La Cuaresma llama a luchar contra el mal, empuñando como arma la cruz de Cristo, que vence al odio con el amor. 

(Benedicto XVI)  «Entrar en la Cuaresma», aclaró, «significa comenzar un tiempo de particular compromiso en el combate espiritual que nos opone al mal presente en el mundo, en cada uno de nosotros y a nuestro alrededor».

Explicando a los miles de peregrinos congregados en la plaza de San Pedro el sentido de este período de preparación para la pasión, muerte y resurrección de Jesús, explicó que «quiere decir mirar al mal cara a cara y disponerse a luchar contra sus efectos, sobre todo contra sus causas, hasta la causa última, que es Satanás».

Entrar en la Cuaresma, insistió, «significa no descargar el problema del mal sobre los demás, sobre la sociedad, o sobre Dios, sino que hay que reconocer las propias responsabilidades y asumirlas conscientemente».

En esta lucha el cristiano ha recibido de su maestro un arma, siguió indicando el obispo de Roma, «cargar cada uno con su propia «cruz»».

La «cruz», aclaró, «por más pesada que sea, no es sinónimo de desventura, de una desgracia que hay que evitar lo más posible, sino una oportunidad para seguir a Jesús y de este modo alcanzar la fuerza en la lucha contra el pecado y el mal».

 

«La Cruz es el único camino que lleva a la victoria del amor sobre el odio, de la generosidad sobre el egoísmo, de la paz sobre la violencia».

«Desde esta perspectiva, la Cuaresma es verdaderamente una ocasión de intenso compromiso ascético y espiritual fundamentado sobre la gracia de Cristo», añadió.

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