La  actitud de pedir perdón, distingue el alma con una capacidad de amar única…


Estoy seguro de que siempre habrá quien entienda la dicha de perder por ganar, de darse para encontrarse, de amar con grandeza de alma. (A. Llano)

Se han escrito un sin número de obras relacionadas con el perdón, de la misma forma desarrollado una gran diversidad de terapias, para ayudar a lograr al ser humano a que pueda perdonar. En lo personal  como articulista promotora de este gran valor, reconozco haber puntualizado más en  el acto de perdonar.

Hay que reconocer  la grandiosidad  que existe en el alma en el acto de pedir perdón junto con la persona que lo realiza. El acto de perdonar así como el de pedir perdón perfeccionan al hombre en su Ser. Para poder otorgar un perdón el alma ha sido acrisolada en etapas de purificación o acrisolamiento, esta etapa es el estado del sufrimiento acompañado del sinsentido.  El segundo nivel es la etapa de la iluminación o alumbramiento una nueva la luz ilumina el entendimiento humano para darle razón de ser al acrisolamiento y al sinsentido por el que ha vivido la persona. La tercera etapa es el de la unión, o, la comunión del ser humano y su alma con una realidad de carácter divino, como si fuera una fusión espiritual con un Ser Supremo.  Y claro, es auténticamente obra de Dios, cuando es la virtud infusa la que mueve el corazón, no solo al arrepentimiento, sino que incluso al abajamiento, aunque no se tenga directa responsabilidad en la situación, pero en vista a un bien superior, se inclina el orgullo y se pide perdón. (R. M. Ordaz)

 Después de pasar por este proceso aleccionador el hombre reconoce que necesita esta escuela de adiestramiento para ser fertilizado en excelencias. 

Profundicemos las extraordinarias palabras “perdóname o, me perdonas” hay un valor y verdad esplendorosa en dichos vocablos; ¿Por qué refiero el enunciado verdad esplendorosa? Porque un valor, una virtud, una dignidad es real y es verdad: la verdad nos dirige hacia la libertad interior. Cuando empleamos el término anti valores, nos referimos a algo que nos empobrece, minimiza y deteriora como personas, significa entonces que no es bueno para nosotros pues nos orienta hacia el vértigo, desestabiliza nuestro patrimonio moral. Descubrimos que un  anti valor esta asentado en la falacia.

La  actitud de pedir perdón, distingue el alma con una capacidad de amar única, nos evidencia su pedagogía reconciliadora de conquistar a través de su bondad y su alegría para hacer sentir bien a los demás; alegría que irradia por haber reencontrado su intensidad humana e integridad en el amor. No hay espacio en su interior para sentirse humillado, siempre se sentirá engrandecido; sabe que el perfecto amor expulsa fuera de su esencia todo temor. La persona y el alma no quieren ser causa de tristeza o herida en ningún espíritu humano. Anhelan construir y promover al mismo tiempo la capacidad de amar, comprender y perdonar en el hombre. Aquí el alma resplandece, irradia, contagia  todo lo que está en su torno gracias a la fragancia de su perfección.

Sólo existe una forma de pedir perdón y es con el corazón, desde abajo, con humildad, con verdadero arrepentimiento. Cuando se pide perdón así, definitivamente la nobleza obliga y ello lleva forzosamente a la misteriosa unción de la Misericodia.

Dijo el Papa Francisco que no es posible vivir sin perdonarse las recíprocas equivocaciones debidas a la fragilidad humana,  y volvió a destacar que el secreto para que la familia se vuelva cada vez más sólida, para curar las heridas, reside, precisamente, en no permitir que concluya la jornada sin pedir disculpas, sin que los esposos, los padres y los hijos hagan las paces. De manera que si aprendemos a vivir de este modo en la familia, lo haremos también afuera y por doquier. 

Enseña el Santo Padre: “la familia es un gran gimnasio para entrenar al don y al perdón recíproco, la familia es un gran gimnasio para entrenar al don y al perdón recíproco, sin el cual ningún amor puede ser duradero. Sin donarse, sin perdonarse, el amor no permanece, no dura. En la oración que Él mismo nos ha enseñado -es decir, el Padre Nuestro- Jesús nos hace pedirle al Padre: «Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden». Y al final comenta: «Si perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo también los perdonará a ustedes. Pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a ustedes» (Mt 6,12.14-15). No se puede vivir sin perdonarse, o al menos no se puede vivir bien, especialmente en familia. Cada día nos faltamos al respeto el uno al otro.

Debemos poner en consideración estos errores, debidos a nuestra fragilidad y a nuestro egoísmo. Lo que se nos pide es sanar inmediatamente las heridas que nos hacemos, retejer inmediatamente los hilos que rompemos en la familia. Si esperamos demasiado, todo se hace más difícil. Y hay un secreto simple para sanar las heridas y para disolver las acusaciones. Y es este: no dejar que termine el día sin pedirse perdón, sin hacer la paz entre el marido y la mujer, entre padres e hijos, entre hermanos y hermanas… ¡entre nuera y suegra! Si aprendemos a pedirnos inmediatamente perdón y a darnos el perdón recíproco, sanan las heridas, el matrimonio se robustece, y la familia se transforma en una casa más sólida, que resiste a los choques de nuestras pequeñas y grandes maldades. Y para esto no es necesario hacer un gran discurso, sino que es suficiente una caricia, una caricia y ha terminado todo y se recomienza, pero no terminar el día en guerra ¿entienden?”  (Audiencia 4-11-2015)