(RV).- De cara a la celebración del Año de la fe (del 11 de octubre de 2012 al 24 de noviembre de 2013), en el que se enmarca la celebración del Sínodo de los Obispos para la Nueva Evangelización, Benedicto XVI celebró esta mañana en el Aula Pablo VI del Vaticano su Audiencia General centrada en la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos que a partir de hoy, y hasta el próximo 25 de enero, se realiza en muchas partes del mundo. 

El tema elegido para este año es: “Todos seremos transformados por la victoria de nuestro Señor Jesucristo” (1 Cor 15:51-58), elegido por los representantes de la Iglesia Católica y por el Consejo Ecuménico polaco. Sobre este aspecto el Papa recordó que la experiencia de opresión y de persecución en Polonia nos llama a una reflexión más profunda sobre el significado de la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte, “una victoria que compartimos a través de la fe. Por su enseñanza, su ejemplo y su misterio pascual, el Señor nos ha mostrado el camino a una victoria obtenida no por poder, sino por amor y preocupación por los necesitados”. 

La fe en Cristo y la conversión interior, individual y comunitaria, destacó el Papa, debe acompañar constantemente nuestra oración por la unidad de los cristianos. “Durante esta semana de oración, pidamos al Señor en forma particular que fortalezca la fe de todos los cristianos, para cambiar nuestros corazones y dar testimonio del Evangelio. De esta manera – dijo- contribuiremos a la nueva evangelización respondiendo cada vez más plenamente a la necesidad espiritual de los hombres y mujeres de nuestro tiempo”.

Benedicto XVI nuevamente puso en evidencia la importancia de la fe cristiana en medio de las pruebas y dificultades, con relación al don total obrado por Jesús en el Misterio Pascual y recordó que “la unidad por la cual pedimos requiere una conversión y que necesario reforzar la fe en el Dios de Jesucristo, que ha hablado y se ha hecho uno de nosotros”.

Escuchemos la catequesis y los saludos del Papa en nuestro idioma precedida por la lectura evangélica del día:RealAudioMP3

Catequesis del Papa

Queridos hermanos y hermanas!

Hoy inicia la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos que, desde hace más de un siglo, se celebra cada año por los cristianos de todas la Iglesias y Comunidades eclesiales, para invocar aquel don extraordinario por el que el mismo Señor Jesús ha rezado durante la Última Cena, antes de su pasión: “Para que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste”. (Juan 17,21). La práctica de la Semana para la Unidad de los Cristianos fue introducida en 1908 por el Padre Paul Wattson, fundador de una comunidad religiosa anglicana que poco después entró a formar parte de la Iglesia católica. La iniciativa recibió la bendición del Papa San Pío X y fue promovida por el Papa Benedicto XV, que animó a que se celebrara en toda la Iglesia con el Breve Romanorum Pontificum, del 25 febbraio 1916.

El octavario de oración fue desarrollado y perfeccionado en los años 30 del siglo pasado por el Abad Paul Couturier de Lion, que sostuvo la oración “por la unidad de la Iglesia tal como Cristo quiso y conforme con los instrumentos que Él quiso”. En sus últimos escritos el Abad Couturier ve esta Semana como un medio que permite a la oración universal de Cristo “entrar y penetrar en todo el Cuerpo cristiano”; la Semana debe crecer hasta convertirse “en un inmenso, unánime grito de todo el Pueblo de Dios”, que pide a Dios este ingente don. Y es precisamente en la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos que el impulso dado por el Concilio Vaticano II en la búsqueda de la plena unidad entre todos los discípulos de Cristo encuentra cada año una de sus más eficaces expresiones. Esta cita espiritual, que une a los cristianos de todas las tradiciones, aumenta nuestra conciencia sobre el hecho de que la unidad hacia la cual tendemos, no sólo puede ser el resultado de nuestros esfuerzos, sino más bien es un don que recibimos desde lo alto, que siempre debemos invocar.

Cada año los subsidios para la Semana de Oración vienen preparados por un grupo ecuménico de distintas regiones del mundo. Quisiera insistir en este punto. Este año, los textos han sido propuestos por un grupo mixto compuesto por representantes de la Iglesia Católica y el Consejo Ecuménico Polaco, que incluye diversas Iglesias y Comunidades eclesiales del país. La documentación ha sido revisada por un comité compuesto por miembros del Consejo Pontificio para la Unidad y por la Comisión Fe y Constitución del Consejo Ecuménico de las Iglesias. También este trabajo, realizado en conjunto en dos etapas, es un signo del deseo de unidad que anima a los cristianos, y de la conciencia de que la oración es el principal camino para lograr la plena comunión, porque unidos hacia el Señor, nos movemos hacia la unidad. El tema de la Semana de este año – hemos oído – está tomado de la primera Carta a los Corintios: “Todos seremos transformados por la victoria por nuestro Señor Jesucristo”.(cfr 1 Cor 15,51-58). Su victoria nos transformará. El tema ha sido sugerido por el gran grupo ecuménico polaco que he mencionado, que, al reflexionar sobre su propia experiencia como nación, ha querido hacer hincapié en cuán fuerte es el apoyo de la fe cristiana en momentos de prueba y trastorno, tales como los que han caracterizado la historia de Polonia. Tras largas discusiones fue elegido un tema centrado en el poder transformador de la fe en Cristo, especialmente a la luz de la importancia que ésta tiene en nuestra oración por la unidad visible de la Iglesia, Cuerpo de Cristo. Inspiraron esta reflexión, las palabras de San Pablo que, dirigiéndose a la Iglesia en Corinto, habla de la naturaleza temporal de lo que pertenece a nuestra vida presente, marcada también por la experiencia de la "derrota", del pecado y de la muerte, en comparación con lo que nos trae la "victoria" de Cristo sobre el pecado y la muerte en su misterio pascual.

La particular historia de la nación polaca, que conoció un período de convivencia democrática y de libertad religiosa, en el siglo XVI, ha sido marcada en los últimos siglos, por invasiones y derrotas, y también por la constante lucha contra la opresión y por la sed de la libertad. Todo esto ha llevado al grupo ecuménico a reflexionar más profundamente sobre el verdadero significado de "victoria" -¿qué es la victoria?- y "la derrota". Respecto a la "victoria" entendida en términos de triunfalismo, Cristo nos sugiere un camino muy diferente: su victoria no pasa por el poder y la potencia. «En efecto, cuando Cristo afirma: «El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos» (Mc 9,35), habla de una victoria por medio del amor, del sufrimiento, del servicio recíproco, la ayuda, la nueva esperanza y el consuelo concreto que se donan a los últimos, a los olvidados, a los rechazados. Para todos los cristianos, la expresión más elevada de este humilde servicio es el mismo Jesucristo, el don total de Sí mismo que Él cumple, la victoria de su amor sobre la muerte en la Cruz, que resplandece en la luz de la mañana de Pascua. Nosotros podemos participar en esta ‘victoria’ transformadora si nos dejamos transformar por Dios, sólo si obramos una conversión de nuestra vida y la transformación se realiza en forma de conversión. Éste es el motivo por el que el grupo ecuménico polaco ha juzgado particularmente indicadas, para el tema de meditación, las palabras de San Pablo: “Todos seremos transformados por la victoria de nuestro Señor Jesucristo” (cfr 1 Cor 15,51-58).

La unidad plena y visible de los cristianos, que anhelamos, exige que nos dejemos transformar y conformar, de manera cada vez más perfecta, en la imagen de Cristo. La unidad por la cual rezamos requiere una conversión interior, tanto común como personal. No se trata simplemente de cordialidad o de cooperación, hay que reforzar nuestra fe en Dios, en el Dios de Jesucristo, que nos habló y se hizo uno de nosotros; hay que entrar en la vida nueva en Cristo, que es nuestra verdadera y definitiva victoria; hay que abrirse los unos a los otros, tomando todos los elementos de unidad que Dios ha conservado para nosotros y que nos dona siempre nuevamente; hay que sentir la urgencia de testimoniar al hombre de nuestro tiempo al Dios vivo, que se hizo conocer en Cristo.

El Concilio Vaticano II colocó el anhelo ecuménico en el centro de la vida y de las obras de la Iglesia: «Este Sacrosanto Concilio exhorta a todos los fieles católicos a que, reconociendo los signos de los tiempos, participen diligentemente a la obra ecuménica» (Unitatis reintegratio, 4). El beato Juan Pablo II subrayó la naturaleza esencial de este compromiso diciendo: ‘Esta unidad, que el Señor dio a su Iglesia y en la cual El quiere abrazar a todos, no es un accesorio, sino que está en el centro mismo de su obra. Ni ella equivale a un atributo secundario de la comunidad de sus discípulos. Pertenece en cambio al ser mismo de la comunidad’ ( Encíclica Ut unum sint, 9). El compromiso ecuménico es, por lo tanto, una responsabilidad de toda la Iglesia y de todos los bautizados, que deben hacer crecer la comunión parcial que ya existe entre los cristianos, hasta lograr la comunión plena en la verdad y en la caridad. Por ello, la oración por la unidad no está limitada a esta Semana de Oración, sino que debe llegar a ser parte integrante de nuestra oración, de la vida orante de todos los cristianos, en cada lugar y en todo tiempo, sobre todo cuando personas de tradiciones diversas se encuentran y trabajan juntas por la victoria, en Cristo, sobre todo lo que es pecado, mal, injusticia, violación de la dignidad humana.

Desde que nació el movimiento ecuménico moderno, hace más de un siglo, hubo siempre una conciencia clara de que la falta de unidad entre los cristianos impide un anuncio más eficaz del Evangelio, porque pone en peligro nuestra credibilidad. ¿Cómo podemos dar un testimonio convincente si estamos divididos? Ciertamente, en lo que se refiere a las verdades fundamentales de la fe, es mucho más lo que nos une que lo que nos divide. Pero las divisiones permanecen y se refieren también a varias cuestiones prácticas y éticas, suscitando confusión y desconfianza, debilitando nuestra capacidad de transmitir la Palabra salvífica de Cristo. En este sentido, debemos recordar las palabras del beato Juan Pablo II, que en su Encíclica Ut unum sint , habla del daño causado al testimonio cristiano y al anuncio del Evangelio por la falta de unidad (cfr 98 y 99). Éste es un gran desafío para la nueva evangelización, que podrá dar más frutos si todos los cristianos anuncian juntos la verdad del Evangelio de Jesucristo y dan una respuesta común a la sed espiritual de nuestros tiempos.

El camino de la Iglesia, así como el de los pueblos, está en manos de Cristo resucitado, victorioso sobre la muerte y sobre la injusticia, que Él mismo cargó sobre sí y sufrió en nombre de todos. Él nos hace partícipes de su victoria. Sólo Él es capaz de transformamos y hacernos que, en lugar de ser débiles y dudosos, nos volvamos fuertes y valientes en obrar el bien. Sólo Él puede salvarnos de las consecuencias negativas de nuestras divisiones. 

Queridos hermanos y hermanas, invito a todos a unirse en oración de forma más intensa durante esta Semana por la Unidad, para que crezca el testimonio común, la solidaridad y la colaboración entre los cristianos, esperando el día glorioso en que podremos profesar juntos la fe transmitida por los Apóstoles y celebrar juntos los Sacramentos de nuestra transformación en Cristo ¡Gracias!

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