Según cuenta el libro de reciente aparición «Historias ocultadas del nacionalismo catalán» de Javier Barraycoa, esta historia nos la relataba el autor de «Grandeza cristiana de España», el sacerdote Lluís Carreras. Nada más empezar la persecución religiosa en Cataluña, y en el exilio, escribió esta obra para justificar el Alzamiento militar y el carácter de cruzada de la contienda.
Lo extraordinario del asunto era que este sacerdote era catalanista y en su escrito acababa alabando a Franco, en cuanto que salvador de la Iglesia perseguida. Dejando de lado este aspecto, recogemos un caso martirial que relata y no deja de estremecer cada vez que se relee.
Juan LLadó apóstol popular, hasta la muerte
Juan Lladó era uno de los apóstoles más populares de Cataluña, su entusiasmo, fe y fervor le habían grajeado la simpatía de tantos católicos, así como el desprecio de muchos revolucionarios. Por ello fue uno de los primeros objetivos de la persecución religiosa. Un pelotón de fusilamiento de los comandos antifascistas, se preparaba para ejecutarlo. Él con toda placidez pidió la palabra para comunicarles su último deseo.

Les dijo que siempre había pedido a Dios tres gracias: una la salvación eterna; dos, el martirio, y que daba gracias a Dios porque se iban a cumplir. Pero sin embargo, le había pedido una tercera  gracia a Dios que aún estaba por cumplirse: el salvar en el último momento de su vida un alma. Y ni corto ni perezoso solicitó si alguno de los milicianos deseaba ayudarle a cumplir esa gracia.
La última conversión
Se hizo un silencio sepulcral entre el pelotón de fusilamiento. Los anarquistas no salían de su asombro y se dispusieron para acometer su macabra misión. Pero, de repente, un joven miliciano salió de la formación, tiró el fusil y se lanzó a los pies del sacerdote, rogándole su perdón y manifestándole el deseo de ir al cielo con él. El resto de anarquistas, indignados y ofuscados, fusilaron a ambos inmediatamente. Y así se cumplieron las tres gracias solicitadas durante toda su vida.

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