«Hija mía, habla al mundo entero de la inconcebible misericordia mía.


Deseo que la Fiesta de la Misericordia sea refugio y amparo para todas las almas y, especialmente, para los pobres pecadores.»

Ese día están abiertas las entrañas de mi misericordia. Derramo todo un mar de gracias sobre las almas que se acercan al manantial de mi misericordia», estas promesas fueron reveladas por el mismo Jesús a la entonces sor Faustina Kowalska, religiosa polaca, conocida como el «Apóstol de la Misericordia», a quien el mismo Hijo de Dios le encomendó la misión de transmitirle al mundo el gran mensaje de amor misericordioso.

San Juan Pablo II dejó ver su emoción al señalar: «Hoy mi alegría es verdaderamente grande en la presentación, a toda la Iglesia, de la vida y del testimonio de sor Faustina Kowalska, como un don de Dios para nuestro tiempo».

Continuó, recordando cómo el mensaje de misericordia, revelado por el mismo Jesús a sor Faustina, resultó ser una voz de esperanza para ese tiempo: «Mediante la Providencia Divina, la vida de esta humilde hija de Polonia estuvo vinculada por completo con la historia del siglo 20 (…) De hecho, fue en la Primera y la Segunda Guerra Mundial que Cristo confió su mensaje de misericordia para con ella (…), quienes fueron testigos y participaron en los acontecimientos de esos años y de los horribles sufrimientos que han causado a millones de personas, saben muy bien cuán necesario era el mensaje de la misericordia».

Igualmente, dijo que es en la misma Palabra de Dios donde al ser humano se le indica el camino del amor de Jesús, y que éste no es sólo para recibir, sino para practicarlo. «Cristo nos ha enseñado que el hombre no sólo recibe y experimenta misericordia de Dios, pero también es llamado a practicar la misericordia hacia los demás: «Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia»», explicó el Pontífice.
San Juan Pablo II también dijo, que fue precisamente la santa polaca, a través del mensaje que dio a conocer, quien continuó siendo las manos extendidas de Jesús al hombre que sufre, y que ella «hizo su vida un himno a la misericordia». Al respecto, la misma santa expresaba en su diario: «Siento un dolor tremendo cuando veo el sufrimiento de mi prójimo. Todos su sufrimiento resuena en mi corazón (…) Me gustaría que todos sus pesares cayeran sobre mí, con el fin de aliviar a mi prójimo».


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