El Cardenal Rouco (España) expresó durante la homilía del Corpus Chisti, que no podemos “caer en la tentación de querer ofrecer un cristianismo a nuestra pobre medida, a la medida de lo más elementalmente humano, supuestamente accesible y aceptable para la sociedad actual, a costa de empequeñecerlo ética y espiritualmente”. Añadió que no podemos “dejarnos engañar” por los “espejismos de los dentro y fuera de la Iglesia proponen sustituir explícita o implícitamente en orden a una supuesta y todavía pendiente renovación conciliar, la medida de la vivencia plena del Misterio de Cristo por la de la acomodación relativista y secularizadora de su palabra, de sus sacramentos y de la ley nueva y mandamiento del amor”. En el fondo-expresó el Cardenal- se trata “de la fórmula contemporánea de la tentación que ha acechado a la Iglesia” y que es “la fascinación por el éxito y la eficacia humana; cambiar el Espíritu de Cristo por el espíritu de este mundo”. Continuó hablando del “momento actual del mundo” y criticó que en Europa y América se pongan en cuestión “derechos fundamentales de la persona humana, cuando no su propia dignidad y las de sus instituciones básicas (el matrimonio y la familia)”, hecho que este panorama de “pobreza y miseria material y espiritual” obliga a pensar que “no es el hombre, su bien integral, su futuro en justicia y solidaridad y una paz digna lo que se ha colocado en el centro” de los planes del proceso globalizador; y “menos se tiene en cuenta a Dios y a su Ley”. “Es más, se usa mal y se manipula su nombre, vaciándolo de todo su contenido real y de cualquier significado trascendente, e , incluso se le instrumentaliza blasfémicamente al servicio del terrorismo y de la siembra del odio entre los pueblos. Tampoco puede extrañarnos: ¡perdiendo a Dios, pervirtiendo el uso de su nombre santo…, se pierde el hombre, se le convierte en muñeco del poder, se le explota y se degrada al máximo, hasta su eliminación física si conviene”, añadió. En otro momento, pidió al Señor que “podamos transmitir …con nuevo ardor el don de la fe que profesaron sus padres, fuente infatigable de la verdadera vida, la gran novedad que nunca envejece, ni fenece”.

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