El amor, no es otra cosa que el movimiento y el flujo del corazón hacia el bien


Es este amor el que causaba tan gran contento a los santos

De San Francisco de Sales. “Tratado del amor de Dios”


El amor, como ya hemos dicho, no es otra cosa que el movimiento y el flujo del corazón hacia el bien, por la complacencia que en él siente, de suerte que la complacencia es el gran motivo del amor, como el amor es el gran motivo de la complacencia.

Ahora bien, este movimiento, con respecto a Dios, se practica de esta manera: Sabemos por la fe que la divinidad es un abismo incomprensible de toda perfección, soberanamente infinito en excelencia, infinitamente soberano en bondad. Esta verdad, que la fe nos enseña, es atentamente considerada por nosotros en la meditación, en la cual contemplamos este inmenso cúmulo de bienes que hay en Dios, o bien a la vez como un conjunto de todas las perfecciones, o bien distintamente, considerando sus excelencias una a una, por ejemplo, su omnipotencia, su sabiduría, su bondad, su eternidad, su infinidad.

Cuando hemos logrado que nuestro entendimiento se fije atentamente en la grandeza de los bienes que encierra este divino objeto, es imposible que nuestra voluntad no se sienta tocada de la complacencia en este bien, y, entonces, haciendo uso de nuestra libertad y de la autoridad que tenemos sobre nosotros mismos, movemos a nuestro corazón a que reponga y refuerce su primera complacencia con actos de aprobación y regocijo. ¡Ah — dice entonces el alma devota—, qué hermoso eres, amado mío, qué hermoso eres! Eres todo deseable; eres el mismo deseo.

De esta manera, aprobando el bien que vemos en Dios, y regocijándonos en él, hacemos el acto de amor que se llama complacencia, porque nos complacemos en el placer divino infinitamente más que en el nuestro; y es este amor el que causaba tan gran contento a los santos, cuando podían enumerar las perfecciones de su amado, y el que les hacía pronunciar con tanta suavidad que Dios era Dios. Tened entendido —decían— que el Señor es Dios.

“¡Qué gozo tendremos en el cielo, cuando veremos al amado de nuestros corazones como un mar infinito, cuyas aguas no son sino perfección y bondad! Entonces, como ciervos que, perseguidos y acosados durante mucho tiempo, beben en una fuente cristalina y fresca y atraen hacia sí la frescura de sus ricas aguas, nuestros corazones, al llegar a la fuente abundante y viva de la Divinidad, después de tantos desfallecimientos y deseos, recibirán, por esta complacencia, todas las perfecciones del Amado, gozarán de Él de una manera perfecta, por el contento que en Él sentirán, y se llenarán de delicias inmortales; y, de esta manera, el esposo querido entrará dentro de nosotros, como en su lecho nupcial, para comunicar su gozo eterno a nuestra alma, pues Él mismo ha dicho que, si guardamos la santa ley de su amor, vendrá y hará en nosotros su morada.

Fragmento de: San Francisco de Sales. “Tratado del amor de Dios”. LIBRO 5, CAPÍTULO I

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