Su vida ya nunca fue la misma. Llegó a fundar una exitosa Productora Católica

 

Del éxito profesional en la City de Londres a Medjugorje: aquella paz la llevó a dejar todo y fundar una productora católica

 

Por Javier Lozano –  Cari Filii

 

Federica Picchi es una mujer formada, independiente y con una larga trayectoria profesional con gran éxito que la llevó a pasar por grandes compañías de la City de Londres. Sin embargo, una serie de acontecimientos en su vida como la enfermedad de su madre acabaron llevándola de peregrinación a Medjugorje, desde la cual su vida ya nunca fue la misma.

Esta italiana fundó en 2010 una productora y distribuidora de cine católico llamada Dominus Production, y así promover una cultura católica rica en valores, justo lo contrario a lo que ella veía en televisión.

 

“Es una locura”

Para ello dejó atrás una vida de éxito, a pesar de que se enfrentaba a un futuro incierto y con pocas posibilidades de éxito. “Cuando le conté a mi marido Emmanuele sobre el proyecto de crear Dominus reaccionó de esta manera: ‘Es una locura, cerrarás pronto’. Hoy es uno de mis seguidores más apasionados”, cuenta en una entrevista en Famiglia Cristiana.

Esta empresaria casada y sin hijos, aunque no por propia voluntad, asegura que “el mayor engaño de hoy es la mujer que sacrifica su vida completamente por el trabajo. La mujer tiene una gran misión en la sociedad: la familia y el cuidado de los hijos.

Federica estudio en la prestigiosa Universidad Bocconi en Milán y gracias a una beca estuvo en la Universidad de Georgetown de Washington. Pronto empezó a dedicarse con éxito al mundo de las altas finanzas y tras pasar por varios países acabó en Londres. “Trabajé en IBM, luego en la consultoría estratégica y luego en las finanzas internacionales (JP Morgan y Standard Bank. Durante años me dediqué totalmente al trabajo, sin vida privada. Además, viajaba mucho al extranjero y disfrutaba de un gran salario”, explica.

 

Contribuir al bien de la sociedad

Todos los ahorros de este tiempo los acabó invirtiendo años más tardes en esta productora católica, tras experimentar un total cambio de mentalidad. “Hoy concibo mi profesión de una manera diferente: no sólo una oportunidad para la realización personal sino como una contribución al bien de la sociedad”, afirma.

Pese a provenir de una familia de fe, Federica vivió su juventud ajena a Dios. Afirma en la entrevista que “la fe no fue para mí una experiencia viva de Cristo. Al contrario: durante años viví con gran sufrimiento en mi corazón. Siempre he sido una perfeccionista y he vivido presionada por un clima interior de competitividad. Sentía una sed insaciable en mi alma, pero estaba buscando la satisfacción en metas equivocadas”.

 

Su inolvidable experiencia en Medjugorje

Fue entonces cuando casi por casualidad acabó en Medjugorje en el año nuevo 2004-2005 tras ser invitada por un amigo. “Debería haberlo pasado en Sankt Moritz (una conocida estación de esquí), pero mi madre tuvo un tumor ese año, unas semanas antes de Navidad. Por primera vez toqué el problema clave del hombre, es decir, su limitación. Después de darme cuenta de que no había un mundo médico capaz de cambiar la situación decidí aceptar esta singular invitación. Nos unimos in extremis en un mini-grupo que partía en autobús desde Parma. No conocíamos a nadie”, recuerda.

En esta pequeña aldea bosnia, Federica asegura que “viví el año nuevo más hermoso de mi vida y respiré una paz que no había sentido desde que era niña. Percibí claramente que confiar en alguien que realmente te ama te brinda una auténtica y profunda serenidad. Durante la misa de Año Nuevo en el momento de la consagración sentí un fuerte calor. Me puse a llorar pero no fui a tomar la Comunión porque en ese momento me di cuente de que hasta ese momento nunca había sido realmente creyente”.

Estando todavía en Medjugorje hubo un pequeño detalle que le llamó poderosamente la atención. A su lado había un grupo de jóvenes católicos polacos, que “llevaban en sus rostros una alegría indescriptible. Mirando sus ojos entendí que algo estaba mal en mí. Pensé que lo tenía todo, incluso me acababa de comprar un maravilloso apartamento en el centro de Londres, pero de repente me di cuenta de que no tenía nada: me faltaba la fuente que daba la alegría a aquellas personas”.

 

“Ya nada era como antes”

De regreso a Londres siguió trabajando en un banco de negocios. Pero había un problema –afirma Federica- “ya nada era como antes”. Ese viaje la había “despertado de su hibernación” así que comenzó a ir a la iglesia, y se fue acercando a distintos grupos católicos.

“Conocí la rama femenina del Opus Dei, a la que admiro por valorar el llamado a la santidad en la profesión; al mismo tiempo probé el movimiento de Renovación en el Espíritu, además asistí a algunos grupos de estudio de los escritos de Don Giussani, tanto en Londres como en Italia… Continué experimentando la variedad y la riqueza de los carismas presentes en la Iglesia. Me gusta ver las diferentes asociaciones católicas como un gran ramo de flores ofrecidas a Dios, cada una con su identidad, su color y su perfume”.

Mientras vivía todo esto en su corazón, su madre estaba en la fase terminal de la enfermedad, y además su padre había muerto pocos meses antes, por lo que decidió regresar a Italia. Ya en su país viendo un día la televisión empezó a hacer zapping y descubrió que los programas de entretenimiento eran todos malos y poco recomendables. “Disgustada por la banalidad de los contenidos, pensé: ‘¡Estamos envenenando a nuestros jóvenes!’ Debemos hacer algo. Y así fue como pensé crear Dominus”, sentencia.

Cuando finalmente creó la productora en 2010 nadie apostaba a que saliera adelante. Cristiada, la película sobre la guerra cristera, fue la primera película que distribuyó Federica en Italia. Cuenta que cuando se puso en contacto con el director de programación de Uci Cinemas sólo querían darle la sala más pequeña, pues la auguraban un fracaso estrepitoso. Sin embargo, en su primer día de estreno en Milán tuvo más de 1.500 espectadores, y finalmente logró reunir a más de 50.000.

 

María, Puerta del Cielo, ruega por nosotros