Cuídense de toda avaricia, porque aún en medio de la abundancia, la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas

+Santo Evangelio:

Evangelio según San Lucas 12,13-21. 

En aquel tiempo: 

Uno de la multitud le dijo: «Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia». 

Jesús le respondió: «Amigo, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre ustedes?». 

Después les dijo: «Cuídense de toda avaricia, porque aún en medio de la abundancia, la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas». 

Les dijo entonces una parábola: «Había un hombre rico, cuyas tierras habían producido mucho, y se preguntaba a sí mismo: ‘¿Qué voy a hacer? No tengo dónde guardar mi cosecha’. 

Después pensó: ‘Voy a hacer esto: demoleré mis graneros, construiré otros más grandes y amontonaré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y date buena vida’. 

Pero Dios le dijo: ‘Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has amontonado?’. 

Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para sí, y no es rico a los ojos de Dios”.

+Meditación:

Meditación del Papa Francisco

En la Liturgia resuena la palabra provocadora de Eclesiastés: «vanidad de vanidades… todo es vanidad». Los jóvenes son particularmente sensibles al vacío de significado y de los valores que a menudo les rodean. Y lamentablemente pagan las consecuencias. Sin embargo el encuentro con Jesús vivo, en su gran familia que es la Iglesia, llena el corazón de alegría, porque lo llevan de verdadera vida, de un bien profundo, que no pasa y no se marchita: lo hemos visto sobre los rostros de los jóvenes en Río.

Pero esta experiencia debe afrontar la vanidad cotidiana, el veneno del vacío que se insinúa en nuestras sociedades basadas en el beneficio y en el haber, que engañan a los jóvenes con el consumismo. El Evangelio de este domingo nos llama la atención precisamente sobre lo absurdo de basar la propia felicidad en el haber. El rico se dice a sí mismo: «Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, como, bebe y date buena vida». Pero Dios le dijo: «Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has amontonado?». Queridos hermanos y hermanas la verdadera riqueza es el amor de Dios, compartido con los hermanos. Ese amor que viene de Dios y hace que lo compartamos y nos ayudamos entre nosotros. Quién experimenta esto no teme a la muerte, y recibe la paz del corazón. Confiamos esta intención, esta intención de recibir el amor de Dios y compartirlo con los hermanos, a la intercesión de la Virgen María. (Ángelus de S.S. Francisco, 4 de agosto de 2013).

Meditación San Basilio (c. 330-379), monje y obispo 

Homilía 6, sobre la riqueza; PG 31, 261s  

     «¿Qué haré?» Había una respuesta muy rápida: «Saciaré las almas de los hambrientos; abriré mis graneros e invitaré a todos los que están en necesidad… Haré que escuchen una palabra generosa: Todos los que estáis faltos de pan, venid a mí; cada uno según su necesidad, tomad la parte de los dones que Dios nos ha concedido y que fluyen como de una fuente pública». ¡Pero tú, hombre rico insensato, estás muy lejos de ello! ¿Por qué razón? Celoso de ver a los demás gozar de sus riquezas, te entregas a cálculos miserables, te inquietas por saber no cómo distribuir a cada uno lo indispensable, sino cómo recoger todo el conjunto y así privar a los demás de la ganancia que podían sacar de ello…

     Y vosotros, hermanos míos, ¡poned atención para no llegar a la misma suerte que este hombre! Si la Escritura nos ofrece este ejemplo es para que evitemos el comportarnos de modo semejante. Imita la tierra: como ella, da frutos y no te comportes de manera más mala que ella, la cual, sin embargo, está desprovista de alma. La tierra da su cosecha no para gozar de ella, sino para hacerte un servicio a ti. Por el contrario, todo el fruto de tu benevolencia, lo recoges para ti mismo, puesto que las gracias de las que nacen las obras buenas retornan a los dispensadores de las mismas. Has dado al que tenía hambre y eso que has dado sigue siendo tuyo e incluso te puede volver aumentado. Así como el grano de trigo que cae en tierra aprovecha a aquel que lo ha sembrado, el pan dado al que tiene hambre será más tarde para ti un provecho mucho mayor. Que el fin de tus trabajos sea para ti el comienzo de la siembra en el cielo.

+Comunión Espiritual:

De santa Margarita Mª Alacoque

“Dios mío, te adoro oculto en esta sagrada Hostia. ¿Es posible que te hayas reducido a tan humilde morada, para venir a mí y permanecer corporalmente conmigo?

Los cielos son indignos para alojarte!, y ¿te contentas, para estar conmigo siempre, con estas pobres especies? ¡Bondad inconcebible!

¿Podría yo creer esta maravilla si Tú mismo no me la asegurases?

 ¡Oh Dios de la majestad, pero también Dios del amor!v¡Que no sea yo todo entendimiento para conocer esta misericordia, todo corazón para agradecerla, toda lengua para publicarla!

Tú, oh Dios de mi corazón, me has creado para ser objeto de tu amor infinito ¿cómo puedo no desear poseerte? Te abro mi corazón, te ofrezco mi pecho, mi boca y mi lengua para que vengas a mí.

Ven, ven, divino Sol mío. Ven, Médico caritativo de mi alma. Ven, Jesús, el más fiel, el más tierno, el más dulce y más amable de todos los amigos, Ven a mi corazón.”