La palabra caridad se aplica al amor de Dios, como a la suprema y soberana dilección.

De la diferencia de los amores 

“1.° El amor puede ser de dos clases; amor de benevolencia y amor de concupiscencia. El amor de concupiscencia es aquel que tenemos a una cosa por el provecho que de ella pretendemos sacar; el amor de benevolencia es aquel que tenemos a una cosa por el bien de ella misma. Porque ¿qué otra cosa es tener amor de benevolencia a una persona, que quererle el bien? 

2.° Si la persona a la cual queremos el bien, ya lo posee, entonces le queremos el bien por el placer y el contento que nos causa el que ya lo posea; y así se forma el amor de complacencia, el cual no es más que el acto de la voluntad por el cual ésta se une al placer, al contento y al bien de otro. Pero, si aquel a quien queremos el bien, todavía no lo posee, entonces se lo deseamos, y, por lo tanto, este amor se llama amor de deseo.  

3.° Cuando el amor de benevolencia se ejerce sin correspondencia por parte de la persona amada, se llama amor de simple benevolencia; cuando existe una mutua correspondencia, se llama amor de amistad. Ahora bien, la mutua correspondencia consiste en tres cosas; porque es menester que los amigos se amen, que sepan que se aman, y que haya entre ellos comunicación, privanza y familiaridad.  

4.° Si amamos simplemente al amigo, sin preferirlo a los demás, la amistad es simple; si le preferimos, entonces la amistad se convierte en dilección, como si dijéramos amor de elección; porque, entre las muchas cosas que amamos, escogemos una para preferirla. 

5.° Cuando con este amor no preferimos mucho un amigo a los demás, se llama amor de simple dilección; pero cuando, por el contrario, le preferimos grandemente y en mucho, entonces esta amistad se llama dilección de excelencia. 

6.° Si la preferencia y la estima que profesamos a una persona, aunque sea grande y sin igual, permite, empero, establecer cierta comparación y guarda cierta proporción con las demás preferencias, la amistad se llamará dilección eminente. Pero, si la eminencia de esta amistad está fuera de toda proporción y comparación, por encima de toda otra cualquiera, entonces se llamará dilección incomparable, soberana, supereminente; en una palabra, será el amor de caridad, que sólo se debe a Dios. Y, de hecho, en nuestro mismo lenguaje, las palabras: caro, caramente, encarecer, representan una cierta estima, un aprecio, un amor particular; de suerte que, así como la palabra hombre, entre el vulgo se aplica más particularmente a los varones, como al sexo más excelente, y así como también la adoración se reserva casi exclusivamente a Dios, como a su principal objeto, de la misma manera, la palabra caridad se aplica al amor de Dios, como a la suprema y soberana dilección.  

Fragmento de: San Francisco de Sales. “Tratado del amor de Dios”. Libro I, cap.13

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