Cardenal Parolín destaca ejemplo de vida de este juez beato que fue asesinado por la mafia


La causa de beatificación ha demostrado que la mafia de Agrigento quería matarlo «para oponerse a su obra de justicia impregnada de Evangelio»

El Secretario de Estado,  Cardenal Pietro Parolin,  asistió en el Senado italiano a una conferencia sobre el Beato Rosario Livatino, el joven juez asesinado por la Mafia en 1990: «La suya fue una figura maravillosa, un ejemplo para los magistrados de hoy».

Si la captura de Messina Denaro es un «éxito de Estado», sigue siendo fundamental, en el ejercicio de la justicia, poner a la persona en el centro, como hizo el beato Rosario Livatino, el primer magistrado que la Iglesia elevó a los honores de los altares. Por una justicia que sea ‘redentora, y logre recuperar a todos aquellos que se han puesto en el campo de la delincuencia’. Así se expresó el secretario de Estado vaticano, cardenal Pietro Parolin, consultado por los periodistas sobre la detención del capo mafioso tras treinta años de fuga, antes de la conferencia organizada esta tarde en el Senado, «La actualidad del beato Rosario Livatino». Un evento, organizado por el Centro Studi Rosario Livatino, que se abrió con el significativo gesto de llevar a la biblioteca del Palazzo Madama la reliquia del juez: la camisa ensangrentada que llevaba durante su martirio, el 21 de septiembre de 1990.

«La elección mafiosa es la esclavitud, para los que la viven y para las víctimas»

«Ciertamente – observó Parolin – la detención de Messina Denaro puede incluirse como un éxito del Estado. Las fuerzas del orden han realizado un gran esfuerzo. No podemos sino estar satisfechos con esta conclusión». Según el Secretario de Estado, se trata de un «punto de llegada que marca el final de toda una etapa que ya había terminado, pero faltaba este momento…. Esperamos de verdad -es su esperanza- que se vuelva a vivir en la legalidad». Lo ocurrido el lunes en Palermo devuelve, sobre todo al pueblo siciliano, «el sentido de que hay que vivir juntos según los valores», prosigue el cardenal: «Al fin y al cabo, incluso la elección de la delincuencia, la elección de la mafia, es una elección de esclavitud tanto para quien la vive como para las demás personas que son víctimas». Hay que salir de esto».

Del beato Livatino, «una figura maravillosa» en cuyo conocimiento Parolin explica que ha profundizado gracias a la conferencia, el cardenal dice: «Fue un cristiano íntegro, que supo vivir plenamente su fe en el ejercicio de una profesión particularmente delicada como es la magistratura, ajustando su interpretación y aplicación de la justicia a los principios cristianos». Su sacrificio, también a la luz de lo sucedido el lunes en Palermo, no fue en vano: «Los tiempos del Señor son distintos de los nuestros y no es seguro que los resultados lleguen inmediatamente, pero ciertamente todo gesto de generosidad, todo acto de amor, toda ofrenda de la propia vida, todo sacrificio hecho en nombre del Señor es siempre recompensado y da fruto».

Livatino supo unir justicia y caridad: éste es también un mensaje importante para los magistrados de hoy. «Sobre todo, esa dimensión por la que la justicia se convierte en redentora, pone a la persona en el centro y es un esfuerzo que hace el Estado y también la comunidad, para conseguir recuperar a todos aquellos que se han puesto en el campo de la delincuencia y la criminalidad», observó Parolin. Al presentar los trabajos de la conferencia, el cardenal subrayó a continuación que la bella figura del beato, que murió mártir cuando aún no había cumplido los 38 años, merece ser propuesta sobre todo a los jóvenes. La causa de beatificación ha demostrado que la mafia de Agrigento quería matarlo «para oponerse a su obra de justicia impregnada de Evangelio». El magistrado cristiano Livatino demostró, aclaró el secretario de Estado vaticano, «que la fe puede ser alma y guía en la administración de justicia». Elegir, recordaba el joven juez, es una de las cosas más difíciles para un magistrado, pero en esto, si es creyente, puede encontrar ayuda en el encuentro con Dios en la oración y en la lectura del Evangelio. Nos ofrece una «mística de la magistratura», que «en el correcto ejercicio de sus decisiones, se convierte en una prolongación de la actividad de Dios».

Y los mafiosos también odiaban, recuerda Parolin, «la vida de fe y oración de Rosario Livatino». Un hombre que «mientras los condenaba, rezaba por las almas de los muertos en las guerras de la mafia». Mafiosos que, «si bien manifestan devoción a los santos y a la Virgen, niegan con sus actos el cristianismo» y viven «una forma de paganismo consagrado al dios dinero». El beato «siempre supo ejercitar la virtud del perdón. Nunca olvidaba a su prójimo necesitado, aunque estuviera encarcelado». Mirando a Cristo, » recordaba que anteponía la caridad a la justicia «. Por eso » sufría mucho en las sentencias penales de los acusados». Como Cristo en la cruz, concluyó el cardenal, preguntó a sus torturadores: «¿Qué mal os he hecho?». Y su trágica muerte «se transformó en conversión para algunos de sus mandantes y asesinos». Mataron a «un cristiano doc y juez laico, que ahora permanece vivo en nosotros y nos habla con su ejemplo».

«Del beato Rosario Livatino – escriben los obispos sicilianos -, que hoy entra junto al beato Pino Puglisi en la larga lista de profetas y mártires de nuestro tiempo y de nuestra tierra, aprendemos que la santidad tiene sabor a la esperanza que no se rinde, de la coherencia que no se doblega y del compromiso que no se detiene, para que cada rincón oscuro del mundo, incluido el nuestro, tenga la oportunidad de levantarse y mirar a lo lejos”.

Lo que dejó Rosario Livatino «es el legado de quienes encontraron el coraje de la libertad, rompiendo el silencio de la connivencia y decidiendo hablar con claridad, no solo con palabras del lenguaje humano, sino sobre todo con palabras del Evangelio. Con este rasgo que los acomuna, a pesar de la diversidad en sus vidas, los dos beatos mártires, el párroco y el juez, hablaron sin rodeos sobre las mafias y a las mafias”.

Este es el legado del juez Livatino y de muchos otros hermanos y hermanas, que nunca serán elevados a la beatificación, pero “que han escrito páginas imborrables de historia eclesial y civil, incluso en nuestros días”.

Livatino tenía 38 años cuando murió debido a los disparos de sus asesinos, que le remataron una vez herido de muerte el 21 de septiembre de 1990.

Durante esos años, el magistrado había investigado las operaciones de la mafia italiana, comprometiendo seriamente a algunos clanes al incautar sus bienes y encarcelarlos, lo que motivó su asesinato.

Su valiente labor y su sentido estricto de la justicia no era algo frecuente en ese momento ante el peligro que corrían las vidas de aquellos que se enfrentaban a la mafia. Pronto se quedó solo en su lucha y pasó a ser objetivo prioritario de estas organizaciones criminales.

Livatino era miembro de Acción Católica y una persona muy creyente. Todas las mañanas antes de ir al juzgado acudía rezar a la iglesia de San José para tratar de “darle alma a la ley”.

Terminó sus estudios de abogacía a los 22 años con las mejores calificaciones. “Desde hoy estoy en la magistratura. Que Dios me acompañe y me ayude a respetar el juramento y a comportarme en el modo que exige la educación que mis padres impartieron”, escribió en su diario cuando comenzó a trabajar como juez.

En unas jornadas sobre “Fe y Justicia” en las que participó explicaba: “La tarea del magistrado es decidir. Sin embargo, decidir es elegir y, a veces, entre numerosas cosas, caminos o soluciones. Y elegir es una de las cosas más difíciles que el hombre está llamado a hacer. Y es precisamente en esta elección decidir, decidir ordenar, que el magistrado creyente puede encontrar una relación con Dios. Una relación directa, porque hacer justicia es autorrelación, es oración, es dedicación personal a Dios. Una relación indirecta a través del amor de la persona juzgada”.

Rosario Livatino sabía que era objetivo de la mafia y que probablemente fuera asesinado. Pese a ello renunció a la escolta asegurando que no quería que “otros padres paguen por mi causa”. En su diario llegó a escribir: «Veo negro mi futuro. Que Dios me perdone. Que el Señor me proteja y evite que algo malo le pase a mis padres por mi causa».