Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ustedes no las pueden comprender ahora

Evangelio Diario y Meditación

+Santo Evangelio:

Evangelio según San Juan 16,12-15. 

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: 

«Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ustedes no las pueden comprender ahora. 

Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los introducirá en toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo. 

El me glorificará, porque recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes. 

Todo lo que es del Padre es mío. Por eso les digo: ‘Recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes’.»

+Meditación:

San Antonio de Padua (1195-1231), franciscano

    El Espíritu Santo, el Paráclito, el Defensor, es aquel que el Padre y el Hijo envían al alma de los justos como un aliento de vida. Por él que somos santificados y merecemos ser santos. El aliento humano es la vida del cuerpo; el aliento divino es la vida de los espíritus. El aliento humano nos hace sensibles; el aliento divino nos hace santos. Este Espíritu es Santo, porque sin él ningún espíritu, ni angélico ni humano, puede ser santo. 

    “El Padre, dice Jesús, os lo enviará en mi nombre” (Jn 14,26), es decir, en mi gloria, para manifestar mi gloria; y también, porque él tiene el mismo nombre que el Hijo: es Dios. “Me glorificará” porque os convertirá en espirituales, y os hará comprender que el Hijo es igual al Padre y no sólo hombre como vosotros lo veis, y porque os quitará vuestro temor y os hará anunciar mi gloria al mundo entero. Por eso, mi gloria, es la salvación de los hombres. 

    “Os enseñará todas las cosas”. “Hijos de Sión, dice el profeta Joel, alegraos, porque el Señor vuestro Dios os ha dado a aquel que enseña la justicia (2,23 Vulg), que os enseñará todo lo que se refiere a la salvación.

                                                                                                                                   

+Comunión Espiritual: 


  Dices: «Venid a mí todos los que tenéis trabajos y estáis cargados, que yo os recrearé» (Mt 11,28). ¡Oh dulce y amable palabra en los oídos del pecador! ¡Que tú, Señor Dios mío, convidas al pobre y al mendigo a la comunión de tu santísimo cuerpo!  Mas, ¿quién soy yo, Señor, para que presuma llegar a ti? Veo que no cabes en los cielos de los cielos, y tú dices: «¡Venid a mí todos!”.  ¿Qué quiere decir esta tan piadosísima dignación y este tan amistoso convite? ¿Cómo osaré llegarme yo que no reconozco en mí cosa buena en que pueda confiar? ¿Cómo te hospedaré en mi casa yo, que tantas veces ofendí tu benignísima presencia? Los ángeles y arcángeles tiemblan; los santos y justos temen, y tú dices: «!Venid a mí todos!”. Si tú, Señor, no dijeses esto, ¿quién lo creería?  Y si tú no lo mandases, ¿quién osaría llegarse a ti?” (Imitación de Cristo, IV)