La Eucaristía «es misterio de muerte y de gloria como la Cruz», que es «el camino por el que Cristo entró en su gloria y reconcilió a la humanidad entera, derrotando toda enemistad».

Cada santa Misa, de hecho, actualiza el sacrificio redentor de Cristo». «La Eucaristía es por tanto el memorial de todo el misterio pascual: pasión, muerte, descenso a los infiernos, resurrección y ascensión al cielo, y la Cruz es la manifestación impactante del acto de amor infinito con el que el Hijo de Dios ha salvado al ser humano y al mundo del pecado y de la muerte. Por este motivo, el signo de la Cruz es el gesto fundamental de la oración del cristiano. Hacerse el signo de la Cruz es pronunciar un «sí» visible y publico a quien murió por nosotros y resucitó, al Dios que en la humildad y debilidad de su amor es el Omnipotente, más fuerte que toda la potencia y la inteligencia del mundo».

La Eucaristía «es misterio de muerte y de gloria como la Cruz», que es «el camino por el que Cristo entró en su gloria y reconcilió a la humanidad entera, derrotando toda enemistad».

«Por este motivo, la liturgia nos invita a implorar con esperanza confiada: «Mane nobiscum, Domine!» ¡Quédate con nosotros, Señor, que por tu santa cruz has redimido al mundo!». «María, presente en el Calvario ante la Cruz, está también presente con la Iglesia y como Madre de la Iglesia, en cada una de nuestras celebraciones eucarísticas. Por este motivo, nadie mejor que ella nos puede enseñar a comprender y a vivir con fe y amor la santa Misa, uniéndonos al sacrificio redentor de Cristo.

Cuando recibimos la sagrada comunión, como María y unidos a ella, nos abrazamos al madero que Jesús con su amor ha transformado en instrumento de salvación y pronunciamos nuestro «Amén», nuestro «sí» al Amor crucificado y resucitado.

Benedicto XVI

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