San Claudio de la Colombiere:  Entre todas las virtudes, que Jesucristo practicó en su Pasión dolorosa, la que mas se manifestó fue su paciencia…


Sicut Ovis ad occissionem ducetur, et quasi Agnus coram tondente se obmutescet, et non aperiet os suum. Isai. Cap 53

Será conducido como una Oveja, que llevan al matadero: y no hablará mas, que lo que habla un Cordero en presencia de aquel, que le esquila, que no despega sus labios.


Entre todas las virtudes, que Jesucristo practicó en su Pasión dolorosa, la que mas se manifestó fue su paciencia; y podemos decir, que de todas ellas, el ejemplo de esta nos fue el más necesario. Estamos obligados a padecer, desde el punto en que nacimos, hasta la muerte: todas las edades, todos los estados, y todas las complexiones tienen sus males.

Tenemos que sufrir de las criaturas, aún de las más insensibles; de todos los hombres, sean superiores, iguales, o inferiores; de nuestros enemigos, de nuestros amigos, y de nosotros mismos. Y quien podrá mantenerse firme, y constante en medio de tanta tormenta? Nada es más oportuno, y eficaz para alcanzar esta dichosa disposición, que el ejemplo de Jesucristo.

Se manifiesta la impaciencia por la lengua: se conoce por la inmutación del rostro, y se demuestra por los movimientos del corazón. La paciencia modera los desaciertos de estas tres partes: doma la lengua, con el silencio: compone el rostro, con la serenidad: y calma el corazón, con la mansedumbre.

Mirad a Jesús en cualquiera de los lances de su Pasión, desde su prendimiento, hasta el punto en que expiró, y le veréis hecho un modelo de paciencia: en todas partes es como un Cordero inocente, y una humilde Oveja: siempre le hallaréis mudo, pacífico, y lleno de mansedumbre.

Jesús se vio en su Pasión dolorosa en unas circunstancias, en que es muy difícil guardar el silencio. Le calumnian de injusticias notorias: deponen contra él las más denigrativas, y falsas acusaciones: le hacen padecer las más crueles, e inhumanas indignidades: y es, sin duda, un prodigio grande, que las pueda sufrir, sin proferir una sola palabra.

Padece, además de esto, tan excesivas crueldades, que su violento dolor debiera obligarle a romper el más heroico silencio; pero no se le oye una voz, ni una queja. Mil testigos claman, gritan, y se levantan contra él: le acusan sin pruebas, sin razón, ni apariencia de ella: los testimonios se contradicen, y se destruyen unos a otros: Jesús autem tacebat, ego autem non contradico: teniendo los mayores motivos para responder, callaba Jesús, y nada oponía en su defensa. Había venido al mundo, para promover, y procurar la gloria de su Padre: para sostener su doctrina, para evitar el escándalo, y la injusticia; y con todo, se expone a perder con el silencio el fruto de sus trabajos. Los Sacerdotes le mandan, Pilatos le examina, Herodes le pregunta: Jesús autem tacebat; pero a todo callaba. No hubiera pecado levemente en responder con edificación; pero su silencio vale infinitamente mas, que hubiera valido en aquella ocasión su defensa.

O admirable silencio, cuan bien practicado estáis, y qué bellas lecciones me estáis ofreciendo! Enmudecéis, Señor, Vos, que sois el Verbo del Eterno Padre? En medio de tantas injurias, y en una ocasión tan importante? Qué pretextos podré alegar en adelante, para defender mis murmuraciones, mis quejas? ¿Cómo las podré justificar?

Un Alma, que desea imitar a Jesucristo se defiende, fortalecida de su gracia: lo primero, con la humildad, porque cree que merece todo desprecio: lo segundo, con el deseo, que tiene de padecer; porque entonces, los mayores trabajos, le parecen ligerísimos, y casi no hace aprecio de ellos: lo tercero, con el respeto, que tiene a la voluntad de Dios: y lo cuarto, al fin, con el temor de perder su tesoro. O cuan preciosa es una Cruz oculta, y toda interior!

A las almas imperfectas, les parece, que como no se dejen llevar de la ira, pueden contar sus trabajos a todo el mundo: son semejantes a un hombre, que habiendo hallado un bolsillo lleno de oro, le va derramando en el camino; y si alguna vez no los publican, necesitan a lo menos de algún amigo, o confidente, a quien los manifiestan.

Al contrario un Alma santa, que sólo desea, que todo pase entre su Esposo y ella. Pero hablo de mis males, (direis) como si fueran de otro, y en vez de quejarme, alabo la divina Providencia: esto, sin duda, es bueno; pero está expuesto a la vanidad, y a pagarse de las alabanzas, que por eso la dieren, y esto es perder la flor de la paciencia; pues en no habiendo secreto, lo más dulce, y precioso de ella, va perdido: no derramáis los bálsamos, pero se evaporiza su fragancia y su virtud; porque atended, y veréis los males, que nacen de estas quejas.

Si aquel, a quien se cuentan, los siente, y se lastima de vuestros trabajos, os halaga; pero si no hace caso de ellos, os enojáis de su desprecio, hasta perder la paciencia. Buscáis quien se compadezca de vosotros, y no lo encontráis, y por muy importunos que seáis en explicar vuestros males, les parece a estos, que no tenéis razón de quejaros tan amargamente.

Aquí es donde se ve vuestra flaqueza, aún con más claridad, que la injusticia del otro; y donde, en lugar de causar compasión a vuestros confidentes, merecéis todo su desprecio. Os parece, que halláis descanso en contar vuestras penas, y sucede todo contrario; pues se aumenta el desconsuelo, y tal vez el despecho. Si se os quiere convencer de que no tenéis razón, y que exageráis demasiado vuestros males, encendeis muchos más, y os empeñais en querer persuadir que son ciertos, aumentando el número, y las circunstancias, que en la realidad no tienen. Estamos viendo cada día personas, que padecen algunas aflicciones con bastante paciencia, y que ansiosas de contarlos a todos, se enardecen, y se indignan de modo, que después exceden a toda exageración y falta a la verdad.

Si nos hemos de quejar, quejémonos, pero sea con Jesús crucificado. Mas en vuestra presencia, o Salvador mío, de qué me podré quejar? ¿Qué pueden parecer mis males en comparación de los que vos padecéis, y padecéis con tanto silencio? Otro que vos, Señor, pudiera persuadirse a que padezco injustamente; pero Vos, bien sabéis, que no es así, pues conocéis mis delitos, y que merezco mucho mayor castigo; y como vos sois el Autor de estos males, sería quejarme de vos, si me quejase de ellos: Quid dicam aut quid respondebit mihi, cum ipse fecerit. No obstante ello, llegaré a comparar mis males con los vuestros? ¿Mi paciencia con la vuestra? ¿Me llegaré a vos para quejarme, no de mis males, ni de mis enemigos? No; pero sí de mi mismo, y de mis impaciencias: vendré a buscar las fuerzas que necesito para animarme, y aprender a guardar el silencio, y a sufrir como vos me enseñáis.

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