Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia
Evangelio Diario y Meditación
+Santo Evangelio
Evangelio según San Marcos 16,15-18.
Entonces les dijo: «Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación.»
El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará.
Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán».
+Meditación
(Iluminando el sentido de las Escrituras con los Santos, los Padres de la Iglesia y el Magisterio)
San Agustín
De consensu evangelistarum, 3,25
¿Cómo, pues, pasó esto en el último día? El último día fue aquel en que vieron los Apóstoles al Señor por última vez en la tierra, que fue el cuadragésimo después de la resurrección. ¿Cómo, pues, se les tacha de no haber creído a los que vieron su resurrección, siendo así que ellos mismos le habían visto tantas veces después de ella? Debemos entender por tanto que, por abreviar, dijo San Marcos el último día, porque en él, a la entrada de la noche, tuvo lugar el último hecho, después que volvieron los discípulos del campo a Jerusalén, y encontraron, como dice San Lucas, a los once y a los que con ellos estaban hablando de la resurrección del Señor. Pero se encontraban allí también otros que no creían. En medio de los que estaban a la mesa, como dice San Marcos, y de los que hablaban del asunto, según nota San Lucas, se presentó el Señor y les dijo: «La paz sea con vosotros», palabras citadas por San Lucas (24,36) y San Juan (20,19). Y bien: entre las palabras que, según estos Evangelistas, dirigió el Señor a sus discípulos, se interpone el reproche del que habla San Marcos. Pero aquí se presenta otra dificultad, y es que no podrían estar comiendo juntos los once. Dice San Marcos que se apareció, a la entrada de la noche del día del Señor, siendo así que San Juan dice en términos precisos que no estaba con ellos Tomás, el cual debió salir de allí antes que entrara el Señor, y después que se unieron a los once los dos que volvieron del campo, como hallamos en San Lucas. Pero este Evangelista da lugar en su narración a suponer que había salido ya Tomás cuando hablaron del asunto, y que después entró el Señor. Y como San Marcos dice que se apareció a los once Apóstoles cuando estaban a la mesa, nos obliga a pensar que estaba Tomás allí, a menos que se refiriera a todos los Apóstoles, aunque estuviera uno ausente, puesto que con el número once se designaba a todo el colegio apostólico antes de que Matías ocupase el lugar de Judas. Y si esto es inadmisible, convengamos en que, después de haberles dado tantas pruebas de su resurrección, se apareció a los once reunidos en la mesa el día cuadragésimo. Y antes de subir al cielo, quiso reprocharles más en aquel día el que no hubiesen creído a los que habían visto su resurrección antes de verla ellos mismos, tanto más, cuanto que después de la ascensión habían de predicar el Evangelio a gentes que debían creer sin haber visto. Después de citar este reproche, dice San Marcos: «Por último, les dijo: Id por todo el mundo», y más adelante: «Pero el que no creyere será condenado». Y ¿acaso no era preciso que los que habían de predicar el Evangelio fueran reprendidos antes fuertemente porque, no viéndolo, no habían querido creer que se hubiese aparecido a otros el Señor?
+Conversión de San Pablo
San Agustín
Sermón 279
Desde lo alto del cielo la voz de Cristo derribó a Saulo: recibió la orden de no proseguir sus persecuciones, y cayó rostro en tierra. Era necesario que primeramente fuera abatido, y seguidamente levantado; primero golpeado, después curado. Porque jamás Cristo hubiera podido vivir en él si Saulo no hubiera muerto a su antigua vida de pecado. Una vez derribado en tierra ¿qué es lo que oye? «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Te es duro dar coces contra el aguijón.» (Hch 26,14). Y él respondió: «¿Quién eres, Señor?». Y la voz de lo alto prosiguió: «Yo soy Jesús de Nazaret a quien tú persigues». Los miembros están todavía en la tierra, es la cabeza que grita desde lo alto del cielo; no dice: «¿Por qué persigues a mis siervos?» sino «¿por qué me persigues?»
Y Pablo, que ponía todo su furor en perseguir, se dispone a obedecer: «¿Qué quieres que haga?» El perseguidor es transformado en predicador, el lobo se cambia en cordero, el enemigo en defensor. Pablo aprende qué es lo que debe hacer: si se quedó ciego, si le fue quitada la luz del mundo por un tiempo, fue para hacer brillar en su corazón la luz interior. Al perseguidor se le quitó la luz para devolvérsela al predicador; en el mismo momento en que no veía nada de este mundo, vio a Jesús. Es un símbolo para los creyentes: los que creen en Cristo deben fijar sobre él la mirada de su alma sin entretenerse en las cosas exteriores…
Saulo fue conducido a Ananías; el lobo devastador es llevado hasta la oveja. Pero el Pastor que desde lo alto del cielo lo conduce todo le asegura: «No temas. Yo le voy a descubrir todo lo que tendrá que sufrir a causa de mi nombre» (Hch 9,16). ¡Qué maravilla! El lobo cautivo es conducido hasta la oveja… El Cordero, que muere por las ovejas le enseña a no temer.
+Comunión Espiritual
De Santa Margarita María Alacoque: “Padre eterno, permitid que os ofrezca el Corazón de Jesucristo, vuestro Hijo muy amado, como se ofrece Él mismo, a Vos en sacrificio. Recibid esta ofrenda por mí, así como por todos los deseos, sentimientos, afectos y actos de este Sagrado Corazón. Todos son míos, pues Él se inmola por mí, y yo no quiero tener en adelante otros deseos que los suyos. Recibidlos para concederme por sus méritos todas las gracias que me son necesarias, sobre todo la gracia de la perseverancia final. Recibidlos como otros tantos actos de amor, de adoración y alabanza que ofrezco a vuestra Divina Majestad, pues por el Corazón de Jesús sois dignamente honrado y glorificado.” Amén.