Las reglas de discernimiento de la Segunda Semana

¿Cómo identificar el buen y el mal espíritu? 


 (Tomado del libro de L. GONZÁLEZ-QUEVEDO, O discernimento espiritual: as regras inacianas, Coleção “Leituras e releituras”, no 19). 

En las Reglas de discernimiento propias de la Primera Semana era sencillo identificar las dos fuerzas que Ignacio llama “espíritus”.

 En “tiempo de consolación” nos guía y aconseja más el BE (Buen Espíritu), en “tiempo de desolación” quien más nos influye es el ME (Mal Espíritu) (EE 318, 2). 

Si tales reglas fueran válidas para toda situación, bastaría verificar si estamos consolados o desolados para detectar en nosotros la influencia predominante del BE o del ME. Sin embargo, acabamos de ver que las Reglas de la Primera Semana sirven sobre todo para quien es tentado grosera y abiertamente. En la Segunda Semana, cuando el ME tienta generalmente “bajo apariencia de bien”, serán necesarias otras Reglas, que tratarán de una “materia más sutil y más subida”. Ya no basta distinguir “consolación” y “desolación”. Ahora va a ser necesario distinguir la verdadera consolación de la consolación falsa. 

La verdadera alegría, criterio de discernimiento 

La primera regla de la Segunda semana nos proporciona un criterio inequívoco para detectar la acción del BE. 

Primera regla 

Es propio de Dios y de sus ángeles, en sus mociones, dar verdadera alegría y gozo espiritual, quitando toda tristeza y turbación que el enemigo induce; del cual es propio militar contra la tal alegría y consolación espiritual, trayendo razones aparentes, sutilezas y asiduas falacias (EE 329). 

San Ignacio, como todos los santos, relaciona con Dios la “verdadera alegría”. La tradición judeo-cristiana nos enseñó a desconfiar de las “alegrías del pecado”,3 o simplemente de las “falsas alegrías de la irresponsabilidad”.4 Pero, ¿cómo distinguir la “verdadera alegría” del simple placer disfrazado de alegría? 

Santa Catalina de Siena dice que la alegría es verdadera cuando va unida a la verdadera humildad y al fuego de la caridad verdadera. Si el alma, en la oración, experimenta la alegría “sin el deseo de la virtud, sin humildad y sin arder en el fuego de la caridad”, la consolación, aun teniendo la señal de la alegría, procedería del demonio y no de Dios5. 

Sin embargo, no sería justo atribuir todos los placeres al ME ni reservar todas las alegrías a la acción del BE, porque hay “placeres santos”, queridos por Dios, y hay también “alegrías malsanas”, que proceden del ME. 

Lo que Ignacio explicita en las Reglas de la Segunda Semana es el cambio de táctica del ME. En la situación de Primera Semana el ME causaba tristeza y desolación; ahora, en la situación de Segunda Semana, va a causar también una “falsa consolación”. Él se adapta a la condición de la persona. Si se trata de un principiante, “con poca experiencia en las cosas espirituales”, el ME lo tentará metiéndole temor, vergüenza, deseos groseros, etc. Si se trata de alguien aventajado en la vida espiritual, lo va a tentar con “razones aparentes, sutilezas y asiduas falacias”. 

Ignacio había experimentado la “falsa consolación”. En Barcelona, cuando comenzó a estudiar, no podía concentrarse, porque le venían muchos pensamientos y gustos espirituales, mayores de los que tenía cuando oraba o participaba en la Misa. “Así poco a poco vino a conocer que aquello era tentación.”6 

No nos sería difícil encontrar hoy ejemplos de tentaciones “bajo apariencia de bien” características de la Segunda Semana: el estudiante que descuida sus estudios a causa de sus múltiples compromisos apostólicos; la madre de familia que deja de atender al marido y a los hijos por su presencia constante en la comunidad parroquial o en un movimiento apostólico; la joven religiosa que se entrega a un absorbente trabajo social dejando de lado su vida espiritual y comunitaria, etc. 

Dos clases de consolación: sin causa y con causa 

En las siguientes dos reglas Ignacio afirma que solamente Dios puede darnos “verdadera alegría y gozo espiritual”, mientras que el ME puede también causar consolación, pero con la intención de engañarnos y perdernos. 

Segunda regla 

Sólo es de Dios nuestro Señor dar consolación a la ánima sin causa precedente; porque es propio del Criador entrar, salir, hacer moción en ella, trayéndola toda en amor de la su divina Majestad. Digo “sin causa”, sin ningún previo sentimiento o conocimiento de algún objeto, por el cual venga la tal consolación mediante sus actos de entendimiento y voluntad. (EE 330) 

Los comentaristas enfatizan la importancia de la “consolación sin causa precedente”7 como “característica infalible de la consolación que sólo puede venir de Dios”8. Pero ¿será posible tener una consolación sin objeto alguno, conocimiento, sentimiento o percepción del don gratuito que Dios nos hace en ella? 

San Ignacio no dice que en la vivencia de la consolación no exista algún conocimiento o sentimiento “actual”, es decir, concomitante a la consolación; dice nada más que no hay un conocimiento o sentimiento “previo”, es decir, anterior a la consolación, de manera que pueda ser “causa” o “punto de partida” de tal consolación. 

Por ejemplo: el Apóstol Pablo, habiendo llegando a Macedonia, escribe: “sufrimos toda clase de dificultades; por fuera enfrentamientos, y por dentro temores”. A pesar de eso, o mejor, precisamente por eso puede él decir: “esto me conforta y me llena de alegría en todas estas amarguras” (2Cor 7, 4-5). 

Nos hemos referido ya a la tradición franciscana de la “perfecta alegría”9: alegría en las injurias, en la persecución, en la humillación. Vimos también al propio Ignacio, peregrino en Jerusalén, descendiendo del monte de los Olivos amenazado y tratado con violencia por uno de los oficiales del convento franciscano del monte Sión. En esa ocasión él experimentó (más exactamente, “recibió de nuestro Señor”) una gran consolación: “le parecía que veía a Cristo sobre él siempre”10. 

Es éste también el caso de San Francisco Javier en sus viajes en el Extremo Oriente (“Me vi en muchos peligros”), presenciando terremotos y tsunamis (“Es cosa de espanto ver temblar la tierra y principalmente el mar”). En las islas del Moro, temibles por la ferocidad de sus habitantes, pasó tres meses visitando cristianos abandonados. En ninguna otra parte tuvo tantas y tan continuas consolaciones como en aquellas islas donde carecía de todo confort y toda ayuda humana, como escribe a los compañeros de Roma: “Es mejor llamarlas Islas de esperar en Dios que Islas del Moro”11. 

Con todo, estos bellos ejemplos tienen el inconveniente de hacernos pensar que la “consolación sin causa” es algo extraordinario, exclusivo de los grandes místicos y los heroicos misioneros. Todo lo contrario, algunos comentaristas consideran la 

consolación sin causa como una experiencia cotidiana “frecuente y normal en la vida espiritual”12. 

Según los teólogos, la consolación sin causa consiste en la “auto-comunicación inmediata de Dios al ser humano en el amor”13 Eso es, sin duda, lo que los grandes místicos experimentan. Eso puede también ser experimentado cotidianamente por todo ser humano, comenzando por los pobres, cuya alegría “no tiene dónde reclinarse”14 

Tercera regla 

Con causa puede consolar al ánima así el buen ángel como el malo, por contrarios fines: el buen ángel, por provecho del ánima, para que crezca y suba de bien en mejor; y el mal ángel para el contrario, y adelante para traerla a su dañada intención y malicia (EE 331). 

Hay aquí una novedad en relación a las Reglas de la Primera Semana. Allá la consolación provenía siempre del BE, porque el ME estaba siempre asociado a la desolación. Aquí, los dos espíritus o “ángeles” pueden consolarnos, más “por fines contrarios”. 

¿Cómo sabremos si una consolación con causa procede del BE o del ME? Por su fin, viendo a dónde nos lleva. Si la consolación nos hace crecer en el camino de la virtud, asemejándonos más a Jesús y a su Reino, procede del BE. Si nos lleva a retroceder en el camino espiritual apartándonos de los valores evangélicos, tal consolación procede del ME. 

Si la consolación sin causa precedente es frecuente, lo serán todavía mucho más las consolaciones con causa, de las cuales todos tenemos experiencia: las alegrías familiares, la experiencia de amistades sinceras, las conquistas académicas y profesionales, las celebraciones litúrgicas, las fiestas, las vacaciones, los grandes espectáculos, las buenas lecturas, la música, etc. 

A principios del año 2010, orienté cuatro retiros seguidos para el clero de Cuba. En los tres últimos, afectado por un malestar pulmonar, no pude evitar toser casi continuamente. En eso, ciertamente no tuve consolación… Pero, al final, un cura cubano me escribió: “Usted tiene ya un lugar en el corazón de la Iglesia de Cuba”. Ahí sí tuve una pequeña consolación con causa, porque fue motivada por la generosa solidaridad de aquel padre. 

Cuando se cumplían cinco años del fallecimiento de Mons. Luciano Mendes de Almeida, condición necesaria para la introducción de su causa de beatificación, encontré casualmente entre mis papeles un fax que él me había enviado con ocasión de los 25 años de mi ordenación sacerdotal.15 ¡Otra consolación con causa! 

El 6 de septiembre de 2013, recibí una llamada telefónica del Papa Francisco, a quien conocí muchos años atrás. Con la simplicidad y cordialidad que lo caracterizan me dijo: “Soy Bergoglio”. ¿Nuestro papa?, pregunté sorprendido. “Sí, ayer recibí tu carta”. Y así podría citar muchas otras consolaciones. 

Todavía más, tales consolaciones con causa, incluso cuando son motivadas por personas buenas, pueden ser aprovechadas por el ME para hacernos caer en la vanidad, en el orgullo, en la “crecida soberbia” y de ahí en todos los otros vicios (EE 142). Vimos cómo Santa Catalina de Siena advertía contra el engaño que puede haber en la alegría cuando no está unida a la humildad y a la caridad. 

La táctica del “ángel malo” con las personas espirituales 

Si el mal se presentara abiertamente como tal, las personas espirituales no caerían en sus engaños. Para hacerse aceptable por los buenos, el “ángel malo” – nombre que da también Ignacio al ME- se disfraza de “ángel de luz” (cf. 2Cor 11, 14). 

Sin embargo, todo disfraz acaba cayendo más pronto o más tarde. En el mito griego las alas de Ícaro se derretían con el calor del sol. Así el disfraz del “ángel malo” acabará cayendo delante del sol de la verdad. 

En las reglas siguientes Ignacio presenta la táctica que el ME usa con las personas que están en la “vía iluminativa” y la forma de reconocerlo. 

Cuarta regla 

Propio es del ángel malo, que toma la apariencia de ángel de luz, entrar con la ánima devota, y salir consigo; es a saber, traer pensamientos buenos y santos 

conforme a la tal ánima justa, y después, poco a poco, procura de salirse, trayendo a la ánima a sus engaños cubiertos y perversas intenciones (EE 332). 

El “ánima devota” es la persona espiritual que en la Primera Semana purificó su corazón y, en esta Segunda Semana, pide con insistencia conocer, amar y seguir al Señor Jesús. Sería inútil tentar a esa persona de manera grosera y abierta. 

Ahora el ME necesitará transfigurarse en “ángel de luz” para realizar sus “perversas intenciones”. 

Inicialmente el tentador entra con “pensamientos buenos y santos” para, después, “poco a poco” salir con su “dañada intención y malicia” (cf. EE 331, 3). Los “engaños” en esta Segunda Semana se encubren con el disfraz de la virtud; mientras que, en las Reglas de la Primera Semana, se hablaba de “engaños manifiestos” (EE 327, 4). 

Quien haya acompañado alguna vocación al sacerdocio y/o a la vida consagrada sabe que toda vocación suele comenzar con gran consolación. Después surgen diversas tentaciones, con frecuencia “bajo apariencia de bien”, que empujan al joven a desistir del camino emprendido. Recuerdo un caso real. 

Fernando (nombre ficticio) era un adolescente brillante que estudiaba en un colegio católico y participaba en un grupo de jóvenes de la Parroquia. Había hecho conmigo dos retiros vocacionales, en los cuales sintió mucha consolación. Vio la película Hermano Sol, Hermana Luna (Zeffirelli, 1972) y quedó entusiasmado con el ideal franciscano. 

Al terminar la segunda enseñanza, Fernando entró en la Orden de los Frailes Menores y comenzó a cursar filosofía. En ese tiempo los seminaristas estaban muy involucrados en trabajos sociales, en el caminar de la Iglesia de los pobres, etc. 

Un hermoso día recibí una llamada de Fernando. Había salido de la Orden Franciscana porque los frailes eran “burgueses” y él quería vivir con los pobres. Le pregunté dónde y cómo realizaría ese proyecto de vida y me dijo que aún no lo sabía. Por eso quería hacer los Ejercicios Espirituales de treinta días en Itaicí. Le dije que para eso necesitaba antes hacer Ejercicios de ocho días, pero él tenía prisa y quería resolver su vida luego. (La prisa es señal del ME. El BE es más paciente.) 

Apresurado, Fernando inició una experiencia de vida al lado de un eremita. Aquello no funcionó y él terminó viajando al Nordeste, desde donde me escribió pidiendo ayuda. Lo ayudé en lo que pude y lo perdí de vista. Años más tarde tuve noticias de que Fernando había ganado un concurso público, trabajaba para el gobierno y estaba viviendo muy bien. 

Otras historias vocacionales tienen un final más triste, como fue el caso de un candidato al sacerdocio a quien la familia no dejó entrar al seminario; acabó adicto a las drogas y traficando con ellas. 

La regla siguiente pretende enseñarnos a aprender la lección de los casos fallidos y, conociendo la táctica del ME, mejorar nuestro trabajo de orientadores de Ejercicios y acompañantes espirituales. 

Quinta regla 

Debemos mucho advertir el discurso de los pensamientos; y si el principio, medio y fin es todo bueno, inclinado a todo bien, señal es de buen ángel; mas si en el discurso de los pensamientos que trae, acaba en alguna cosa mala o distractiva, o menos buena que la que el ánima antes tenía propuesta de hacer, o la enflaquece o inquieta o conturba a la ánima, quitándola su paz, tranquilidad y quietud que antes tenía, clara señal es de que procede del mal espíritu, enemigo de nuestro provecho y salud eterna (EE 333). 

Al comienzo de todo acompañamiento espiritual es recomendable que la persona acompañada haga un resumen de su “autobiografía espiritual”. Lo mismo debería hacerse en los momentos de “crisis” –que nunca faltan en toda vida espiritual. San Bernardo entró con mucho entusiasmo en la vida monástica cisterciense. Cuando parecía que se acomodaba e iba perdiendo el entusiasmo vocacional se preguntaba: “Bernardo, ¿a qué viniste?16 

¿Como podemos saber, en un mundo en continuo cambio, si una vocación será perseverante? En la regla que estamos comentando Ignacio recomienda examinar el trayecto de nuestros pensamientos y decisiones. Si el comienzo, el medio y el fin de una decisión fueron buenos, es señal del BE. Pero si en el trayecto hay algo malo o menos bueno, inquietando y quitándonos la paz, “es señal clara del ME”. 

La paz interior, aun en medio de las luchas y las contrariedades de la vida, es señal de la acción de Dios. Todas las escuelas de espiritualidad, todos los santos la buscan y la exaltan. Es proverbial la paz (Pax) benedictina, cuya influencia en el peregrino Ignacio, a su paso por el santuario de Montserrat, es bien conocida. 

Vimos cómo la descripción ignaciana de la consolación espiritual termina afirmando que ella “aquieta y pacifica” al alma en su Criador y Señor (EE 316)17. San Ignacio llegó a decir que si se disolviera la Compañía le bastarían quince minutos de oración para recuperar la paz. 

El árbol se conoce por los frutos y la serpiente por la cola 
Sexta regla 

Cuando el enemigo de natura humana fuere sentido y conocido por su cola serpentina el mal fin a que induce, aprovecha a la persona que fue de él tentada, mirar luego en el discurso de los buenos pensamientos que le trajo, y el principio de ellos, y cómo poco a poco procuró hacerla descender de la suavidad y gozo espiritual en que estaba, hasta traerla a su intención depravada; para que con la tal experiencia conocida y notada, se guarde para adelante de sus acostumbrados engaños (334). 

Esta regla está respaldada por la experiencia del autor. La Autobiografía cuenta cómo Ignacio se vio libre de una pesada tentación de escrúpulos: 

Como ya tenía alguna experiencia de la diversidad de espíritus con las lecciones que Dios le había dado, empezó a mirar por los medios con que aquel espíritu era venido, y así se determinó con grande claridad de no confesar más ninguna cosa de las pasadas; y así, de aquel día adelante, quedó libre de aquellos escrúpulos18. 

El símbolo de la “serpiente”, de resonancia bíblica (cf. Gn 3, 1.14-15), se basa también en la propia experiencia de Ignacio, que, desde Manresa hasta el final de sus estudios, fue tentado muchas veces por la visión de una serpiente, que luego aprendió a rechazar19. 

En Vão Grande, municipio de Barra de Bugres (MT), oí hablar por primera vez de la anaconda. La anaconda es una culebra enorme, que llega a medir hasta diez metros de longitud; no es venenosa, pero puede engullir un buey entero y después triturar sus huesos. La anaconda no ataca de frente; ataca únicamente a las víctimas desprevenidas. 

Como la anaconda, el enemigo de la naturaleza humana no ataca de frente (por lo menos en la situación de Segunda Semana). Su modo de actuar es astuto y traicionero como el de las serpientes. De ahí la referencia a la “cola de serpiente” (cola serpentina), símbolo de una actitud tortuosa. 

Conocemos al enemigo también por el fin al que nos lleva. “Por sus frutos los conocerán”, dice Jesús. “¿Acaso se cosechan uvas de los espinos o higos de los cardos? (Mt 7, 16; cf. Lc 6, 44). 

¿Qué hacer cuando descubrimos los engaños y “sutilezas” del enemigo? Reaccionar pronto, sin dudas, “actuar en contra” de sus insinuaciones, como aprendimos en las Reglas de la Primera Semana. Ahora Ignacio insiste en que debemos observar el trayecto de los pensamientos, para comprender cómo nos engañó el ME, y así no ser engañados de nuevo. 

Modo contrario de actuar de los espíritus y necesidad de prudencia 
Séptima regla 

En los que proceden de bien en mejor, el buen ángel toca a la tal ánima dulce, leve y suavemente, como gota de agua que entra en una esponja; y el malo toca agudamente y con sonido e inquietud, como cuando la gota de agua cae sobre la piedra; y a los que proceden de mal en peor, tocan los sobredichos espíritus contrario modo; cuya causa es la disposición del ánima ser a los dichos ángeles contraria o semejante; porque cuando es contraria, entran con estrépito y son sentidos perceptiblemente; y cuando es semejante, entran con silencio como en propia casa de puerta abierta (EE 335). 

Todo el arte y toda la técnica del discernimiento espiritual consiste en conocer con la mayor claridad posible cómo actúan los “espíritus” o “ángeles”, y actuar después en consecuencia: acoger las mociones del BE y rechazar las del ME (cf. EE 313). 

Ya en las Reglas más propias para la Primera Semana San Ignacio había advertido que el BE y el ME actúan de manera contraria a la situación en que la persona se encuentra (EE 314 y 315). Ahora describe de nuevo el modo contrapuesto de actuar de los espíritus según esté la persona creciendo en su vida espiritual (“de bien en mejor”) o decayendo en ella (“de mal en peor”). Y lo expresa valiéndose de la comparación de la gota de agua, que entra suavemente en la esponja o choca ruidosamente en la piedra. 

La afirmación central es que los “ángeles” o “espíritus” se adaptan a la diversa condición de las personas. Si la persona está en fase de crecimiento espiritual, el ángel bueno la confirmará, en tanto que el ángel malo la inquietará trayéndole “razones aparentes, sutilezas y asiduas falacias” (EE 329). Mas si la persona fuera “de mal en peor”, el enemigo se introducirá silenciosamente, sin necesidad de tumbar la puerta, como quien entra en su propia casa. El ángel bueno, por el contrario, inquietará su conciencia. 

Aquí cabe una observación importante. Ignacio presenta pedagógicamente la influencia de los espíritus de manera simétrica, para enfatizar el contraste entre la acción del uno y la del otro. Eso no significa, evidentemente, que ambas influencias o fuerzas espirituales tengan el mismo vigor, aunque contrastante. Sería un pensamiento maniqueísta20. Para Ignacio Dios es el Único Señor y Criador, y el “ángel malo” es un “tigre de papel”. Su aparente fuerza se basa solamente en el crédito que, engañados, podamos concederle. 

Pedro de Ribadeneyra, autor de la primera biografía ignaciana, cuenta que, comentando el caso de una monja de Bolonia que manifestaba fenómenos extraordinarios (éxtasis, estigmas y cosas por el estilo), Ignacio dijo que Dios, generalmente, actúa en lo íntimo de los corazones, mientras que Satanás, por no tener poder alguno sobre las almas, recurre a intervenciones extraordinarias, sobre todo con personas a quienes gustan las novedades.21 

Necesidad de prudencia aún en la consolación sin causa precedente 
Octava regla 

Cuando la consolación es sin causa, aunque en ella no haya engaño por ser sólo de Dios nuestro Señor, como está dicho, sin embargo, la persona espiritual a quien Dios da esa consolación debe mirar con mucha vigilancia y atención dicha consolación, y discernir el tiempo propio de la actual consolación, del tiempo siguiente en que el alma queda caliente con el fervor y favorecida con los efectos 

que deja la consolación pasada; porque muchas veces en este segundo tiempo, por su propio discurrir relacionando conceptos y deduciendo consecuencias de sus juicios, o por el buen espíritu o por el malo, forma diversos propósitos y pareceres que no son dados inmediatamente por Dios nuestro Señor; y por tanto hay que examinarlos muy bien antes de darles entero crédito o ponerlos por obra (EE 340). 

Esta última regla retoma el tema de la “consolación sin causa precedente”, de la cual ya se dijo que sólo puede proceder de Dios. Aun en esta situación ideal San Ignacio dice que se debe tener mucho cuidado. Adolfo Chércoles llama a Ignacio “maestro de la sospecha”. El propio Ignacio explica el motivo de tanto cuidado: hay el peligro de que la persona atribuya a Dios los pensamientos, decisiones y afectos inmediatamente posteriores a la tal consolación.22 

No es fácil trazar la línea divisoria entre el tiempo inmediato de la consolación sin causa y el tiempo posterior. Porque después de una gran consolación la persona, entusiasmada con la consolación, podrá atribuir a ésta lo que no tiene ya la garantía de proceder de Dios. 

La Sagrada Escritura dice que el rostro de Moisés, después de haber hablado con Dios en el Sinaí, resplandecía (Ex 34, 29-30). Los Padres de la Iglesia afirman que lo que aconteció con Moisés puede acontecer con todo bautizado que no coloque obstáculo a la acción del Espíritu Santo en él: “Como los cuerpos límpidos y transparentes, bajo la acción de la luz, se tornan también extraordinariamente brillantes e irradian un nuevo fulgor, de la misma manera también las almas que reciben el Espíritu y son iluminadas por él se tornan espirituales e irradian sobre los otros la gracia que les fue dada”23. 

Salvando las distancias, muchos orientadores y acompañantes de Ejercicios podrían testimoniar un poco de esta irradiación espiritual que se percibe cuando un(a) ejercitante comparte con nosotros una experiencia de verdadera consolación. Su rostro se muestra radiante. Nosotros podemos dudar de la autenticidad de la consolación, pero la persona que la experimentó no tiene duda, no puede esconderla. 

Recuerdo a una joven religiosa que acompañé en Ejercicios de ocho días. Yo la conocía desde antes y no me parecía una persona inclinada a excesos de fervor. Pero en los Ejercicios, al contemplar el nacimiento de Jesús y reflexionar sobre su propio nacimiento, tuvo tal consolación, que por varios días quedó radiante: “¡No es posible!”, decía. “No tiene explicación… ¿Qué querrá el Señor de mí?” 

Sin embargo, ni el ejercitante ni el acompañante podrán determinar en qué momento la acción de Dios dejó de ser la causa inmediata de su fervor y cuándo la libertad del ejercitante, influenciada por otros factores externos, fue la principal responsable de sus pensamientos, sentimientos y determinaciones. 

Esta regla será útil en el discernimiento de supuestas apariciones y revelaciones privadas. De hecho, el número 336 de los Ejercicios de San Ignacio es citado por la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe en el documento “Normae de modo procedendi in diudicandis praesumptis apparitionibus ac revelationibus”, publicado en l978 en latín, y más recientemente reeditado en lenguas vernáculas24. 

Analizar la vasta fenomenología de fenómenos místicos y paranormales sería tema para otro libro, pero creo que las Reglas de Discernimiento de Espíritus que estamos comentando pueden ayudar a clarificar tales casos, particularmente numerosos en tiempos de crisis. Por sí sólo, el hecho de que los videntes sean personas sinceras y portadores de mensajes plenamente coherentes con la Escritura y la tradición de la Iglesia no garantiza que los fenómenos sean auténticos. 

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1 Sobre esta segunda serie de Reglas, cf. Timothy M. GALLAGHER, OMV, O discernimento dos espíritos: Quando é que se aplicam as regras da 2a Semana?, Itaici, n. 77 (set. 2009) 21-38.
2 San Ignacio experimentó en sí mismo la acción de estos dos espíritus”. Después expresó y sistematizó las Reglas valiéndose del lenguaje que heredó de la tradición espiritual anterior a él 

3 Por ejemplo, San Francisco de Sales, Tratado do amor de Deus, liv. I, c. 10. Oeuvres IV, Annecy, 1894, 61- 62, en Santiago ARZUBIALDE, Ejercicios Espirituales de S. Ignacio. Historia y análisis. Bilbao-Santander, Mensajero-Sal Terrae, 1991 (Col. “Manresa”, 1).
4 TRISTÃO DE ATHAYDE, A alegria, Jornal do Brasil, Rio de Janeiro, 19 ago. 1983. La alegría –decía el autor, por entonces ya viudo- es la compañera ideal “que no nos deja nunca estar solos o sentir demasiado la tortura de la soledad al perder nuestro amor de adultos o nuestro juguete de niños. 

5 Obras de Santa Catalina de Siena, 2a ed., Introd. e trad. José Salvador y Conde, Madrid, BAC, 1991, 251 (El Diálogo, cap. 106). 

6 Autobiografia, 54-55; cf. 26. 

7 Sobre la consolación sin causa, además de las obras generales, cf. Daniel GIL, La consolación sin causa precedente, Montevideo [s.e.], 1971; José García de CASTRO VALDÉS, El Dios emergente: sobre la “consolación sin causa”, Bilbao/Santander, Mensajero/Sal Terrae, 2001 (Manresa, 26).
8 Eusebio HERNÁNDEZ, La discreción de espíritus, Manresa, 28 (1956) 233-252 (244). 

9 Cf. capítulo 2, nota 79
10 Autobiografia, 48.
11 Cf. A fé não tem fronteiras. Subsídio para animação do Mês Missionário, Brasília, Pontifícias Obras Missionárias/CNBB, 2006 (reedición y adaptación de mi folleto Francisco Xavier: um homem sem fronteiras). 

12 H. D. EGAN, The Spiritual Exercises and the Ignatian Mystical Horizon, St. Louis (Mi), 1976, en José García de CASTRO VALDÉS, El Dios emergente, 338-343.
13 ARZUBIALDE, Ejercicios Espirituales de S. Ignacio, 713. El autor cita a K. Rahner, G. Fessard, J. Gouvernaire. 

14 “Gente humilde”, música del guitarrista y compositor paulista Garoto (Aníbal Augusto Sardinha). Letra de Chico Buarque y Vinícius Moraes. 

15 Transcribo este texto inédito: “23.12.96. Al carísimo P. Luis G. Quevedo. La paz de Cristo. La fecha de 22/12 nos une en una oración de gratitud a Dios por la gracia de su ministerio sacerdotal bendecido e instrumento de gracias copiosas para todos, especialmente en el ministerio de los Ejercicios Espirituales y de la dirección espiritual. N. Sr. lo proteja, + Luciano M.A.”. 

16 Más tarde, Bernardo escribirá que es más fácil convertir a un laico que entra al monasterio que a un monje “envejecido en la tibieza” (Carta 96, a Richard de Fontaine). En Denis Huerre, Velhice e conversão do monge, Revista Beneditina, n. 46 (abril/junho 2012), 22.
17 Citemos una vez más a San Juan de la Cruz: “La noche sosegada/en par de los levantes del’aurora,/la música callada,/la soledad sonora,/la cena que recrea y enamora” (Obras completas, 68; Cántico Espiritual, canción 15). 

18 Autobiografia, 25.
19 Autobiografia, 19 e 31 

20 La filosofía maniquea afirmaba que toda la realidad procedía de dos principios: el Bien (Dios) y el Mal (Diablo). San Agustín, influenciado en su juventud por esta filosofía dualista, la combatió después con firmeza. 

21 En Pietro SCHIAVONE, Modi di agire diametralmente opposti, Tempi dello Spirito, 178 (2008) 280-285. 22 Tal riesgo es señalado también por San Juan de la Cruz: Subida del Monte Carmelo II, 29, 7. 

23 BASILIO MAGNO, Tratado sobre o Espírito Santo, cap. 9, 23, tomado de Liturgia de las Horas, martes de la 7a Semana del Tiempo Pascual.
24 SAGRADA CONGREGAÇÃO PARA A DOUTRINA DA FÉ, Normas para proceder no discernimento de presumíveis aparições e revelações, SEDOC, v. 45, n. 353 (jul.-ago. 2012), 8-14 (12). 

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