“Jesús buscaba la ocasión para mostrarle a Pedro su gran misericordia, y para renovarle la confianza y constituirlo en el ministerio de apacentar a las ovejas y a los corderos de su Rebaño. Podemos decir también que Jesús buscaba la ocasión para revelarnos que el oficio de pastor es un ‘oficio de amor’”, dijo moseñor Carmelo Juan Giaquinta, arzobispo emérito de Resistencia, en su reflexión del fin de semana.

Explicó que “Pedro supo pronto qué significaba ser discípulo de Cristo; y que si el Maestro fue perseguido, también lo es el discípulo” y aclaró que “la experiencia, sin embargo, también lo llevó a distinguir entre una persecución policial o judicial y la persecución por el Nombre de Cristo”, ya que “no faltaban cristianos que pretendían escudarse bajo ese nombre, pero su conducta no difería de la de los malhechores”.

En ese sentido, el prelado lamentó que “hoy la Iglesia, como nunca en mis casi ochenta años, sufre el desprecio por un crimen horrendo de algunos de sus hijos: la pedofilia. Está como crucificada ante la opinión pública, en especial en algunos países. Lo que es crimen de algunos sacerdotes, se lo atribuye a todos”.  “¿Hasta dónde llegará el desprecio a la Iglesia y a sus ministros? Sólo Dios lo sabe. Y eso me conforta. A la Iglesia no le sucederá nada malo que el Señor no tenga previsto, y de lo cual no pueda sacar mayores bienes. ¿Acaso no previó la triple negación de Pedro? ¿De ella no sacó la triple profesión de amor, que lo llevó al martirio?”, agregó.

Ante esta situación, monseñor Guaquinta advirtió que “no es cuestión de quedarnos lamentándonos, ni por el crimen de algunos sacerdotes, ni por la maldad de la prensa que agiganta los hechos”, sino que se debe “interpretar la situación presente como un fuerte llamado de Dios a la conversión, dirigido a todos los cristianos, pero en primer lugar a todos los miembros del clero (obispos, presbíteros y diáconos), a los seminarios y a las congregaciones religiosas”.

“Hace 45 años el Concilio fue un llamado muy fuerte a vivir según el Evangelio. Pero la mayoría de los pastores y teólogos hicimos poco caso de él. Sería deplorable que hoy nos quedásemos sólo en el lamento, en la pura apología, en oponer argucias a las argucias de un mundo feliz por el triunfo de la pornografía. Y dejásemos pasar esta ocasión para escuchar la voz del Señor, muerto y resucitado, que hoy, como ayer a Pedro, nos vuelve a repetir la invitación del primer día: ‘Y después de hablar así, le dijo: «Sígueme»’”.

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