¿No han leído ustedes que el Creador, desde el principio, los hizo varón y mujer

Evangelio Diario y Meditación

+Santo Evangelio

Evangelio según San Mateo 19,3-12. 

Se acercaron a él algunos fariseos y, para ponerlo a prueba, le dijeron: «¿Es lícito al hombre divorciarse de su mujer por cualquier motivo?». 

El respondió: «¿No han leído ustedes que el Creador, desde el principio, los hizo varón y mujer; y que dijo: Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre para unirse a su mujer, y los dos no serán sino una sola carne? 

De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Que el hombre no separe lo que Dios ha unido». 

Le replicaron: «Entonces, ¿por qué Moisés prescribió entregar una declaración de divorcio cuando uno se separa?». 

El les dijo: «Moisés les permitió divorciarse de su mujer, debido a la dureza del corazón de ustedes, pero al principio no era así. 

Por lo tanto, yo les digo: El que se divorcia de su mujer, a no ser en caso de unión ilegal, y se casa con otra, comete adulterio». 

Los discípulos le dijeron: «Si esta es la situación del hombre con respecto a su mujer, no conviene casarse». 

Y él les respondió: «No todos entienden este lenguaje, sino sólo aquellos a quienes se les ha concedido. 

En efecto, algunos no se casan, porque nacieron impotentes del seno de su madre; otros, porque fueron castrados por los hombres; y hay otros que decidieron no casarse a causa del Reino de los Cielos. ¡El que pueda entender, que entienda!». 

+Meditación:

Benedicto XVI 

A quien le preguntaba si era lícito al marido repudiar a su mujer, como preveía un precepto de la ley mosaica (cf. Dt 24, 1), responde que se trataba de una concesión hecha por Moisés por la «dureza del corazón», mientras que la verdad del matrimonio se remontaba «al principio de la creación», cuando «Dios ―como está escrito en el libro del Génesis― los creó hombre y mujer. Por eso el hombre abandonará a su padre y a su madre y serán los dos una sola carne» (Mc 10, 6-7; cf. Gn 1, 27; 2, 24). Y Jesús añadió:  «De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre» (Mc 10, 8-9). Este es el proyecto originario de Dios, como recordó también el concilio Vaticano II en la constitución Gaudium et spes: «La íntima comunidad de vida y amor conyugal, fundada por el Creador y provista de leyes propias, se establece con la alianza del matrimonio… El mismo Dios es el autor del matrimonio» (n. 48).

Mi pensamiento se dirige a todos los esposos cristianos:  juntamente con ellos doy gracias al Señor por el don del sacramento del matrimonio, y los exhorto a mantenerse fieles a su vocación en todas las etapas de la vida, «en las alegrías y en las tristezas, en la salud y en la enfermedad», como prometieron en el rito sacramental. Ojalá que, conscientes de la gracia recibida, los esposos cristianos construyan una familia abierta a la vida y capaz de afrontar unida los numerosos y complejos desafíos de nuestro tiempo. Hoy su testimonio es especialmente necesario. Hacen falta familias que no se dejen arrastrar por modernas corrientes culturales inspiradas en el hedonismo y en el relativismo, y que más bien estén dispuestas a cumplir con generosa entrega su misión en la Iglesia y en la sociedad.

En la exhortación apostólica Familiaris consortio, el siervo de Dios Juan Pablo II escribió que «el sacramento del matrimonio constituye a los cónyuges y padres cristianos en testigos de Cristo «hasta los últimos confines de la tierra», como auténticos «misioneros» del amor y de la vida» (cf. n. 54). Esta misión se ha de realizar tanto en el seno de la familia ―especialmente mediante el servicio recíproco y la educación de los hijos― como fuera de ella, pues la comunidad doméstica está llamada a ser signo del amor que Dios tiene a todos. La familia cristiana sólo puede cumplir esta misión si cuenta con la ayuda de la gracia divina. Por eso es necesario orar sin cansarse jamás y perseverar en el esfuerzo diario de mantener los compromisos asumidos el día del matrimonio. Sobre todas las familias, especialmente sobre las que atraviesan dificultades, invoco la protección maternal de la Virgen y de su esposo san José. María, Reina de la familia, ruega por nosotros.      

                                 

+Comunión Espiritual:

De Santa Margarita María Alacoque

  “Padre eterno, permitid  que os  ofrezca el Corazón de Jesucristo,  vuestro  Hijo muy  amado, como se ofrece Él mismo, a Vos  en sacrificio. Recibid  esta ofrenda por mí, así como por todos los deseos, sentimientos, afectos  y actos de este Sagrado Corazón. Todos son  míos, pues Él se inmola por mí,  y yo no quiero tener en adelante otros deseos que los suyos. Recibidlos para concederme por  sus méritos todas las gracias que me son necesarias, sobre todo la gracia de la perseverancia  final. Recibidlos como otros tantos actos de amor, de adoración y alabanza que ofrezco a vuestra  Divina Majestad, pues por el Corazón de Jesús sois dignamente honrado y glorificado.” Amén.