Benedicto XVI veneró el Santo Sudario

«Después de dos guerras mundiales, los campos de concentración y los gulags; Hiroshima y Nagasaki, nuestra época se convirtió cada vez en mayor medida en un Sábado Santo”, en el sentido de que la oscuridad de este día interpela a todos los que se interrogan sobre la vida, y de forma especial a nosotros creyentes. También nosotros tenemos que ver con esta oscuridad”.

A las cinco y media de la tarde del domingo 2 de mayo, Benedicto XVI veneró el Santo Sudario en la catedral de Turín, y con su meditación sobre la Sábana Santa relacionó el subtítulo de la Ostensión: “El misterio del Sábado Santo”, con el Icono de este misterio. La tela sepulcral que envolvió el cuerpo de un hombre crucificado y correspondiente a todo lo que los Evangelios dicen de Jesús. El Pontífice subrayó que tras atravesar el siglo pasado la humanidad se ha vuelto particularmente sensible al misterio del Sábado Santo. “Esconder a Dios forma parte de la espiritualidad del hombre contemporáneo, de forma existencial, casi inconsciente, como un vacío en el corazón que fue agrandándose cada vez más”.

El Sábado Santo es el día en el que Dios se esconde, como se lee en una antigua homilía: ¿Qué sucedió? Hoy sobre la tierra sólo hay un gran silencio, silencio y soledad. Gran silencio porque el Rey duerme… Dios murió en la carne y descendió al reino de los infiernos. En el Credo profesamos que Jesucristo fue crucificado bajo Poncio Pilatos, murió y fue sepultado, descendió a los infiernos, y al tercer día resucitó de la muerte”.

A pesar de esta oscuridad y este gran silencio, el Santo Padre señaló un aspecto opuesto, totalmente positivo, fuente de consolación y esperanza. El Papa manifestó que la Sabana Santa se comporta como un documento fotográfico, con un positivo y un negativo, que hace “el misterio más oscuro de la fe y al mismo tiempo la señal más luminosa de una esperanza sin límites.

“El Sábado Santo es la tierra de nadie entre la muerte y la resurrección, pero en esta tierra de nadie entró Uno, el único, que la atravesó con las señales de su Pasión por el hombre: Passio Christi. Passio hominis. Y la Sábana Santa nos habla exactamente de aquel momento, testimonia precisamente ese intervalo único e irrepetible de la historia de la humanidad y del universo, en el que Dios compartió nuestro morir y nuestra permanencia en la muerte. La solidaridad más radical”.

Reafirmando que en ese tiempo más allá del tiempo Jesús descendió a los infiernos, Benedicto XVI explicó que “Dios, hecho hombre, llegó al extremo de entrar en la soledad extrema y absoluta del hombre, donde no alcanza ningún rayo de amor, donde reina el abandono total sin palabra alguna de afecto: el infierno.

Todos hemos experimentado alguna vez una sensación espantosa de abandono, y lo que más miedo da de la muerte es precisamente esto. Como los niños, tenemos miedo de estar solos y la sola presencia de alguien que nos ame nos conforta. Es esto lo que ocurrió el Sábado Santo: en el reino de la muerte resonó la voz de Dios. Y sucedió lo impensable: el Amor penetró en los infiernos: también en la oscuridad extrema de la soledad humana más absoluta podemos escuchar una voz que nos llama y encontrar una mano que nos conduce fuera”.

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