Comentario de San Juan Crisóstomo al Evangelio de Mateo.
No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.
San Mateo 18,21-35.19,1.
Se adelantó Pedro y le dijo: «Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?».
Jesús le respondió: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.
Por eso, el Reino de los Cielos se parece a un rey que quiso arreglar las cuentas con sus servidores.
Comenzada la tarea, le presentaron a uno que debía diez mil talentos.
Como no podía pagar, el rey mandó que fuera vendido junto con su mujer, sus hijos y todo lo que tenía, para saldar la deuda.
El servidor se arrojó a sus pies, diciéndole: «Señor, dame un plazo y te pagaré todo».
El rey se compadeció, lo dejó ir y, además, le perdonó la deuda.
Al salir, este servidor encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, tomándolo del cuello hasta ahogarlo, le dijo: ‘Págame lo que me debes’.
El otro se arrojó a sus pies y le suplicó: ‘Dame un plazo y te pagaré la deuda’.
Pero él no quiso, sino que lo hizo poner en la cárcel hasta que pagara lo que debía.
Los demás servidores, al ver lo que había sucedido, se apenaron mucho y fueron a contarlo a su señor.
Este lo mandó llamar y le dijo: ‘¡Miserable! Me suplicaste, y te perdoné la deuda.
¿No debías también tú tener compasión de tu compañero, como yo me compadecí de tí?’.
E indignado, el rey lo entregó en manos de los verdugos hasta que pagara todo lo que debía.
Lo mismo hará también mi Padre celestial con ustedes, si no perdonan de corazón a sus hermanos».
Cuando Jesús terminó de decir estas palabras, dejó la Galilea y fue al territorio de Judea, más allá del Jordán.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 61
No manda esto llevado de un sentimiento cruel sino de un afecto inefable. Porque con esto quiere llenarle de santo temor y hacerle que suplique y no se venda. Resultado que se deja ver por lo que añade: «Y arrojándose a sus pies el siervo, le rogaba», etc.
Ved la sobreabundancia del amor divino. Pide el siervo que se le prolongue el tiempo y El le concede más de lo que le pide, perdonándole y concediéndole todas las deudas. Incluso hizo más. El quería darle desde el principio, pero no quería que su donativo viniese solo, sino acompañado de las súplicas del siervo, a fin de que no se retirase éste sin mérito personal. Mas no le perdonó las deudas antes de pedirle cuentas, para enseñarle cuántas eran las deudas que le perdonaba y hacerle de este modo más benigno para su consiervo. Todas las cosas hechas hasta ahora, fueron efectivamente oportunas. Confesó él sus deudas y el Señor prometió perdonárselas; suplicó arrojándose a sus pies y comprendió la grandeza de sus deudas; pero lo que después hizo fue indigno de lo primero. Porque sigue: «Y habiendo salido halló a uno de sus consiervos, que le debía cien denarios y trabando de él le quería ahogar», etcétera.
La diferencia que existe entre los pecados que se cometen contra el hombre y los que se cometen contra Dios, es tan grande como la que hay entre diez mil talentos y cien denarios. Esto se hace aun más claro por la diferencia de pecados y el corto número de los que pecan. Nosotros nos abstenemos y evitamos pecar delante del hombre que nos ve, y delante de Dios, que nos está viendo, no cesamos de pecar, obrando y hablando todo lo que nos parece sin el menor miedo. De aquí es, que la gravedad de estos pecados proviene no solamente porque los cometemos contra Dios, sino también porque los cometemos abusando de los beneficios con que El nos ha llenado. Porque El nos ha dado la existencia y todo lo ha creado por nosotros. Inspiró en nosotros un alma racional, nos mandó a su Hijo, nos abrió el cielo y nos hizo hijos suyos. ¿Le recompensaríamos nosotros dignamente aunque muriéramos todos los días por El? De ninguna manera, esto redundaría principalmente en utilidad nuestra y a pesar de esto, infringimos sus leyes.
Cuando se dice que salió, no se entiende que fue después de pasado mucho tiempo, sino inmediatamente, resonando aun en sus oídos las palabras del beneficio, abusó maliciosamente del perdón que le dio su Señor. Lo que después hizo, se ve por lo que sigue: «Y arrojándose su compañero a sus pies, le rogaba diciendo: Ten un poco de paciencia», etc.
Pero el ingrato siervo no respetó las palabras que lo salvaron. Porque sigue: «Mas él no quiso”.
Ved la caridad del Señor y la crueldad del siervo. El primero perdona diez mil talentos y el segundo no quiso perdonar cien denarios; el siervo pide a su Señor y obtiene el perdón completo de toda la deuda y al siervo su compañero le suplica que le deje tiempo para poder ganarlo y ni aun esto le concede. Se movieron a compasión los que no debían y por eso sigue: «Y viendo los otros siervos sus compañeros lo que pasaba, se entristecieron mucho”.
Y a decir verdad no lo llamó siervo malo cuando debía diez mil talentos, ni tampoco le injurió, sino que se compadeció de él. Por el contrario, cuando correspondió con ingratitud, entonces es cuando le dice siervo malo. Esto es lo que significan las palabras: «¿pues no debías tú también tener compasión?», etc.
Y puesto que no se hizo mejor por el beneficio, se le deja la pena para que se corrija. Por eso sigue: «Y enojado su Señor le hizo entregar a los atormentadores», etc. Y no dijo simplemente: «le entregó», sino «enojado», palabra que no empleó cuando mandó que fuese vendido y que es más bien propia de un amor que quiere corregir, que no de un desahogo de la cólera; mas aquí es la sentencia de un suplicio y de un castigo.
Todo esto nos manifiesta que será continuamente, esto es, eternamente castigado y que jamás habrá pagado. Aunque son irrevocables los dones y las vocaciones de Dios, sin embargo, la malicia ha llegado a tal punto, que parece destruye esta misma ley.