Reflexión a la luz de las enseñanzas del Papa Emérito Benedicto XVI

El Evangelio, explica el Papa Benedicto XVI, “nos presenta a Jesús que ‘con la potencia del Espíritu’ se dirige el sábado a la sinagoga de Nazaret” donde “se levantó para leer y encontró un pasaje del profeta Isaías que inicia así: ‘El Espíritu del Señor está sobre mí, / porque me ha consagrado por la unción./ Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres’”.

“Jesús de hecho, finalizada la lectura, en un silencio cargado de atención, dice: ‘Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír’”. (Lc 4, 21)

Pero la reacción de la asamblea fue deprimente. Se escandalizaron del Señor, y no lograron reconocer al mismo Mesías anunciado en Él. Lo reprobaron y rechazaron.

Quién intenta resplandecer ante los hombres con las cosas de Dios, termina opacando al Redentor en su propio corazón.

El Papa Benedicto XVI explica que quien aspira a «aumentar su propio prestigio personal y su propio poder» tergiversa el sentido de su vocación, y quienes se han comprometido a luchar contra el pecado que obstaculiza el camino a Dios, terminan siendo un obstáculo para el Señor, en la victoria contra el pecado.

«Quien sobre todo quiere realizar una ambición propia, alcanzar su propio éxito, será siempre esclavo de sí mismo y de la opinión pública», aseguró Benedicto XVI, puesto que «deberá adular y «adaptarse al cambio de las modas y de las opiniones», lo que le llevará a «condenar mañana lo que habrá alabado hoy» para lograr ser considerado. La vanagloria, la vanidad y el orgullo, son enemigos del Reino del Señor y el bien verdadero de nuestras almas.

Quien intenta, con la heredad de Dios alcanzar la seguridad en la propia vida temporal o para garantizarse una posición social”,  «no ama verdaderamente a Dios y a los demás, sino sólo a sí mismo”.

El mismo Papa Benedicto presenta la grandeza del testimonio de San Juan Bautista, que “no se limita a predicar la penitencia, la conversión, sino que, reconociendo a Jesús como «el Cordero de Dios» que vino a quitar el pecado del mundo (Jn 1, 29), tiene la profunda humildad de mostrar en Jesús al verdadero Enviado de Dios, poniéndose a un lado para que Cristo pueda crecer, ser escuchado y seguido. Como último acto, el Bautista testimonia con la sangre su fidelidad a los mandamientos de Dios, sin ceder o retroceder, cumpliendo su misión hasta las últimas consecuencias. San Beda, monje del siglo IX, en sus Homilías dice así: «San Juan dio su vida por Cristo, aunque no se le ordenó negar a Jesucristo; sólo se le ordenó callar la verdad» (cf. Hom. 23: CCL122, 354). Así, al no callar la verdad, murió por Cristo, que es la Verdad. Precisamente por el amor a la verdad no admitió componendas y no tuvo miedo de dirigir palabras fuertes a quien había perdido el camino de Dios.”

“Preguntamos: ¿de dónde nace esta vida, esta interioridad tan fuerte, tan recta, tan coherente, entregada de modo tan total por Dios y para preparar el camino a Jesús? La respuesta es sencilla: de la relación con Dios, de la oración, que es el hilo conductor de toda su existencia.” Esa es su grandeza, la plenitud de su paso por esta tierra.

“La vida cristiana exige, por decirlo así, el «martirio» de la fidelidad cotidiana al Evangelio, es decir, la valentía de dejar que Cristo crezca en nosotros, que sea Cristo quien oriente nuestro pensamiento y nuestras acciones. Pero esto sólo puede tener lugar en nuestra vida si es sólida la relación con Dios. La oración no es tiempo perdido, no es robar espacio a las actividades, incluso a las actividades apostólicas, sino que es exactamente lo contrario: sólo si somos capaces de tener una vida de oración fiel, constante, confiada, será Dios mismo quien nos dará la capacidad y la fuerza para vivir de un modo feliz y sereno, para superar las dificultades y dar testimonio de él con valentía.” De la oración brota el anhelo y el mayor testimonio en el apostolado: “Es necesario que Él crezca y que yo disminuya”(Jn 3, 22-30).

Carta de San Pablo a los Filipenses 2,1-4.


Hermanos:

Si la exhortación en nombre de Cristo tiene algún valor, si algo vale el consuelo que brota del amor o la comunión en el Espíritu, o la ternura y la compasión,

les ruego que hagan perfecta mi alegría, permaneciendo bien unidos. Tengan un mismo amor, un mismo corazón, un mismo pensamiento.

No hagan nada por espíritu de discordia o de vanidad, y que la humildad los lleve a estimar a los otros como superiores a ustedes mismos.

Que cada uno busque no solamente su propio interés, sino también el de los demás.


Fuentes:

AUDIENCIA GENERAL, Castelgandolfo ,Miércoles 29 de agosto del 2012

ÁNGELUS, 27 de Enero del 2013

AUDIENCIA GENERAL,  3 de Febrero del  2010

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