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Las Naciones Unidas nacieron con el objetivo de garantizar la paz mundial entre los estados. Este era su objetivo y lo sigue siendo, lo que le otorga carta de naturaleza. La segunda característica es que se dotó de un marco de referencia común para que los estados pudieran dialogar entre ellos a partir de determinadas premisas. Este fue el éxito de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, una gran tarea que expresaba un horizonte de sentido hacia el que debía avanzar el conjunto de la humanidad.
 
Muy pronto, estos objetivos quedaron en buena medida desvirtuados. La división del mundo en dos bloques después de la Segunda Guerra Mundial y la ausencia absoluta de libertad en uno de ellos dieron al traste con el papel que debía ejercer la Declaración de Derechos Humanos. De ahí que se articularan sus concreciones en dos instrumentos sobre derechos humanos, sociales, políticos, económicos y culturales, que los países debían ratificar al menos en uno de los dos casos.
 
A partir de aquel origen, Naciones Unidas ha ido creciendo y desarrollándose y se ha convertido en una maraña burocrática carísima donde multitud de agencias, grupos y lobbies intentan utilizarla en beneficio propio y de sus ideologías. Los escándalos se han sucedido y su trayectoria lo es todo menos ejemplar. En los últimos años, la escasa capacidad demostrada por los secretarios generales para imponerse a estas condiciones ha sido una característica común. Incluso la Declaración Universal de los Derechos Humanos se ve gravemente atacada a través de los llamados Principios de Yogyakarta, que intentan a través del lobby homosexual y de ideología de género transformar la Declaración haciendo de la misma una lectura exclusiva desde el homosexualismo político.
En Naciones Unidas confluyen estados que respetan los derechos humanos y otros que no, y esto crea un embrollo de considerables dimensiones. Por eso, más allá del conformismo que invade una sociedad en crisis, es necesario afirmar la necesidad de una transformación de Naciones Unidas para que recupere aquello que son sus valores fundamentales. Seguramente, esto implicaría la necesidad de desarrollar dos ámbitos mundiales distintos. Uno, el de unas Naciones Unidas simplificadas, mucho más económicas, que tuvieran como objetivo básicamente el preservar la paz en el mundo y prevenir las grandes catástrofes humanitarias o ayudar en el caso de que se produzcan. En definitiva, que garantizara aquello que es esencial: la seguridad en todos los órdenes.
 
En una segunda instancia, los países que se reconocen en la Declaración Universal de Derechos Humanos deberían constituir una organización internacional propia, para trabajar en su afirmación y en su desarrollo y facilitar su generalización en todo el mundo. En este impulso reformador, gran parte de los instrumentos actuales de Naciones Unidas también deberían ser sustancialmente modificados, para dotarlos de mayor capacidad y un mejor control de su burocracia. Naciones Unidas y sus organismos tendrían que dejar de ser campo de batalla de ideologías de parte para centrarse únicamente en aquello que es fundamental para el presente y el futuro de la humanidad: su seguridad y su libertad.

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