Esta es la Vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu Enviado, Jesucristo.
Evangelio Diario y Meditación
+Santo Evangelio:
Evangelio según San Juan 17,1-11a.
Jesús levantó los ojos al cielo, diciendo:
«Padre, ha llegado la hora: glorifica a tu Hijo para que el Hijo te glorifique a ti,
ya que le diste autoridad sobre todos los hombres, para que él diera Vida eterna a todos los que tú les has dado.
Esta es la Vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu Enviado, Jesucristo. Yo te he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste. Ahora, Padre, glorifícame junto a ti, con la gloria que yo tenía contigo antes que el mundo existiera.
Manifesté tu Nombre a los que separaste del mundo para confiármelos. Eran tuyos y me los diste, y ellos fueron fieles a tu palabra.
Ahora saben que todo lo que me has dado viene de ti, porque les comuniqué las palabras que tú me diste: ellos han reconocido verdaderamente que yo salí de ti, y han creído que tú me enviaste. Yo ruego por ellos: no ruego por el mundo, sino por los que me diste, porque son tuyos. Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío, y en ellos he sido glorificado.
Ya no estoy más en el mundo, pero ellos están en él; y yo vuelvo a ti.»
+Meditación:
San Agustín, ut supra
He aquí el orden de estas palabras: «Que a ti y al que enviaste Jesucristo, conozcan por el solo verdadero Dios». Por consiguiente se entiende también el Espíritu Santo, porque es Espíritu del Padre y del Hijo, como amor consustancial de los dos. Así, el Hijo te glorifica haciendo que todos los que tú le diste te conozcan. Si el conocimiento de Dios es la vida eterna, nosotros progresaremos tanto más en la vida eterna cuanto más aprovechemos en el conocimiento de Dios. Pero nosotros no hemos de morir en la vida eterna, y entonces será perfecto el conocimiento de Dios, cuando ya no habrá muerte, y entonces la glorificación de Dios será suprema, porque también lo será la gloria. Los antiguos definieron así la gloria: la aclamación del nombre de alguno con alabanza. Pero si el hombre se cree glorificado cuando es famoso su nombre, ¿cuánta no será la gloria de Dios, cuando se verá en sí mismo? Esta es la razón por la que está escrito: «Bienaventurados los que habitan en tu casa, porque te alabarán en los siglos de los siglos» ( Sal 83,5). Allí será la alabanza eterna, donde será pleno el conocimiento de Dios y, por tanto, su glorificación.
+Comunión Espiritual:
Dices: «Venid a mí todos los que tenéis trabajos y estáis cargados, que yo os recrearé» (Mt 11,28). ¡Oh dulce y amable palabra en los oídos del pecador! ¡Que tú, Señor Dios mío, convidas al pobre y al mendigo a la comunión de tu santísimo cuerpo! Mas, ¿quién soy yo, Señor, para que presuma llegar a ti? Veo que no cabes en los cielos de los cielos, y tú dices: «¡Venid a mí todos!”. ¿Qué quiere decir esta tan piadosísima dignación y este tan amistoso convite? ¿Cómo osaré llegarme yo que no reconozco en mí cosa buena en que pueda confiar? ¿Cómo te hospedaré en mi casa yo, que tantas veces ofendí tu benignísima presencia? Los ángeles y arcángeles tiemblan; los santos y justos temen, y tú dices: «!Venid a mí todos!”. Si tú, Señor, no dijeses esto, ¿quién lo creería? Y si tú no lo mandases, ¿quién osaría llegarse a ti?” (Imitación de Cristo, IV)