El científico cristiano va hacia adelante libremente

 


Es difícil ser astrofísico y sacerdote. Más aún si propones una teoría que cuestiona las investigaciones de Albert Einstein y revoluciona la astronomía. Eso le ocurrió a Georges Lemaître, padre de la teoría del origen del cosmos.


 

Uno de los principales problemas de la sociedad posmoderna es la desconfianza en el conocimiento humano. Así, no faltan quienes opinan que, con frecuencia, el hombre se deja arrastrar por ellos en todo lo que hace. Otros ponen en duda la certeza científica al considerar que sus modelos están sujetos a cambios. Sin embargo, la ciencia experimental aporta un conocimiento fiable porque sus modelos pueden demostrarse, y sus limitaciones  no restan importancia a los avances científicos ni a la capacidad racional que los hace posibles.

La ciencia es un camino privilegiado para buscar y encontrar la verdad, aunque esta sea parcial. Sirva como ejemplo una de las teorías físicas más popular: el Big Bang o expansión del universo, propuesta inicialmente por el astrofísico y sacerdote católico Georges Lemaître para explicar el origen del mundo.

La teoría de la relatividad. Todo empezó en 1915, cuando Albert Einstein publicó la teoría de la Relatividad general. Aunque casi toda Europa estaba implicada en la Gran Guerra, sus escritos saltaron al bando contrario y llegaron a las manos de Arthur Eddington. El entusiasmo del astrónomo británico fue tan grande, que tradujo al inglés el trabajo del físico alemán y no desaprovechó el eclipse solar de 1919 para comprobar algunas de las predicciones de dicha teoría. A partir de entonces, Einstein iba a adquirir una gran popularidad porque la teoría de la relatividad no solo modificaba la concepción del espacio y del tiempo, sino que permitía explicar el Universo en su conjunto.

Einstein fue el primer sorprendido al encontrar que la solución a sus ecuaciones daba como resultado un mundo cambiante, un Universo que inicialmente él mismo estimó en contracción. Como esto no le cabía en la cabeza, introdujo un término en las ecuaciones que contrarrestara el efecto gravitatorio: una fuerza repulsiva, a la que llamó constante cosmológica. Esta constante dotaba al espacio vacío de una presión que mantenía separados a los astros, logrando así un mundo acorde con su pensamiento: estático, finito y eterno. Años más tarde, Einstein comentaría que la introducción de esta constante en sus ecuaciones había sido el mayor error de su vida.

Entre tanto, el astrónomo holandés Willem de Sitter obtuvo en 1917 una solución a las ecuaciones del sabio alemán, sugiriendo la posibilidad de que el Universo fuera infinito. Por otro lado, el matemático ruso Alexander Friedmann consiguió en 1922 varias soluciones a estas ecuaciones, proponiendo universos que se contraían o que se expandían, según los valores que tomara la constante cosmológica. Cuando su trabajo se publicó en Alemania, Einstein respondió con una nota en la misma revista presumiendo un error matemático. El error resultó finalmente inexistente, pero Einstein tardó en rectificar, por lo que la propuesta de Friedmann cayó en el olvido.

En cambridge, junto a eddington. Georges Lemaître llegó becado como estudiante de posgrado. Había nacido a finales del siglo XIX en el sur de Bélgica y era el mayor de cuatro hermanos. Su padre había estudiado Derecho en la Universidad Católica de Lovaina (UCL) y tenía una fábrica de vidrio. 

Georges comenzó Ingeniería de Minas en Lovaina, pero sus estudios se vieron interrumpidos al estallar la Primera Guerra Mundial, en la que participó de artillero. Al acabar el conflicto bélico, volvió a las aulas, pero no para continuar los estudios de Ingeniería, sino para comenzar los de Física y Matemáticas, en los que se doctoró en 1920. Ese mismo año ingresó en el seminario de Malinas, y en 1923 recibió las órdenes sagradas. Su condición de sacerdote no fue obstáculo para continuar con su carrera científica y pidió ser admitido como estudiante investigador en Astronomía en la Universidad de Cambridge para el curso 1923-24. Allí fue alumno de Arthur Eddington, que le enseñó a conjugar la astronomía y la teoría de la relatividad.

Ambos científicos entendían la ciencia y la religión como dos caminos para llegar a la verdad y pronto simpatizaron. Según Eddington “la preocupación por la verdad es uno de los ingredientes de la naturaleza espiritual del ser humano […] En ciencia como en religión la verdad ilumina al frente como un faro mostrando el camino”. Comentaba, además, que la nueva concepción del Universo físico le ponía “en la situación de defender la religión frente a una determinada acusación: la de ser incompatible con la ciencia física”. Con todo, rechazaba “la idea de que la fe característica de la religión [pudiera] demostrarse a partir de los datos o de los métodos de la ciencia física”.

Por su parte, Lemaître recordaba que desde pequeño había soñado con ser científico y sacerdote: se “interesaba tanto por la verdad desde el punto de vista de la certeza científica como por la verdad desde el punto de vista de la salvación”. Por eso consideraba que “el científico cristiano va hacia adelante libremente, con la seguridad de que su investigación no puede entrar en conflicto con su fe”. No obstante, se mostraba contrario a la idea de “reducir a Dios a una hipótesis científica”.

Pero el pensamiento de Lemaître no había sido siempre el mismo. Durante la guerra le había dado vueltas a la idea de que el “Hágase la luz” del Génesis podía servir para explicar científicamente el comienzo del mundo. Fue en el seminario donde un anciano sacerdote le hizo ver que no tenía sentido buscar argumentos científicos en las Sagradas Escrituras…

 Al llegar a Cambridge, se reforzó su convencimiento de que “el científico debe mantenerse a igual distancia de dos actitudes extremas. Una, que le haría considerar los dos aspectos de su vida como dos compartimentos cuidadosamente aislados de donde sacaría, según las circunstancias, su ciencia o su fe. La otra, que le llevaría a mezclar y confundir inconsiderada e irreverentemente lo que debe permanecer separado”. En definitivamente, la potencialidad de la ciencia se expande libremente cuando esta al servicio y se deja iluminar y conducir por el misterio, cuyo horizonte era, para Lemaître, la Fe que abrazaba y celebraba.

El curso siguiente lo pasó entre la Universidad de Harvard y el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), donde se puso a trabajar en el tema de la tesis doctoral que Eddington le había sugerido.

En Estados Unidos tuvo la oportunidad de ponerse al corriente de los descubrimientos astronómicos más recientes. Hasta ese momento se pensaba que el Universo estaba formado por lo que hoy conocemos como la Vía Láctea, incluidas esas manchas difusas de luz, llamadas entonces “nebulosas”. Fue por entonces cuando Edwin Hubble amplió los horizontes al apuntar que esas “nebulosas” eran en realidad otras galaxias distintas de la nuestra. Por otro lado, Vesto Slipher había descubierto que el espectro de luz que había recogido de la mayor parte de las galaxias estaba desplazado hacia el rojo. No se sabía a ciencia cierta lo que esto podía significar, pero Harlow Shapley, apoyado en el efecto doppler, consideró que ese corrimiento hacia el rojo era consecuencia de que las galaxias se alejaban.

Un universo en expansión. Al término de sus estancias de investigación, Lemaître regresó a Bélgica para incorporarse como profesor en la UCL, gracias a la carta de recomendación que Eddington les había enviado. En sus primeros años de docencia recopiló todos los conocimientos adquiridos y, en abril de 1927, publicó un trabajo en el que recogía un catálogo de cuarenta y dos galaxias, de las que conocía las distancias con cierta aproximación, así como las velocidades con las que se alejaban. Estableció además la proporcionalidad entre ambas: cuanto más lejos se encontraba una galaxia, con mayor velocidad se alejaba. Es decir, asoció esa separación a la expansión del Universo.

Escribió que, “desde un punto de vista físico, todo sucedía como si el cero teórico fuera realmente un comienzo; saber si era verdaderamente un comienzo o más bien una creación, algo que empieza a partir de la nada, es una cuestión filosófica que no la pueden resolver consideraciones físicas o astronómicas”. En 1932, Lemaître volvió a EEUU con otra beca de investigación para poder justificar con datos astronómicos su teoría del Big Bang. En Harvard asistió a una conferencia de su antiguo profesor de Cambridge. Eddington comentó la hipótesis del Universo en expansión y proclamó su adhesión definitiva a ella. Los asistentes dirigieron sus miradas a Lemaître y le rindieron una ovación que consiguió emocionarle.

También visitó el Observatorio del Monte Wilson para cambiar impresiones con Hubble sobre la relación entre la distancia a las galaxias y su velocidad de alejamiento. Finalmente, llegó a Pasadena para impartir un seminario sobre su teoría cosmológica. A su término, Einstein –que estuvo presente– comentó que había sido “la más bella explicación de la Creación que he escuchado nunca”. Acto seguido, tuvo que admitir la expansión del Universo, aunque no cedió ante el Big Bang. No resulta fácil desprenderse de los prejuicios. En el fondo, es imposible no tenerlos. El problema radica en no reconocerlos.

 


Fuente: Eduardo Riaza, Nuestro Tiempo, Universidad de Navarra