Las que estaban preparadas entraron con él en la sala nupcial y se cerró la puerta.

Evangelio Diario y Meditación

+Santo Evangelio:

Evangelio según San Mateo 25,1-13. Por eso, el Reino de los Cielos será semejante a diez jóvenes que fueron con sus lámparas al encuentro del esposo. 

Cinco de ellas eran necias y cinco, prudentes. 

Las necias tomaron sus lámparas, pero sin proveerse de aceite, mientras que las prudentes tomaron sus lámparas y también llenaron de aceite sus frascos. 

Como el esposo se hacía esperar, les entró sueño a todas y se quedaron dormidas. 

Pero a medianoche se oyó un grito: ‘Ya viene el esposo, salgan a su encuentro’. 

Entonces las jóvenes se despertaron y prepararon sus lámparas. 

Las necias dijeron a las prudentes: ‘¿Podrían darnos un poco de aceite, porque nuestras lámparas se apagan?’. 

Pero estas les respondieron: ‘No va a alcanzar para todas. Es mejor que vayan a comprarlo al mercado’. 

Mientras tanto, llegó el esposo: las que estaban preparadas entraron con él en la sala nupcial y se cerró la puerta. 

Después llegaron las otras jóvenes y dijeron: ‘Señor, señor, ábrenos’, 

pero él respondió: ‘Les aseguro que no las conozco’. 

Estén prevenidos, porque no saben el día ni la hora. 

+Meditación:

San Jerónimo

La tradición judía es que Cristo vendrá a media noche como en tiempo de los egipcios, cuando se celebró la Pascua y vino el Angel exterminador, y el Señor pasó por encima de los tabernáculos, y los postes de los frontispicios de nuestras casas fueron consagrados con la sangre del cordero. De lo que infiero que permanece la tradición apostólica, de que en el día de la vigilia de Pascua, no es lícito despedir al pueblo antes de media noche, esperando la venida de Cristo, para que después de pasado este tiempo se tenga la seguridad de que todos celebran el día festivo. Por lo que dice el salmo: «Me levantaba a media noche a confesar tu nombre» ( Sal 118,62).

De repente, y como en intempestiva hora de la noche, tranquilos todos, y cuando sea más pesado el sueño, los ángeles que precedan al Señor anunciarán al clamor de sonoras trompetas la venida de Jesucristo, significada por estas palabras: «He aquí que viene el esposo; salid a su encuentro”.

Pero las vírgenes que sienten apagarse sus lámparas, hacen ver que en parte alumbran; pero no con luz inextinguible, ni con obras duraderas. Si, pues, alguno tiene alma pura y ama la honestidad, no debe contentarse con aquellas obras mediocres y que pronto se agostan; sino con perfectas virtudes para que brillen eternamente.

Las vírgenes prudentes responden así no por avaricia, sino por temor, pues cada uno recibirá el premio por sus obras. Ni en el día del juicio podrán compensarse los vicios de los unos con las virtudes de los otros. Aconsejan las vírgenes prudentes, que no vayan a recibir al esposo sin aceite en las lámparas. Y sigue: «Más vale que vayáis a la tienda y lo compréis».

Este aceite se compra y se vende a mucho precio, y se logra con mucho trabajo: no sólo con las limosnas, sino también con las virtudes y consejos de los maestros.

Como había ya pasado el tiempo de vender y llegado el día del juicio, no había lugar a penitencia ni a hacer nuevas obras buenas, y se ven obligados a dar cuenta de las pasadas. Por eso sigue: «Mientras fueron a comprarlo vino el esposo; y las que estaban preparadas, entraron con él a las bodas”.

En verdad es magnífica confesión esta apelación a Dios y es digno de premio este indicio de fe: pero ¿de qué sirve invocar con la voz a quien niegas con las obras?

Conoce, pues, el Señor a los suyos, y el que no le conoce será desconocido ( 2Tim 2,19). Y aunque sean vírgenes, ya por la pureza del cuerpo, o ya por la confesión de la verdadera fe, sin embargo, son desconocidas por el esposo porque no tienen aceite. De aquí se infiere aquello de «Vigilad, pues, porque ignoráis el día y la hora»: esta sentencia comprende todo lo que queda dicho antes; a fin de que siéndonos desconocido el día del juicio, nos preparemos solícitamente con la luz de las buenas obras.

  

+Comunión Espiritual:

De Santa Margarita María Alacoque:  “Padre eterno, permitid  que os  ofrezca el Corazón de Jesucristo,  vuestro  Hijo muy  amado, como se ofrece Él mismo, a Vos  en sacrificio. Recibid  esta ofrenda por mí, así como por todos los deseos, sentimientos, afectos  y actos de este Sagrado Corazón. Todos son  míos, pues Él se inmola por mí,  y yo no quiero tener en adelante otros deseos que los suyos. Recibidlos para concederme por  sus méritos todas las gracias que me son necesarias, sobre todo la gracia de la perseverancia  final. Recibidlos como otros tantos actos de amor, de adoración y alabanza que ofrezco a vuestra  Divina Majestad, pues por el Corazón de Jesús sois dignamente honrado y glorificado.” Amén.