Murió un sacerdote sin aplausos o himnos de balcón en confinamiento

 

«…ha fallecido en el Hospital…»

 

En la madrugada del miércoles 15 de Abril (2020),  ha fallecido en el Hospital San Juan de Dios de Sevilla el sacerdote Alfredo Corona Cornejo. Se trata del primer cura sevillano que se suma a la lista de personas que han muerto como consecuencia del Covid-19, ha informado la Archidiócesis de Sevilla. Vivía en la Residencia San Juan de Dios, en la calle Sagasta, junto a su hermano el también sacerdote José Vicente Corona, y llevaba en torno a un mes luchando contra la enfermedad desde que diera positivo en un control de coronavirus.

Nada más conocerse el resultado, abunda la Archidiócesis, fue trasladado al hospital que la Orden Hospitalaria tiene en la avenida de Eduardo Dato, donde ha fallecido esta madrugada a los ochenta y cinco años de edad. El arzobispo de Sevilla, monseñor Juan José Asenjo, ha dedicado esta mañana la misa por su eterno descanso y en la Parroquia de la Magdalena, a la que estuvo vinculado en su última etapa, se le dedicará una eucaristía cuando las condiciones sanitarias permitan la celebración normal de las misas con público.

Escribió un religioso en redes:  Ha fallecido, víctima del coronavirus, D. Alfredo Corona Cornejo, sacerdote bueno y fiel. Ruego una oración por el alma de quien durante tantos años ha servido a nuestra comunidad parroquial.  Descanse en Paz.

Relata el Diario de Sevilla: Alfredo Corona nació en Pedrera, localidad en la fue ordenado sacerdote el 18 de junio de 1961. Su primera responsabilidad pastoral fue la de coadjutor de la Parroquia de Santa Ana en La Roda de Andalucía durante un corto espacio de tiempo, antes de ser nombrado cura encargado de la Parroquia de Nuestra Señora del Socorro, en Badolatosa. También fue capellán de la comunidad de Franciscanas Concepcionistas de Carmona y, por último, párroco de San Francisco Javier. Además, dirigió la Capellanía de la Guardia Civil entre 1990 y 2007. Sus últimos años de ministerio sacerdotal los prestó en la Parroquia de Santa María Magdalena, donde oficiaba misa diaria a las diez de la mañana, hasta su retirada el pasado mes de junio. El día 2 de ese mes recibió el homenaje de la parroquia y la Hermandad del Amparo, a la que estaba muy vinculado.

«Desde la Archidiócesis elevamos oraciones por eterno descanso de un hombre entregado en cuerpo y alma a los demás a través del ministerio sacerdotal, y pedimos de forma especial por las víctimas del coronavirus y sus familiares, así como por las personas que estos días luchan por su recuperación».

 

Los sacerdotes también mueren mientras asisten a los enfermos.

 

Los médicos y enfermeras en la primera línea se han convertido en símbolos de sacrificio, pero los sacerdotes y monjas también se han unido a la lucha, a menudo con gran riesgo.

El teléfono del sacerdote sonó el domingo de Ramos. El Padre Claudio del Monte llevaba el teléfono que le había dado el personal del hospital de Bérgamo, junto con un pequeño crucifijo y un poco de desinfectante. En vez de su alzacuello habitual, llevaba puesta vestimenta desechable, un barbijo quirúrgico cubierto con otra mascarilla, antiparras protectoras y un gorro. En su pecho había dibujado una cruz negra.

Se disculpó con dos pacientes de coronavirus a los que estaba visitando y contestó la llamada. Pero ya sabía qué significaba. Minutos después, llegó a la cama de un hombre mayor al que había conocido días antes. Una mascarilla de oxígeno ahora tapaba la cara del hombre.

“Le di la bendición y lo absolví de sus pecados, me apretó la mano con fuerza y me quedé allí hasta que se cerraron sus ojos”, narró Del Monte, de 53 años. “Y luego recité la oración para los difuntos, me cambié los guantes y seguí mis rondas”.

El brote de coronavirus de Italia es uno de los más letales del mundo, y mientras que los médicos y enfermeras en la línea del frente del norte de Italia se han convertido en símbolos de sacrificio contra un enemigo invisible, sacerdotes y monjas desde el principio se han unido a la lucha.

Están arriesgando, y a veces entregando, sus vidas para atender las necesidades espirituales de los italianos devotos y a menudo de edad avanzada que son los más duramente golpeados por el virus.

Describe el Clarín, Argentina: «por toda Italia, el virus ha cobrado las vidas de más de 100 sacerdotes, muchos de ellos jubilados.»

Pero algunos también han caído en servicio, y en la misa de Jueves Santo en una Basílica de San Pedro vacía, el Papa Francisco los recordó.

“En estos días, más de 60 han muerto en Italia, atendiendo a los enfermos en los hospitales”, indicó, llamándolos “los santos de al lado, sacerdotes que dieron sus vidas en servicio”.

Francesco Beschi, el Obispo de Bérgamo, dijo que había perdido a 24 sacerdotes en 20 días, en una región donde han muerto más de 2600 personas a causa del virus de acuerdo con el conteo oficial. Alrededor de la mitad de los sacerdotes estaban jubilados o fuera de servicio, pero otros aún desempeñaban tareas pastorales.

Ofrecen consuelo a través de grupos de WhatsApp, saludan desde las ventanillas de autos mientras llevan comida a los enfermos, se recargan contra el marco de la puerta de recámaras infectadas mientras dan los santos óleos y se envuelven en equipo protector personal mientras susurran oraciones junto a camas de hospital.

Se quejan de que no pueden acercarse más, de que el último contacto que sienten los fieles es con un guante y que el último rostro que ven a menudo es en una pantalla.

Uno de ellos fue el Padre Fausto Resmini, de 67 años, el capellán de la prisión de Bérgamo durante casi 30 años. Otros sacerdotes dijeron que, en el curso de su labor el mes pasado, contrajo el virus. Recibió tratamiento en el hospital Humanitas Gavazzeni antes de morir el 23 de marzo.

En Castiglione d’Adda, uno de los primeros pueblos puestos en cuarentena por el gobierno italiano durante el brote inicial en febrero, el reverendo Gabriele Bernardelli, de 58 años, dijo que se mantenía en contacto con sus feligreses vía WhatsApp e Instagram.

No obstante, señaló que la gran mayoría de las 67 personas que su pueblo perdió en los últimos 40 días había muerto en el hospital y que no había podido verlos.

El mes pasado, durante el estallido de casos, Bernardelli visitó el hogar de un hombre mayor mientras yacía agonizando en su dormitorio.

“Solía estar cerca de una persona agonizante, como un médico junto a los enfermos”, apuntó. Esta vez, Bernardelli dio los santos óleos a través de una mascarilla desde afuera del marco de la puerta.

Del Monte también visita a los enfermos en casa. Químico de profesión, ha hecho cubetas de desinfectante. Se lo unta en las fosas nasales y se lo frota en las manos. Las precauciones eran tanto para protegerse a él y asegurarse de no propagar involuntariamente el virus.

Antes de las 15 todas las tardes, sale de su parroquia, se quita su atuendo clerical y se viste para hacer visitas en el hospital. Ha confortado a esposas cuyos maridos murieron y se ha quedado mucho después de que los médicos salieron apresuradamente.

A veces, ve a pacientes nuevos que toman el lugar de los muertos por los que oró el día anterior. Pero también halló una carta en la cama de un paciente que sobrevivió.

“Hasta la próxima”, rezaba.

Esta Crisis Pandémica, entre el dolor y la agonía, ha dado lugar a signos pascuales profundos. En situaciones cotidianas o tormentosas, generalmente el voluntariado sabe que la retribución afectuosa y el honor del compromiso será su gratificación. Pero en esta “Guerra Mundial del Covid-19” o “Cuarto Sello”, como le llaman algunos, no hay nada más cercano a la muerte y sepultura de Nuestro Señor, como el actual “morir en el servicio”, de médicos, enfermeras y sacerdotes: “mueren aislados, sin sus seres queridos y en una sepultura en un lugar restringido, ajeno y en soledad. ¡Pronto ese sepulcro estará vacío…!