Benedicto XVI encendió ayer por la tarde las luces del árbol de Navidad más grande del mundo, acto que estuvo acompañado por fuegos artificiales que manifestaban la alegría del momento. En vídeo conexión desde el Palacio Apostólico gracias a un tablet. Desde el Vaticano, el Papa hizo que se iluminara este multicolor, «signo universal de paz y fraternidad entre los pueblos», que se encuentra en la localidad italiana de Gubbio. La fecha de ayer, elegida para esta cita luminosa, se debe a que es la vigilia de la solemnidad de la Inmaculada Concepción, copatrona de esta misma localidad junto con san Ubaldo.
 (RV) El Santo Padre pronunció unas palabras de saludo y gratitud por haber sido invitado a encender la iluminación de un árbol navideño tan especial, así como una ‘triple’ felicitación. Reflexionando sobre el lugar donde se encuentra, en las faldas del Monte Ingino, en cuya cumbre está situada la Basílica del Patrono de Gubbio, san Ubaldo, y haciendo hincapié en que, al mirarlo, nuestra mirada se eleva “hacia el Cielo, hacia el mundo de Dios”, Benedicto XVI fue explicando sus tres parabienes.

El primero es que nuestra mirada, la de la mente y la del corazón, no se quede sólo en el horizonte de este mundo nuestro, en las cosas materiales, sino que sea algo así como este árbol, que sepa tender hacia lo alto. Que sepa dirigirse hacia Dios ¡Él no nos olvida nunca y nos pide que nosotros tampoco nos olvidemos de Él! Con el Evangelio, que nos dice que en la noche de la Santa Navidad una luz envolvió a los pastores (xfr Lc 2,9-11), anunciándoles una gran alegría: el nacimiento de Jesús, de Aquel que vino a traer la luz, aún más de Aquel que es la luz verdadera, que ilumina a cada hombre (cfr Jn 1,9), y destacando que el árbol que iba a encender domina toda la ciudad de Gubbio, “iluminando con su luz la oscuridad de la noche”, el Papa explicó su segundo parabién: 

Que este árbol recuerde que también nosotros tenemos necesidad de una luz que ilumine el camino de nuestra vida y nos dé esperanza. En especial, en este tiempo nuestro en que sentimos de forma particular el peso de las dificultades, de los problemas y de los sufrimientos y un velo de tinieblas parece envolvernos. Pero ¿qué luz es capaz de iluminar verdaderamente nuestro corazón y de donarnos una esperanza firme y segura?

 Es, precisamente, la del Niño que contemplamos en la Santa Navidad, en una simple y pobre gruta, porque es el Señor el que se acerca a cada uno de nosotros y pide que lo acojamos nuevamente en nuestra vida. Pide que lo queramos, que tengamos confianza en Él, que percibamos que está presente, nos acompaña, nos sostiene y nos ayuda. Y deseando que la luz del Señor ilumine a todos, antes de impartir su Bendición, Benedicto XVI presentó su tercer parabién: 

Que cada uno de nosotros sepa llevar un poco de luz a los ambientes en que vive: su familia, su trabajo, su barrio, a los países y ciudades. Que cada uno sea una luz para el que está a su lado; que salga del egoísmo que a menudo cierra el corazón y lleva a ensimismarse; que brinde un poco de atención al prójimo, un poco de amor. Cada pequeño gesto de bondad es como una luz de este gran árbol: junto con otras luces es capaz de iluminar la oscuridad de la noche, aun la más oscura. Alta tecnología.

Gracias a un sistema de alta tecnología telemática, el Papa dio el mando para iluminar este árbol al tocar la pantalla de un “tablet” Sony con sistema operativo Android, que, a través de Internet comunicaba con un servidor web, conectado al sistema que suministra la corriente eléctrica al abeto. Este sugestivo árbol navideño cubre una superficie que roza los 130.000 metros cuadrados; 300 luces verdes forman su silueta y se ilumina con 400 luces multicolores; está rematado por una cometa de 250 puntos luminosos con una superficie de 1.000 metros cuadrados. 

Por medio de una conexión en vídeo del Centro Televisivo Vaticano (CTV), se pudo ver al Santo Padre en Gubbio. Además, el acto fue transmitido por diversas televisiones nacionales e internacionales. Desde 1981, un grupo de voluntarios coloca el árbol en la ladera del monte Ingino a cuyos pies está situada Gubbio. El abeto se extiende, sobre una base de 450 metros, a lo largo de 750 metros por las faldas del monte partiendo de las murallas de la ciudad medieval, hasta llegar a la basílica de su patrón, San Ubaldo, en la cima de la montaña. El árbol se enciende todos los años, el 7 de diciembre, durante una fiesta tradicional en la que participan representantes del mundo de la cultura, las instituciones, las ciencias y el espectáculo  

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