La verdadera alegría está ligada a la relación con Dios.


Ángelus, Papa Emérito Benedicto XVI
“La vigilancia del corazón que el cristiano está llamado a ejercitar siempre, en la vida de todos los días, caracteriza en particular este tiempo en el que preparamos con alegría el misterio de Navidad”

Queridos hermanos y hermanas,

Los textos litúrgicos de este período de Adviento nos renuevan la invitación a vivir en la espera de Jesús, a no desistir de esperar su venida, de tal modo que nos mantengamos en una actitud de apertura y de disponibilidad al encuentro con Él. La vigilancia del corazón, que el cristiano está llamado a ejercitar siempre, en la vida de todos los días, caracteriza particularmente este tiempo en el cual nos preparamos con alegría al misterio de la Navidad (cfr Prefazio dell’Avvento II). El ambiente externo propone los habituales mensajes de tipo comercial aunque si menos por la actual crisis económica. El cristiano está invitado a vivir el Adviento sin dejarse distraer por las luces, pero sabiendo dar el justo valor a las cosas, para fijar la mirada interior en Cristo. De hecho, si perseveramos “vigilantes en la alabanza y alegres en la oración” (ibid.), nuestros ojos serán capaces de reconocer en Él la verdadera luz del mundo, que viene a alumbrar nuestras tinieblas.

Particularmente, la liturgia de este domingo, llamada “Gaudéte”, nos invita a la alegría, a una vigilancia no triste, sino alegre. “Gaudete in Domino siempre” –escribe San Pablo: “Alégrense siempre en el Señor” (Filp 4,4). La verdadera alegría no es fruto del divertirse, entendido en el sentido etimológico de la palabra divertir, es decir evadirse de los compromisos de la vida y de sus responsabilidades.

La verdadera alegría esta ligada a algo más profundo. Ciertamente, en los ritmos cotidianos, a menudo frenéticos, es importante tener espacios de tiempo para el descanso, para relajarse, pero la verdadera alegría está ligada a la relación con Dios. Quien ha encontrado a Cristo en la propia vida, experimenta en el corazón una serenidad y una alegría que nadie y ninguna situación puede quitar. San Agustín lo había entendido muy bien, en su búsqueda de la verdad, de la paz, de la alegría, luego de haber buscado en vano en las múltiples cosas, concluye con la célebre expresión que el corazón del hombre está inquieto, no encuentra serenidad y paz hasta que no descansa en Dios (cfr Le Confessioni, I,1,1).

La verdadera alegría no es un simple estado de ánimo pasajero, ni algo que se alcanza con los propios esfuerzos, sino que es un don, nace del encuentro con la persona de Jesús, de hacerle espacio en nosotros, de acoger el Espíritu Santo que guía nuestra vida. Es una invitación que hace el apóstol Pablo: “Que el Dios de la paz los santifique plenamente, para que ustedes se conserven irreprochables en todo su ser –espíritu, alma y cuerpo- hasta la Venida de Nuestro Señor Jesucristo” (1 Tes 5,23).

En este tiempo de Adviento reforcemos la convicción de que el Señor ha venido en medio de nosotros y continuamente renueva su presencia de consolación, de amor y de alegría. Tengamos confianza en Él; come una vez más afirma San Agustín, a la luz de su experiencia: el Señor está más cercano a nosotros de cuanto nosotros lo estamos de nosotros mismos –“interior intimo meo et superior summo meo” (Le Confessioni, III,6,11).

Confiemos nuestro camino a la Virgen Inmaculada, cuyo espíritu exultó en Dios Salvador. Que sea Ella que guíe nuestros corazones en la alegre espera de la venida de Jesús, una espera rica de oración y de obras buenas. (Traducción: Claudia Alberto-RV)

Después del rezo mariano y del responso por los difuntos, el Santo Padre saludó a los niños romanos, que siguiendo la tradición del tercer Domingo de Adviento, llevan sus estatuitas del Niño Dios para que el Papa las bendiga. Benedicto XVI les dio su bendición y con ternura les pidió que recen por él:

«Queridos hermanos y hermanas, hoy el primer saludo está dedicado a los niños de Roma, que vinieron para la tradicional bendición de los ‘Bambinelli’, organizada por el Centro oratorios romanos. Queridos niños, cuando recen ante sus nacimientos, acuérdense de mí, así como yo me acuerdo de ustedes ¡Gracias! ¡Feliz Navidad!»

(RV)

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