pedofilia

Podría explicarse como el resultado de una evolución sicosexual deficiente, donde la persona no alcanza su madurez sicoafectiva.

 

 Raíces y causas de la homosexualidad 

Aunque la ciencia no ha llegado a precisar aún las causas o las raíces de la homosexualidad, existe consenso en que no se puede atribuir a un único factor. La complejidad del proceso de desarrollo del varón y la mujer como seres sexuados no hace fácil la explicación del porqué una persona puede sentirse atraída por alguien de su mismo sexo. Hay algunos datos disponibles, pero conviene ser especialmente cautos al afrontar su interpretación.

1. A la luz de la genética 

A pesar del gran interés que ha habido en probar que detrás de la homosexualidad hay una causa biológica, tal como un componente genético, esto nunca se ha llegado a demostrar científicamente. En los estudios de Le Vay se comparó una zona del hipotálamo, que se ubica en la región de la base del cerebro (INAH 3), de 16 varones presuntamente heterosexuales con la de 19 varones presuntamente homosexuales fallecidos a causa de SIDA. Se encontró que los heterosexuales más que duplicaban el tamaño de esa zona respecto de los homosexuales. Ello llevó a que un grupo de personas homosexuales defendiera la tesis de que esta diferencia en el cerebro se debía a una constitución genética propia de las personas homosexuales. Sin embargo, el mismo autor de la investigación los corrigió. Según la metodología empleada, dijo: “Es importante señalar lo que no se encontró en este estudio. No se probó que la homosexualidad fuera genética ni se encontró una causa genética para ser gay. No se demostró que los varones gay nacieran con tal condición, lo que es el error más común que comete la gente al interpretar mi trabajo. Tampoco se localizó un centro gay en el cerebro. Es más probable que la zona INAH 3 sea parte de una cadena de núcleos relacionados con la conducta sexual de varones y mujeres, que un único centro gay en el cerebro. Además, dado que estas diferencias las hemos encontrado en cerebros adultos, no sabemos si las encontraríamos también al momento de nacer, o si acaso aparecen más tarde”.

Análisis de gemelos 

Otros estudios experimentales que pretenden mostrar la base genética de la homosexualidad se han basado en el análisis de gemelos y en el de ligazones con marcadores moleculares de ADN en las genealogías familiares.

Como es sabido, los gemelos monocigóticos (MZ) constituyen la única posibilidad real de que dos personas tengan exactamente la misma identidad genética. En la década de los 50, Kallman presentó un primer estudio comparando un grupo de 44 homosexuales con gemelos monocigóticos (MZ) con otro grupo de 51 homosexuales con gemelos dizigóticos (DZ). El resultado fue una concordancia del 100 % para el primer grupo (todos los gemelos eran también homosexuales), y de un 25 % para el segundo. Si bien la concordancia obtenida en los MZ reforzaba la hipótesis de los autores –interesados en demostrar la base genética de la homosexualidad– la concordancia de los gemelos DZ pesaba más en favor de la influencia del factor ambiental, ya que éstos no tienen entre sí mayor similitud genética que la de cualquier par de hermanos no gemelares en quienes la concordancia se debería situar en torno al 10 % (cifra que los mismos autores de esta investigación reconocían como la incidencia habitual de la homosexualidad en la población general).

Posteriormente, en los años 90, Pillard y Weinrich y Bailey y cols.obtuvieron, en estudios similares, concordancias del 52 % para gemelos MZ. Pero en una nueva investigación, donde Bailey introdujo la variable de que los gemelos fueran criados en ambientes familiares distintos, la concordancia bajó a un 20 % en el caso de los gemelos MZ y a un 0 % para los gemelos DZ. Esta conclusión pone en duda la validez de los primeros estudios realizados, puesto que demuestra la importancia del sesgo introducido por la peculiar influencia o mutua dependencia que existe en los gemelos idénticos que comparten un mismo ambiente educativo, familiar y social.

Estudios genealógicos 

Durante los años 70 se empezaron a estudiar los llamados “marcadores moleculares”, que son ciertos detalles del genoma o variaciones en una secuencia de ADN que aparecen asociados o en unión con algún carácter determinado. El hallazgo de un marcador asociado a un carácter no implica la existencia de un gen, sino sólo la localización de una región del genoma que incluye al propio marcador y un presunto sistema genético implicado en el carácter que se investiga.

En 1993 el equipo de Dean Hamer, director de la Sección de Estructura y Función Génica del National Cancer Institute, descubrió en un estudio de las genealogías de 76 individuos homosexuales que los varones gay tenían más parientes gay entre los familiares maternos que entre los paternos, lo que sugería la posible existencia de una herencia genética ligada al cromosoma X. Para probar esa hipótesis, Hamer y su equipo desarrollaron un análisis de ligazón para determinar si había algún marcador del cromosoma X que se heredara con una proporción superior al azar en asociación con la tendencia homosexual. Investigaron 22 marcadores moleculares asociados al cromosoma X en un grupo de 40 pares de hermanos homosexuales. Se pudo demostrar la existencia de 5 marcadores pertenecientes a la región Xq28 que en 33 de los 40 casos analizados segregaban conjuntamente con la orientación homosexual. Los 17 marcadores restantes no mostraban ligazón con la conducta homosexual. Y aunque esta relación es estadísticamente significativa (en cuanto a que al menos un tipo de conducta homosexual masculina estaría vinculada a estos marcadores moleculares), el hecho de que en 7 pares de hermanos no se diera esta ligazón demuestra que no se trata de una conclusión determinante.

En contraposición con los trabajos de Hamer, en 1996 Rice y Ebers, de la Universidad Oeste de Ontario (Canadá), realizaron un estudio genealógico similar en más de 400 familias con más de un miembro homosexual. Ellos encontraron que la probabilidad de com- partir los marcadores Xq28 en los hermanos de personas con conducta homosexual no era mayor que la de la población general. Estos antecedentes, unidos a la denuncia hecha por una investigadora del grupo de Hamer en el Chicago Tribune del 25 de junio de 1995, donde señaló que en su investigación se habían ocultado resultados y seleccionado datos, terminaron por hacer poco fiables las conclusiones del primer estudio.

Sin embargo, es justo señalar que ninguna de las investigaciones que se han realizado con el fin de demostrar que la homosexualidad tiene una base genética es concluyente. Asimismo, el hecho de que muchas personas homosexuales hayan mudado su orientación sexual tras someterse a una terapia, contribuye a hacer todavía más cuestionable la explicación genética del fenómeno. Para Roa, “hasta ahora las investigaciones genéticas en torno a la homosexualidad no han tenido éxito; las esperanzas surgidas en los últimos años se han desvanecido, y hoy no existe ninguna referencia para diagnosticar o pesquisar un trastorno de este tipo; las investigaciones endocrinológicas tampoco han llegado a resultados decisivos, por lo que, desde todos estos puntos de vista, el origen de las desviaciones sexuales permanece en la oscuridad”.

2. A la luz de la sicología 

Los estudios disponibles parecieran indicar que, a la hora de intentar comprender el origen de la homosexualidad, los factores sicológicos y sociales son los que tienen el mayor impacto. Como la homosexualidad se vincula a la personalidad del sujeto, es lógico que para explicarla se recurra principalmente a la sicología.

Ahora bien, aunque es cierto que no en todos los casos de personas homosexuales hay una familia o un ambiente social al que se pueda atribuir su orientación, no es menos cierto que existen ciertos denominadores comunes en la situación familiar de muchas personas homosexuales que pueden iluminar el fenómeno. Por ejemplo, una figura parental del mismo sexo excesivamente frágil, severa u hostil, imposibilita la identificación del hijo; o también una figura parental del sexo opuesto tan seductora, o tan desorganizada desde el punto de vista emotivo, o bien tan humillante y hostil, dificulta que el hijo aprenda a confiar en el sexo opuesto. También hay padres que desean a toda costa un hijo de un sexo determinado, y si éste no corresponde al esperado debilitan o rechazan inconscientemente el sexo biológico de su propio hijo a través de actitudes que descalifican indirectamente las conductas correspondientes a su rol sexual. Un chico puede sentir- se menos masculino, menos viril, cuando ha sido educado de una forma sobre protectora y ansiosa por una madre entrometida o cuando su padre ha prestado poca importancia a su educación.

En la mayoría de los casos es la combinación de estos estilos paternal y maternal la que predispone al desarrollo del complejo homosexual. Asimismo, cuánto afecten al hijo estos estilos parentales tendrá que ver con características temperamentales del niño, que casi siempre se relacionan con una gran sensibilidad a los estímulos afectivos. En general, tienen una fuerte inclinación a sentirse menos privilegia- dos, menos amados, puestos en una situación menos favorable. El egocentrismo innato del niño lo lleva a sobrevalorar determinadas experiencias donde se siente menospreciado.

En cualquiera de estas situaciones la homosexualidad podría explicarse como el resultado de una evolución sicosexual deficiente, donde la persona no alcanza su madurez sicoafectiva. Así, la relación homosexual, en estos escenarios, es la respuesta a una dificultad real ocasionada por la ausencia de una relación identificatoria con las figuras parentales.

***

Tendencia – Conducta

El hecho de que una persona sea homosexual no implica que tenga prácticas homosexuales. Éste es un punto importante de subrayar porque muchas veces se postula, sin ningún fundamento, que las personas homosexuales, por el solo hecho de tener tal inclinación, son personas promiscuas y dominadas por la obsesión de lo  sexual. Es cierto que mucha literatura informa que en la población homosexual existe una propensión a tener un número elevado de parejas sexuales y a reunirse en ambientes homosexuales, pero las interpretaciones de este fenómeno pueden ser muchas.

Además, la exigencia de una vida vinculada al bien, a la verdad y a la justicia es una demanda para todas las personas, con independencia de su inclinación erótica. Suponer que las personas homosexuales deben ser objeto de un trato moral distinto es convertirlas en una categoría per se, lo que no sólo es equivocado y discriminatorio, sino que también, en cuanto cierra toda posibilidad de revertir la tendencia, se vuelve una actitud contraproducente. Nuestra aproximación al fenómeno, en cambio, que afirma la libertad de toda persona humana como signo eminente de su dignidad, queda bien expresada en el documento de la Iglesia al señalar que “se debe evitar la presunción infundada y humillante de que el comportamiento homosexual de las personas homosexuales esté siempre y totalmente sujeto a la coacción y sea por consiguiente sin culpa. La realidad es que también en las personas con tendencia homosexual se debe reconocer aquella libertad fundamental que caracteriza a la persona humana y le confiere su particular dignidad”. Dicho de otro modo, las personas homosexuales tienen exactamente la misma libertad que las heterosexuales para elegir involucrarse o no en relaciones íntimas, porque esa libertad procede del ser persona y no de la orientación sexual.

En efecto, la homosexualidad no anula la libertad ni la inteligencia para que el sujeto elija su manera de vivir esta condición. Es desde la libertad, y no desde nuestras tendencias sexuales, desde donde las personas debemos construir nuestra vida. La moralidad o la bondad y maldad moral de nuestros actos sólo se entiende en referencia a esta libertad. Por ello es que los comportamientos de la persona homosexual –como los de cualquier otra– han de ser juzgados desde su moralidad y no desde su orientación sexual. Lo contrario es vejatorio, es suponer que las personas homosexuales están fatalmente determinadas a comportarse de cierto modo porque no serían dueñas de sí mismas.

En conclusión, los actos homosexuales son responsabilidad de la persona que los realiza y, en cuanto tal, pueden ser juzgados desde el punto de vista moral. En la segunda parte argumentaremos que la evaluación moral de una relación genital entre dos personas del mismo sexo es la de un acto intrínsecamente desordenado, por cuanto se opone a la verdad de la sexualidad humana. Así y todo, dada la complejidad de las situaciones personales y de los distintos condicionamientos que pudieran existir, la Iglesia Católica en particular señala que, a pesar de que estas relaciones nunca se podrán justificar moralmente, la culpabilidad de las personas homosexuales debe ser siempre juzgada con prudencia.

Homosexualidad ¿una desviación? 

¿Qué es lo normal o lo natural en el hombre? Si por “naturaleza” se entendiera lo empírico, lo normal sería lo común, lo estadística- mente mayoritario. Si, al contrario, por “naturaleza” se entendiera el fin, la perfección o la plenitud de la cosa (la “esencia”), lo normal sería aquello que la inclina a su autorrealización o plenitud según el tipo de ser de que se trate. Por consiguiente, con cualquiera de las dos nociones de naturaleza o normalidad, la homosexualidad, que es estadísticamente minoritaria e imposibilita al menos uno de los fines natura- les del ser humano –la procreación– y una de las características esenciales del amor humano –la complementariedad–, es una desviación: no es normal o es anti-natural.

En este debate acerca de la homosexualidad, entonces, que ya ha empezado a cobrar fuerza en Chile, debemos ser lo suficientemente responsables como para llamar las cosas por su nombre, sin eufemismos ni figuras retóricas. Así, y de acuerdo con el análisis de la literatura científica de la primera parte de este documento y el análisis antropológico-ético de la segunda parte, se concluye que la homosexualidad es una desviación sexual. Las personas homosexuales poseen una tendencia desviada, lo que no es de suyo inmoral en la medida en que la persona no tiene responsabilidad en ello; pero los actos homosexuales son conductas libres y desviadas, por lo que sí deben calificar- se como inmorales si se entiende que la ética consiste en el fortalecimiento de las tendencias humanas que conducen a la persona hacia su plenitud o su perfección.

Asimismo, las culturas serán mejores o peores en cuanto favorezcan o no la autorrealización del ser humano, su acercarse o alejarse de su mejor desarrollo. Una cultura que legitime, y con ello favorezca, las conductas homosexuales, no será la mejor cultura que podamos construir.

Por último, la presencia universal de la homosexualidad en todas las culturas de todos los tiempos tampoco es un argumento para legitimarla. El sadomasoquismo también ha existido siempre, pero ¿es bueno? ¿Es tan buena una relación sadomasoquista como una relación no sadomasoquista? No se viola el derecho de nadie, pues se presume que las dos partes de la relación consienten en ese vínculo y también que ambas lo “desean”, incluso muy intensamente. ¿Por qué razón, entonces, nos cuesta admitir que una relación sadomasoquista es cualitativamente igual a cualquier relación sexual? ¿Sólo porque cultural- mente se la descalifica, o bien porque percibimos, aunque no sea temáticamente, la existencia de algún bien superior, más valioso, que está siendo sobrepasado por otro inferior?

La autenticidad 

Como en la cultura moderna la autenticidad se ha convertido en uno de los principales valores de vida, se la utiliza también para intentar legitimar moralmente (y luego social y jurídicamente) la homosexualidad. Con todo, este valor tendría que justificarse para no caer en el mismo dogmatismo del que se supone que libera. La autenticidad por la autenticidad equivale al antiliberal “porque sí”.

Actualmente se entiende por este ideal el que cada individuo tiene derecho a vivir como quiera para autorrealizarse, a hacer “lo que le da la gana”, en la medida en que no moleste a los demás. Éstos, a su vez, tienen el deber de ser “tolerantes” y de no inmiscuirse en lo que cada uno elija para sí. Esta noción de autenticidad ha llevado a nuestra cultura al individualismo y al relativismo moral. Su problema central radica en que “lo que me da la gana” no equivale a “lo que me autorrealiza”. No basta el “yo lo siento así” para la felicidad.

Las personas, mucho más que placer, necesitamos sentido. Aquello que nos importa no depende sólo de la emoción, sino que requiere de una explicación, una justificación que nos convenza de que nuestra elección es la mejor, la más valiosa, la más buena (si no creyéramos en la existencia del bien y el mal, todas las elecciones serían triviales y este mismo debate acerca de la homosexualidad no existiría). La “autenticidad por la autenticidad” es nihilista, vacía y, a la larga, frustrante. La verdadera autenticidad, en cambio, no se basa tanto en “aquello que yo siento” como en “aquello que en el fondo yo quiero ser”, lo que a su vez sólo se puede descubrir a la luz de la inteligibilidad que proporcionan los horizontes valóricos comunes: adhiriendo u oponiéndose a ellos, pero siempre en referencia a ellos. La autenticidad, entonces, también depende de la calidad de los marcos de referencia cultura- les, de la capacidad que como comunidad tengamos para explicitar y justificar nuestros valores.

***

En el debate actual acerca del reconocimiento social y la situación jurídica de las relaciones homosexuales se debe, en primerísimo lugar, reconocer que las personas homosexuales son tan dignas en cuanto personas como las heterosexuales, por lo que se las debe defender de cualquier discriminación injusta. Con esta misma fuerza sin embargo, y en segundo lugar, se debe evitar la homologación de las conductas normales con las anormales, puesto que ello cambia los límites culturales en favor de la anormalidad.

Al analizar en qué se podría fundar la “igual bondad” de la conducta homosexual y la heterosexual, vimos que no podía ser en la noción de persona, ya que nuestra identidad constitutiva se opone justamente a ello. Tampoco en la fuerza del deseo que, tanto las personas homosexuales como las heterosexuales pueden desde su libertad ir educando y habituando. Tampoco en la autenticidad, que no es espontaneidad afectiva, sino discernimiento y consecuencia en lo que verdadera y reflexivamente se considera más valioso. La igual bondad, obviamente, tampoco puede proceder de un beneficio para la especie, ya que las relaciones homosexuales están por definición cerradas a la procreación. Por consiguiente, no encontramos ningún argumento razonable para justificar la equiparación de las relaciones homosexuales y las heterosexuales.

Fuente:

ALGUNAS CONSIDERACIONES PARA EL DEBATE ACTUAL ACERCA DE LA HOMOSEXUALIDAD

Autor:   Mons. Fernando Chomali

Coautores:  Prof. María Alejandra Carrasco,  Ps. María Marcela Ferrer E.U.,  Paulina Johnson,

Dr. Christian Schnake

Link:     http://humanitas.cl/html/destacados/Estudio%20Homosexualidad.pdf

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *