereses económicos y políticos, pasando por los grandes empresarios que lucran injustamente de los económicamente débiles, por los consagrados que como lobos rapaces devoran a las ovejas que debían proteger, por los legisladores y jueces que violan el derecho, por el marido que engaña a su mujer, el padre que se desentiende de la educación de sus hijos, el artista que usa su arte para corromper moralmente las conciencias a cambio de dinero o fama, el educador que enseña ideologías al servicio de objetivos de dominio político, el joven que se burla o desprecia al que es física, moral o socialmente inferior para ser considerado como superior, etc.

No solo los grandes según el mundo, también los que somos casi nada según él, cada uno en su nivel, en cuanto culpablemente alejados, en algún grado, de la verdad y de la gracia de Dios que a todos nos ofrece, somos permanentemente capaces de servirnos injustamente de otros para satisfacer nuestro egoísmo.

El problema no es la Iglesia, ni los estados, ni la política, ni el sexo ni el matrimonio ni la familia, ni el empresariado ni el dinero, ni la educación, ni la filosofía, ni las ciencias, ni el derecho, la técnica y el arte, etc. como instituciones. Todo esto es de suyo bueno y está para el bien del hombre. El mal moral, causa primera de todo otro mal humano, no está en las cosas, decía san Agustín, sino en el corazón del hombre que ama mal y, amando mal, usa mal de las cosas. Amar mal es amar más las cosas que a las personas por lo que se llega a querer a las personas como cosas, como simples medios. Y la causa radical de este amor desordenado, principio de todo abuso de las personas, es el amor desordenado de sí mismo que lleva al desprecio de Dios.

No hay más que dos grandes amores que fundaron dos ciudades, enseñó san Agustin, el amor de Dios hasta el desprecio de sí mismo que fundó la Ciudad de Dios (la Iglesia en cuanto germen del Reino de Cristo en la historia) y el amor de sí mismo hasta el desprecio de Dios que fundó la ciudad del mundo (el mundo como anticristo). El primero reconoce que Dios es bien infinitamente superior al hombre y que, por tanto, el bien del hombre es el mismo Dios. Amor que ordena la escala de los bienes y hace posible amar ordenadamente, a las personas más que a las cosas, por amor de Dios. El segundo considera que el hombre, uno mismo, es un bien superior a Dios, amor de sí mismo hasta el desprecio de Dios. Amor que altera el orden de los bienes usando de las personas en orden a sí mismo.

No hay más que dos grandes opciones, o participar del amor de Jesús para amar bien a sí mismo y al prójimo, usando de las cosas para el bien de las personas en su ordenación a Dios, o participar del amor soberbio y egoísta de Satanás que se sirve de las personas humanas como de cosas para la exaltación de si mismo en su odio a Dios. O el amor y el servicio cristiano en la Ciudad de Dios, o el desprecio y el abuso en la ciudad del mundo.