«Estoy viendo los cielos abiertos y al Hijo del hombre que está en pie a la diestra de Dios.»  Hechos 7, 56 

 

 

Santo Tomás compuso numerosas obras como «Summa contra gentiles», y «De regimine principum», y «De unitate intellectus contra Averroistas» y la obra maestra «Summa Theologiae».

 

Después del éxtasis tenido en la iglesia de San Domenico paró de escribir porque:

«Todo lo que me he escrito semeja un puño de paja a comparación de lo que he visto y me ha sido revelado. Ha venido el fin de mi escritura».

(Antonio Livi, del sentido común a la dialéctica).

 

 

EL MUNDO TRAS EL JUICIO

1.- El mundo fue creado por Dios como habitación de los hombres: una habitación debe convenir a quién la habita. Tras el Juicio el hombre será glorificado, por lo tanto también el mundo, su habitación, tendrá su innovación, mediante la adicción de una perfección de gloria que mejor refleja la majestad de Dios.

2.- Todo el mundo y también los astros del cielo fueron creados para el hombre, pero cuando éste sea glorificado, no tendrá ya necesidad de esas influencias y movimientos de los astros que ahora alimentan aquí el desarrollo de la vida: por eso, los movimientos de los astros entonces cesarán.

3.- La innovación que el mundo tendrá tras el Juicio, tiene como propósito de hacer casi sensible a Dios a los hombres, al que sirve el mayor esplendor que el mundo tendrá; y puesto que el esplendor de los astros está en la luz, en la innovación del mundo, los astros tendrán mayor claridad y luz. Las tinieblas entonces quedarán reducidas al centro de la tierra, que, por lo tanto, es lugar conveniente para los condenados.

4.- En la innovación del mundo, tendrán mayor claridad y luz los astros del cielo, y por reflejo también los cuerpos de la tierra; no todos igualmente, sino que cada cual según su actitud.

5Entonces ya no habrá necesidad de animales ni de plantas, porque ellos fueron creados para conservar la vida del hombre, y el hombre entonces será incorruptible.

 

LA VISIÓN BEATÍFICA

1.- Si la bienaventuranza, que es el fin último del hombre, consiste en la visión beatífica, es necesario decir que el intelecto humano puede ver a Dios en su esencia, es decir: puede ver a Dios tal cual es, a pesar de la insuperable distancia que existe entre nuestro intelecto y la divina esencia; de modo que la esencia divina, la cual es acto puro, para saber si cognitivamente el alma del bienaventurado y suceda una especie de unión, como existe en nosotros entre el alma espiritual, que es la forma, y el cuerpo, que es la materia.

2.- Los bienaventurados, sin embargo, no verán a Dios tras la Resurrección con los ojos físicos, porque éstos perciben solamente colores y dimensiones que en Dios no hay; de los ojos físicos los bienaventurados podrán servirse para ver las bellezas del mundo innovado anunciado por Dios, y para ver la humanidad de Cristo: así Dios podrá considerarse para el ojo sensible por accidente, pero nunca puede ser sensible para sí.

3.- Sin embargo, los Santos, aun viendo a Dios, no ven todo lo que Dios ve, porque Él conoce todas las realidades con la ciencia de visión y conoce todo lo posible con la ciencia de sencilla inteligencia: los Bienaventurados no pueden conocer todo lo posible porque el intelecto de Dios es infinito mientras que su intelecto es siempre finito; no conocen todas las realidades, aunque vean a Dios, porque conocer la causa no significa conocer todos los efectos: la ciencia de los bienaventurados varía según el grado de luz de gloria con que vean la divina esencia.

 

BEATITUD Y MANSIÓN DE LOS SANTOS

1.- La beatitud de los Santos será mayor tras el Juicio, porque con el alma reunida al cuerpo glorificado será más perfecta su naturaleza y más perfecta, también, su actividad; será, sin embargo, mayor extensamente, no intensamente.

2.- Mansión significa lugar alcanzado en el que se permanece, por eso las mansiones de los Santos son las formas alcanzadas mediante el movimiento de voluntad el último fin; tales modos son distintos, según se encuentren más o menos cercanos al fin mismo: distintos entonces están en el Cielo las mansiones, o sea, los grados de beatitud.

3.- Las mansiones son distintas según los distintos grados de caridad, la cual aquí es la razón del mérito, principio remoto de la beatitud, y en el Cielo es la razón de la visión beatífica, principio próximo de la beatitud.

 

LA DOTE DE LOS BIENAVENTURADOS

1.- El Paraíso es una especie de matrimonio espiritual del alma con Cristo, por eso, como en los matrimonios terrenales, la esposa aporta la dote y ornamentos, así para el ingreso en el Paraíso el alma, como indica la Escritura, viene al Padre provista de dote y de ornamentos espirituales.

2.- Puesto que la bienaventuranza es una operación y la dote, sin embargo, es una posesión. ésta última consiste en disposiciones y cualidades ordenadas a la bienaventuranza.

3.- A Cristo no le compete tener tal dote, porque en Él, la unión de la naturaleza humana a la naturaleza divina, no es un matrimonio espiritual, sino que es una unión hipostática; con esto, sin embargo, no se niega que Cristo posea en grado excelente lo que unos Santos forma la dote.

4.- Esposas de Cristo llegan a ser en el Paraíso las almas de los fieles que tienen conformidad de naturaleza con Cristo mismo; pero los ángeles no tienen tal conformidad, por lo tanto no les compete la boda con Cristo y no les compete la dote del Padre. Nada todavía impide que se puedan atribuir, al menos metafóricamente, aquellas prerrogativas que forman la dote de los bienaventurados.

5.- La dote del alma bienaventurada consiste en tres dones: ver a Dios, conocerlo como bien presente, y saber que tal bien presente es por nosotros poseído, lo que corresponde a las tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad.

 

LAS AUREOLAS

1.- En el Paraíso el premio consiste, esencialmente, en la unión perfecta del alma con Dios poseído y amado. Este premio se define, metafóricamente, como corona dorada. La aureola, sin embargo, es un diminutivo, es algo inferior o accidental, derivado o producido; por eso, se llama aureola a la alegría de las propias obras buenas, en las que se ve la propia victoria que se agrega al gozo de poseer a Dios, y así la aureola es distinta de la corona dorada.

2.- De la aureola depende el fruto, que consiste en la alegría que proviene de la misma disposición de ánima del beato por un mayor grado de espiritualidad, consecuente al hecho de ser aventajado en la Palabra de Dios: esto se lo atribuye la Escritura también a aquellos a quienes no se atribuya aureola.

3.- Da más fruto la continencia que las demás virtudes, porque ella, liberando al hombre de la sujeción de la carne, lo introduce en la vida espiritual.

4.- Y proporcionalmente a la medida de espiritualidad que la continencia procura, existen tres frutos, mencionados en el Evangelio, es decir, el trigésimo, debido a la continencia conyugal, el sexagésimo, debido a la continencia viudal y el ciento, debido a la continencia virginal.

5.- La virginidad, pues, por razón de la particular victoria sobre la carne que ella representa, además le compete el halo; sin embargo, como la virginidad es virtud en cuanto que es voluntad de perpetua integridad de mente y de cuerpo, tal aureola corresponde a los que tenían el propósito de conservar perpetuamente la virginidad.

6.- Se es debida la aureola a la virginidad, que es perfecta victoria interior, se debe la aureola también a la perfecta victoria externa, que es la de los mártires, y es perfecta la  victoria de los mártires porque ellos afrontan la misma muerte, que es el mayor de los males externos, y la afrontan por Cristo, esto es: por la causa más bella que existe. Bien dice San Agustín: «Mártir no es la pena, sino la causa». No causa el martirio la fe precisamente, sino Cristo: todas las virtudes infundidas que tienen por fin a Cristo son causa de martirio.

7.- Y como una perfecta victoria es también la que traen los doctores cazando al diablo de sí, y de los demás, con la predicación y la doctrina, por eso también a los doctores se debe la aureola, como debe ser, a las vírgenes y a los mártires por la victoria traída sobre la carne y el mundo.

8.- A Cristo, que es la razón principal y plena de toda victoria, no se debe la aureola, que es solamente participación de victoria; y esto se dice, no para negarle un premio sino, para afirmarlo superior a la aureola, que es voz diminutiva.

9.- A los ángeles no se debe aureola, porque ella corresponde a una victoria, que preocupa también al cuerpo, y los ángeles no tienen cuerpo.

10.- La aureola la tienen ya ahora los Santos del Paraíso; ella consiste en alegría y méritos que son propios del alma: al cuerpo entonces no es debido aureola sino como redundancia del esplendor del alma.

11.- Tres son las batallas que incumben a todo hombre: contra la carne, contra el mundo y contra el diablo. Tres son las victorias privilegiadas que se pueden ganar. Tres los privilegios o aureolas correspondientes, que son la aureola de las vírgenes, la de los mártires y la de los doctores.

12.- La aureola de los mártires es la más excelente, porque su batalla es la más áspera; pero en cierto sentido es superior la aureola de las vírgenes, porque su batalla es más larga, más peligrosa y más rigurosa.

13.- El premio es proporcional al mérito, y éste puede ser mayor o menor; por eso puede ser también el premio accidental, esto es, la aureola. Uno puede tener, entonces, una aureola más brillante que otro.

 

LA JUSTICIA DE DIOS Y LOS CONDENADOS

1.- Quién peca mortalmente contra Dios, que es infinito, merece una pena infinita y ésta debe pagarse con el Infierno eterno: de hecho, en las penas se distingue la acerbidad y la duración. La culpa es entonces proporcional a la amargura, no la duración. Un adulterio, que se comete en un momento, no se castiga con la pena de un solo momento ni siquiera para la ley humana. La duración de la pena es proporcional, sin embargo, a la disposición del ánimo de quien peca, y como el traidor a la patria se hace para siempre indigno de su país, así quién ofende a Dios se hace indigno para siempre de su consorcio. Y quién desprecia la vida eterna merece la muerte eterna.

2.- Que las penas del Infierno, sea de hombres o de demonios, tengan fin para la divina misericordia es un error de Origen, contrario a la Escritura y a la misma justicia de Dios, porque si termina la pena de los condenados igualmente debe acabar también la alegría de los Bienaventurados.

3.- La misericordia de Dios no impedirá que también los hombres, además de los demonios sean castigados eternamente, porque unos y otros están siempre obstinados en el mal y no pueden ser perdonados.

4.- No terminará para la divina misericordia, ni siquiera, la pena de aquellos condenados que eran cristianos, porque también ellos, como los demás condenados, no han emprendido el camino de la salvación aunque lo habían conocido, más bien por eso son más reos que los demás.

5.- También los cristianos que hacen obras de misericordia serán eternamente castigados si mueren en estado de pecado, porque sin la gracia nada merece la vida eterna.

 

 

Fuente : Paradiso.es