(VIS).-Benedicto XVI -de quien hoy se cumplen seis meses de su elección- dedicó la catequesis de la audiencia general de los miércoles al Salmo 129, «Desde lo más profundo te invoco Señor», que es, recordó el Papa, «uno de los más célebres y amados en la tradición cristiana». La audiencia se celebró en la Plaza de San Pedro y contó con la presencia de 40.000 personas. «El Salmo que hemos escuchado, conocido como el «De profundis» -explicó el Santo Padre- es ante todo un canto a la misericordia divina y a la reconciliación entre el pecador y el Señor. Se abre con una voz que sube desde las profundidades del mal y de la culpa (…) y se desarrolla en tres momentos dedicados al tema del pecado y el perdón». Comentando los versículos «Si llevas cuenta de las culpas, Señor, ¿quién podrá quedar en pie? Pero en Tí está el perdón y así mantenemos tu temor», Benedicto XVI observó que era «significativo que el temor, una actitud donde se mezclan el respeto y el amor, no sea el castigo sino el perdón. Más que la cólera de Dios, en nosotros debe provocar un santo temor su magnanimidad generosa y desarmante. Dios, pues, no es un soberano inexorable que condena al culpable, sino un padre amoroso al que debemos amar por su bondad siempre dispuesta a perdonar». En la segunda parte del salmo, «florecen en el corazón del salmista arrepentido la espera, la esperanza y la certeza de que Dios pronunciará palabras de liberación y borrará el pecado», mientras en la tercera, «la salvación personal implorada por el orante se extiende a toda la comunidad» y «se enraiza en la fe histórica del pueblo de la alianza, redimido por el Señor no sólo de las angustias de la opresión egipcia sino de todas sus culpas». De ese modo, «la súplica del salmista arranca del mundo oscuro del pecado y se eleva hasta el horizonte luminoso en el que se manifiestan «la misericordia y la redención», dos grandes características de Dios, que es amor». Benedicto XVI encuadró por último el salmo en el surco de la tradición cristiana, citando la meditación de san Ambrosio, que en su tratado sobre la Penitencia escribe: «Ninguno pierda la confianza, ninguno desespere de las divinas recompensas, aunque lo remuerdan pecados antiguos. Dios sabe cambiar de parecer, si tú sabes enmendar la culpa». Al final de la audiencia y tras saludar a los peregrinos en diversas lenguas, el Papa bendijo la estatua de Santa Mariana de Jesús Paredes y Flores, «la Azucena de Quito» (1618-1645), la primera santa de Ecuador, canonizada por Pío XII en 1950. La estatua se ha colocado en uno de los laterales externos de la basílica de San Pedro.

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