La especial inspiración a la que los dones nos hacen dóciles difiere notablemente de la gracia actual ordinaria
La docilidad al Espíritu Santo que es, mediante sus siete dones, el que inspira toda nuestra vida en orden a la contemplación y a nuestras acciones (lo que ocurre en la vía iluminativa, de la vida espiritual). Queda expuesto más arriba en qué consisten los dones del Espíritu Santo, según la doctrina de S. Tomás, que los considera como hábitos infusos permanentes (habitus infusi), y se encuentran en todas las almas justas, por los que se hallan dispuestas a recibir con prontitud y docilidad las inspiraciones del divino Espíritu. Los dones, dicen los santos Padres, son en el alma justa como las velas en la barca; puede ésta avanzar a fuerza de remos, cosa penosa y lenta, símbolo del esfuerzo y trabajo de las virtudes, y puede asimismo correr cuando un viento favorable hinche sus velas, que recogen y le comunican el impulso del viento. Nuestro Señor mismo hizo alusión a esta analogía cuando dijo: «El viento sopla cuando quiere; oyes su voz, mas ignoras de dónde viene o a dónde va; lo mismo acontece a quien es nacido del Espíritu», (Joan., III, 6.).
Los dones del Espíritu Santo han sido también comparados a las diversas cuerdas de un harpa que, tañidas por la mano del artista, producen muy armoniosos sonidos. Asimismo sus inspiraciones han sido comparadas a las siete luces del candelero de siete brazos empleado en la Sinagoga.
Estos dones que enumera Isaías, XI, 2, y los llama: «don de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y de temor», se conceden a todos los justos, desde el momento que el Espíritu Santo se da también a todos, según las palabras de S. Pablo (Rom., V, 5): «La caridad de Dios ha sido derramada en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que se nos ha dado.» Esos dones están, pues, en conexión con la caridad, y, por ende, crecen y aumentan .con ella. Son como las alas de un ave, que se desarrollan a la vez, o corno las velas de un navío que se despliegan más y más. Por el contrario, los pecados veniales reiterados mantienen, por decirlo así, prisioneros a esos dones; esos pecados son como repliegues del alma, y la inclinan a juzgar de las cosas a través de cierta miopía del espíritu, que es el polo opuesto de la contemplación infusa. Vamos a tratar primero de las inspiraciones del Espíritu Santo y de la gradación ascendente de sus dones; después, de las condiciones que se requieren para ser dóciles a ese Divino Espíritu.
Las inspiraciones del Espíritu Santo
Como queda dicho antes, la especial inspiración a la que los dones nos hacen dóciles difiere notablemente de la gracia actual ordinaria que nos conduce al ejercicio de las virtudes. Por la gracia ordinaria deliberamos, de manera discursiva o racional, sobre el ir a misa o rezar el rosario a la hora acostumbrada. En tal caso, nos movemos nosotros mismos, por más o menos explícita deliberación, a ese acto de la virtud de religión. Por el contrario, es una inspiración especial del Espíritu Santo la que nos lleva o inclina, en el estudio, por ejemplo, a orar para comprender lo que estudiamos; falta aquí la deliberación discursiva, ni es deliberado ese acto del don de piedad; mas bajo la inspiración especial sigue siendo libre, y el don de piedad nos dispone precisamente a recibir con docilidad y, en consecuencia, libremente y con mérito aquella inspiración. Santo Tomás distingue perfectamente la gracia actual común, de la inspiración especial, al demostrar la diferencia que existe entre la gracia cooperante, por la cual obramos en virtud de un acto anterior, y la gracia operante, por la que nos sentimos inclinados y llevados a obrar, consintiendo libremente en recibir el impulso del Espíritu Santo.
En el primer caso, somos más activos que pasivos; en el segundo, más pasivos que activos, porque quien principalmente opera en nosotros es el Espíritu Santo.
Acontece, por lo demás, que a impulso de esta especial inspiración los dones actúan al mismo tiempo que se realiza el trabajo de las virtudes. Mientras la barca avanza a fuerza de remos, sopla a veces una ligera brisa que facilita la tarea de los remeros. De igual manera, las inspiraciones de los dones pueden traernos a la memoria ciertos principios del Evangelio, en el preciso momento en que la razón delibera acerca de una resolución que hay que tomar. Otras veces no alcanza nuestra prudencia a encontrar la solución de un caso difícil de conciencia, y nos inclina entonces a pedir al Espíritu Santo, cuya especial inspiración hace que veamos claro lo que conviene obrar. Seamos siempre dóciles a tales inspiraciones.
DEL R. GARRIGOU-LAGRANGE,