Que la virtud, sea purificada de todo aquello que la pudiera oscurecer. LAS TRES EDADES DE LA VIDA INTERIOR

LAS TRES EDADES DE LA VIDA INTERIOR

R. Garrigou-Lagrange  

No vamos a tratar aquí de la justicia en su más amplio sentido, que designa las virtudes en general, como cuando de S. José se dice que era justo. Hablamos de la virtud especial que inclina nuestra voluntad a dar a cada uno lo que le corresponde. La justicia conmutativa establece así, según derecho, el orden entre los individuos, regulando los cambios. La justicia distributiva pone orden en la sociedad, distribuyendo convenientemente entre los individuos los bienes de utilidad general, las ventajas y las cargas. La justicia legal o social establece y hace observar leyes justas en vista del bien común. Y en fin, la equidad (epicheia) se fija en el espíritu de las leyes más que en la letra, sobre todo en los casos excepcionales en los que la rigurosa aplicación de la letra y de la legalidad sería demasiado rígida e inhumana. 

Para formarse cabal idea de la justicia perfecta, base de tener muy en cuenta que esta virtud no prohíbe solamente el robo y el fraude, sino también la mentira o cualquier palabra voluntaria contra la verdad, la hipocresía, la simulación, la violación del secreto y el ultraje al honor y a la reputación del prójimo por calumnia, maledicencia o acción. Prohíbe igualmente el juicio temerario, las mofas y las burlas que injustamente contribuyen a rebajar al prójimo. 

En nosotros, la justicia va muchas veces mezclada de impurezas, como cuando se la practica por motivos interesados, como quien paga una deuda por evitarse los gastos de un proceso, o como aquel que evita la mentira en razón de las desagradables consecuencias que pudiera acarrearle. Preciso es, pues, que esta virtud sea purificada de todo aquello que la pudiera oscurecer. 

La justicia perfecta es necesaria a todos aquellos que aspiren a la unión íntima con Dios, porque deben ser irreprochables con los demás y practicar con ellos todos los deberes de justicia y caridad. 

Léese en el Eclesiástico (IV, 33): «Por la justicia, pugna hasta el último aliento, para bien de tu alma; combate por la justicia hasta la muerte, porque Dios peleará por ti contra tus enemigos. No seas precipitado en hablar, y remiso y negligente en tus  obras. No seas en tu casa como un león, aterrando a tus domésticos y oprimiendo a tus súbditos.
No esté tu mano extendida para recibir, y encogida para dar.» El cristiano perfecto, que llega al estado de unión íntima con Dios, debe ejercitar la justicia heroica en todas sus partes, incluso en la equidad. Debe observar a la perfección todas las leyes, divinas y humanas, eclesiásticas y civiles. Si alguna vez tiene que hacer la distribución de los bienes y de las cargas, ha de hacerlo teniendo en cuenta los méritos de cada uno, elevándose sobre cualquier consideración demasiado individual de parentesco o amistad. Ha de evitar cualquier injusticia o injuria, por mínima que sea. 

La justicia heroica échase de ver sobre todo cuando hay dificultad en conciliarla con ciertas profundas afecciones: por ejemplo cuando un padre de familia, que al mismo tiempo es magistrado, debe pronunciarse en contra de su hijo gravemente culpable, o en el caso en que un superior deba enviar a un lugar apartado y lleno de peligros a un hijo espiritual particularmente querido. 

Heroicidad de las virtudes religiosas.

La religión se manifiesta en grado heroico cuando uno practica todos sus deberes a pesar de la ruda oposición familiar o de cualquiera otra procedencia. También se echa de ver en el voto, observado a la perfección, de hacer siempre lo más perfecto, y asimismo en la fundación de una nueva familia religiosa en medio de las grandes dificultades que generalmente la acompañan.
La pobreza heroica renuncia a todo, y se contenta con lo estrictamente necesario, para asemejarse a nuestro Señor Jesucristo, que no tenía donde reclinar su cabeza. Nada falta a   quien nada desea; de ahí que, como S. Francisco de Asís, ese tal sea espiritualmente rico y feliz.
La castidad heroica se muestra sobre todo en la virginidad perpetua, viviendo en la carne una vida totalmente espiritual, y llegando hasta olvidarse de cualquier desorden de los sentidos, a fuerza de vencerlos. 

La obediencia heroica, en fin, se echa de ver en la perfecta abnegación de la propia voluntad, no haciendo cosa alguna sin consultar a sus superiores, obedeciendo a todos, cualquiera sea su índole y condición. A veces exige Dios obediencia a órdenes dificilísimas, como cuando pidió a Abraham el sacrificio de su hijo. En tales casos es necesaria una gran fe que nos haga ver en el superior al mismo Dios, cuyo intermediario es y en cuyo nombre habla. Trátase de un momento de noche oscura; y si tenemos el coraje de atravesarlo con decisión, condúcenos a una gran luz, porque el Señor recompensa largamente con gracias de ilustración, fortaleza y amor a quienes de tal manera obedecen . 

De modo que la heroicidad de las virtudes morales las pone más y más al servicio de la caridad, y dispone el alma a una más íntima unión con Dios, de la que vamos a ocuparnos a continuación.