Uno de vosotros me entregará


«¿Cuánto me darán si se lo entrego?»

+Santo Evangelio


Evangelio según San Mateo 26,14-75.27,1-66.

Uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a ver a los sumos sacerdotes

y les dijo: «¿Cuánto me darán si se lo entrego?». Y resolvieron darle treinta monedas de plata.

Desde ese momento, Judas buscaba una ocasión favorable para entregarlo…



+PADRES DE LA IGLESIA


San Agustín

De consensu evangelistarum 3,6

Entre las predichas afrentas del Señor, tuvieron lugar las tres negaciones de Pedro, las cuales no todos los evangelistas refieren en el mismo orden. San Lucas explica primero la tentación de Pedro, y después las afrentas del Señor; pero San Mateo y San Marcos las cuentan primero y después la tentación de Pedro. Así pues, dice: «Pero Pedro estaba sentado fuera en el atrio”.

Se entiende que luego que salió fuera, habiéndole negado una vez, el gallo cantó primero, que es lo que San Marcos dice.

No le negó la segunda vez estando fuera delante de la puerta, sino cuando volvía al fuego, pues aun no había salido ni le había visto fuera la otra criada, sino que al salir le vio. Esto es, que al levantarse para salir le conoció, y dijo a los que allí estaban, esto es, a los que se calentaban con él al fuego en el atrio: «Y éste estaba con Jesús Nazareno». Pero él, que había salido, oído esto, regresó, para excusarse negando. O como es más creíble no oyó lo que de él se había dicho al salir, y cuando volvió, le dijeron la criada y aquel otro de quien hace mención San Lucas: «Y tú eres de ellos». O como refiere San Juan: ¿acaso eres tú también de los discípulos de este hombre?

Hablemos ya de la tercera negación. Sigue pues: «Poco después se acercaron los que estaban y dijeron a Pedro: verdaderamente tú eres de ellos». Pero San Lucas dijo: «Y pasado un rato como de una hora» ( Lc 22,59). Y como para convencerle, añaden enseguida: «Pues tu lenguaje te descubre”.

Tres veces negó Pedro. El error, pues, de los herejes acerca de Cristo, se formula de tres maneras, pues yerran en cuanto a su Divinidad, o en cuanto a su humanidad, o en ambas cosas.

San Juan Crisóstomo

 Homiliae in Matthaeum, hom. 86,2

Pilato también quiso salvar a Jesús, apoyado en esta costumbre. Y para que los judíos no tengan ninguna sombra de excusa, pone en parangón con Jesucristo a un homicida conocido de todos. Acerca de lo cual sigue: «Y a la sazón tenía un preso muy famoso, que se llamaba Barrabás». No solamente era ladrón, sino ladrón insigne, esto es, célebre por su maldad.

Como diciendo: si no queréis dejarlo en libertad como inocente, dejadlo, al menos, como condenado, pero libre por la festividad. Y si convenía dejarlo libre cuando fuese verdaderamente culpable, con mucha más razón en caso de duda. Véase cómo se invirtió el orden en esta ocasión. La petición en favor de los condenados, se hacía por medio del pueblo y la concesión era propia del príncipe. Pero ahora sucede lo contrario. El príncipe pide al pueblo, y el pueblo se vuelve más cruel.

Después añade otra razón que es suficiente para que todos desistiesen de su pasión. Sigue: «Y estando él sentado en el tribunal, le envió a decir su mujer: Nada tengas tú con aquel justo». Porque además de las pruebas que eran públicas, era de mucho peso lo que en sueños había visto.

¿Pero por qué Pilato no veía el mismo sueño? Porque ella era más digna, o porque si Pilato lo hubiese visto, tampoco hubiese sido creído, o tal vez no lo hubiera revelado. Y por esto es disposición de Dios, lo que ve la mujer, para que sea manifiesto a todos. Y no ve más, sino que sufre mucho. Sigue pues: «Porque muchas cosas he padecido hoy en visión por causa de él». Con esto se proponía moverlo a compasión, para que sintiese como ella y desistiera de la condenación a muerte; pero el tiempo apremiaba, pues en aquella misma noche había tenido el sueño.

Nada de lo dicho movió a los enemigos del Salvador, cegados enteramente por la envidia. Por lo que se dedican a contaminar a la plebe, con su misma malicia. Y esto es lo que dice a continuación: «Mas los príncipes de los sacerdotes y los ancianos persuadieron al pueblo que pidiese a Barrabás, y que hiciese morir a Jesús».

Mira aquí la gran perfidia de los judíos, su impiedad y su funesto apasionamiento no les permite ver lo que les conviene prever. Y se maldicen a sí mismos, diciendo: su sangre sea sobre nosotros, y atraen también la maldición divina sobre sus hijos, diciendo: y sobre nuestros hijos. Pero nuestro Dios misericordioso, no aceptó esta imprecación, y se dignó recibir a muchos de sus hijos, que hicieron penitencia: porque San Pablo era de ellos, y muchos miles de fieles, que creyeron, cuando se predicó en Jerusalén.


+CATECISMO DE LA IGLESIA


557: «Como se iban cumpliendo los días de su asunción, él se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén» (Lc 9, 51). Por esta decisión, manifestaba que subía a Jerusalén dispuesto a morir. En tres ocasiones había repetido el anuncio de su Pasión y de su Resurrección. Al dirigirse a Jerusalén dice: «No cabe que un profeta perezca fuera de Jerusalén» (Lc 13, 33).

558: Jesús recuerda el martirio de los profetas que habían sido muertos en Jerusalén. Sin embargo, persiste en llamar a Jerusalén a reunirse en torno a él: «¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina reúne a sus pollos bajo las alas y no habéis querido!» (Mt 23, 37b). Cuando está a la vista de Jerusalén, llora sobre ella y expresa una vez más el deseo de su corazón: «¡Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz! Pero ahora está oculto a tus ojos» (Lc 19, 41-42).

559: ¿Cómo va a acoger Jerusalén a su Mesías? Jesús rehuyó siempre las tentativas populares de hacerle rey, pero elige el momento y prepara los detalles de su entrada mesiánica en la ciudad de «David, su padre» (Lc 1, 32). Es aclamado como hijo de David, el que trae la salvación («Hosanna» quiere decir «¡sálvanos!», «¡Danos la salvación!»). Pues bien, el «Rey de la Gloria» (Sal 24, 7-10) entra en su ciudad «montado en un asno» (Zac 9, 9): no conquista a la hija de Sión, figura de su Iglesia, ni por la astucia ni por la violencia, sino por la humildad que da testimonio de la Verdad. Por eso los súbditos de su Reino, aquel día fueron los niños y los «pobres de Dios», que le aclamaban como los ángeles lo anunciaron a los pastores. Su aclamación, «Bendito el que viene en el nombre del Señor» (Sal 118, 26), ha sido recogida por la Iglesia en el «Sanctus» de la liturgia eucarística para introducir al memorial de la Pascua del Señor.

560: La entrada de Jesús en Jerusalén manifiesta la venida del Reino que el Rey-Mesías llevará a cabo mediante la Pascua de su Muerte y de su Resurrección. Con su celebración, el Domingo de Ramos, la liturgia de la Iglesia abre la Semana Santa.


+PONTÍFICES



+COMUNIÓN ESPIRITUAL: 


  Dices: «Venid a mí todos los que tenéis trabajos y estáis cargados, que yo os recrearé» (Mt 11,28). ¡Oh dulce y amable palabra en los oídos del pecador! ¡Que tú, Señor Dios mío, convidas al pobre y al mendigo a la comunión de tu santísimo cuerpo!  Mas, ¿quién soy yo, Señor, para que presuma llegar a ti? Veo que no cabes en los cielos de los cielos, y tú dices: «¡Venid a mí todos!”.  ¿Qué quiere decir esta tan piadosísima dignación y este tan amistoso convite? ¿Cómo osaré llegarme yo que no reconozco en mí cosa buena en que pueda confiar? ¿Cómo te hospedaré en mi casa yo, que tantas veces ofendí tu benignísima presencia? Los ángeles y arcángeles tiemblan; los santos y justos temen, y tú dices: «!Venid a mí todos!”. Si tú, Señor, no dijeses esto, ¿quién lo creería?  Y si tú no lo mandases, ¿quién osaría llegarse a ti?” (Imitación de Cristo, IV)  

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *