Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí.

Evangelio Diario y Meditación

+Santo Evangelio:

Evangelio según San Juan 6,52-59. 

Los judíos discutían entre sí, diciendo: «¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?». 

Jesús les respondió: «Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. 

El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. 

Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. 

El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. 

Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí. 

Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente». 

Jesús enseñaba todo esto en la sinagoga de Cafarnaún. 

+Meditación:

Santa Teresa Benedicta de la Cruz, Edith Stein, (1891-1942), carmelita mártir.

    El camino que conduce a la vida interior y a los coros de los espíritus bienaventurados cantando el eterno Sanctus, es Cristo. Su sangre es la cortina del Templo a través de la cual penetramos en el Santo de los Santos de la vida divina (Heb 9,11; 10,20). Por el bautismo y el sacramento de la penitencia nos purifica del pecado, abre nuestros ojos a la luz eterna, abre nuestros oídos para percibir la Palabra divina, abre nuestros labios para entronar el canto de alabanza, para orar la plegaria de reconciliación, de petición, de acción de gracias; y todas estas plegarias no son otra cosa que formas diversas de la única y misma adoración… 

    Mas, por encima de todo, la persona de Cristo es el sacramento que hace de todos nosotros los miembros de su cuerpo. Participando en el sacrificio y a la comida sagrada, siendo alimentados con el cuerpo y la sangre de Jesús, nosotros mismos llegamos a ser su cuerpo y su sangre. Y es solamente cuando llegamos a ser miembros de su cuerpo, y en la medida en que lo somos de verdad, que su Espíritu puede vivificarnos y reinar en nosotros… Llegamos a ser miembros del cuerpo de Cristo «no solamente por el amor…, sino también, y muy realmente, siendo uno con su carne: y esto se realiza a través de la comida que él nos ha ofrecido para demostrarnos el deseo que él tiene de nosotros.  Por eso él mismo se ha abajado hasta llegar  nosotros  y es él quien modela en nosotros su propio cuerpo, para que seamos uno, al igual que el cuerpo está unido a la cabeza» (S. Juan Crisóstomo). En tanto que miembros de su cuerpo, animados por su mismo Espíritu, nos ofrecemos  nosotros mismos en sacrificio « por él, con él y en él» y unimos nuestras voces a la acción de gracias eterna.

                                

                                                                                                   

+Comunión Espiritual: 

  Dices: «Venid a mí todos los que tenéis trabajos y estáis cargados, que yo os recrearé» (Mt 11,28). ¡Oh dulce y amable palabra en los oídos del pecador! ¡Que tú, Señor Dios mío, convidas al pobre y al mendigo a la comunión de tu santísimo cuerpo!  Mas, ¿quién soy yo, Señor, para que presuma llegar a ti? Veo que no cabes en los cielos de los cielos, y tú dices: «¡Venid a mí todos!”.  ¿Qué quiere decir esta tan piadosísima dignación y este tan amistoso convite? ¿Cómo osaré llegarme yo que no reconozco en mí cosa buena en que pueda confiar? ¿Cómo te hospedaré en mi casa yo, que tantas veces ofendí tu benignísima presencia? Los ángeles y arcángeles tiemblan; los santos y justos temen, y tú dices: «!Venid a mí todos!”. Si tú, Señor, no dijeses esto, ¿quién lo creería?  Y si tú no lo mandases, ¿quién osaría llegarse a ti?” (Imitación de Cristo, IV)