Virtud mediante la cual somos capaces de soportar o vencer los obstáculos que se oponen al bien y a nuestro progreso espiritual.

La fortaleza es “la gran virtud: la virtud de los enamorados; la virtud de los convencidos; la virtud de aquellos que por un ideal noble son capaces de arrastrar mayores riesgos; la virtud del caballero andante que por amor, a su dama se expone a aventuras sin cuento; la virtud, en fin, del que sin desconocer lo que vale su vida -cada vida es irrepetible- la entrega gustosamente, si fuera preciso, en aras de un bien más alto”.

Estas palabras nos podría llevar a pensar que en estos tiempos que vivimos no existen muchas posibilidades para desarrollar la virtud de la fortaleza. De algún modo, el “bien más alto” está cubierto con un sinfín de pequeñas “necesidades” creadas por el hombre. No quedan posibilidades de encontrar aventura porque todo está hecho, todo está descubierto, todo está organizado.

Definición: recta disposición del apetito irascible que robustece el ánimo frente a todo peligro o adversidad que se deriva de querer hacer el bien o rechazar el mal, sobre todo frente a la muerte.

Virtud cardinal que tiene por sujeto al apetito irascible en cuanto subordinado a la razón, y por fin remover los impedimentos provenientes de las pasiones de temor y temeridad, para que la voluntad no deje de seguir los dictados de la recta razón frente a los peligros graves o grandes males corporales, llegando, si es preciso, hasta la muerte.

Término: fortis-e: que abarca tanto el concepto de fuerza física, como el de energía de ánimo, entereza interior del hombre (quizá flaco  pero heroico). Fuerza # violencia: fuerza es la potencialidad activa de un ser e implica, para éste, una perfección.

2. Acepciones:

Séneca: fortaleza del ánimo.

Filosofía clásica, escolástica: energía del espíritu, no meramente fuerza de la voluntad, sino también buscar posibilidades de usarla, etc.

S. Tomás: potencialidad activa; saber poner en juego toda la potencialidad de que el hombre es capaz.

Filosóficamente: es una cualidad con dos acepciones:

– una condición de toda virtud o cualquier potencialidad activada. Ética a Nicómaco, II: Toda virtud debe ser firme y estable, pues si no, no sería virtud.

– como virtud: es una potencialidad del hombre, con materia y objeto propio.

3. Sujeto y fin

sujeto: apetito irascible, no en sí mismo, sino en cuanto subordinado al dictado de la razón; es decir, en su potencia obediencial respecto a la razón. A causa del pecado original, el apetito irascible puede escapar del dominio de la razón, se requiere, por tanto, en este apetito una disposición estable que le haga obedecer fácil y prontamente a los dictámenes de la razón.

objeto: el objeto sobre el que recae es doble: superar el temor y moderar la audacia:

-el temor, que provoca un retraimiento frente al mal que amenaza, un apartarse del bien por temor

-la audacia, que inclina a atacar ese mal.

función: la función de la fortaleza consiste en no ceder al temor, en perseverar en el bien o en su búsqueda, superando la inhibición que produce el miedo, y moderando la agresividad propia de la audacia.

fin: remover los impedimentos provenientes de las pasiones del temor y de la audacia (temeridad) para que la voluntad siga los dictados de la recta razón frente a los peligros graves o grandes males físicos / corporales. Permite que la voluntad siga fielmente los dictados de la razón. Nótese que el fin no consiste principalmente en superar temores y audacias, sino en moderarlos en razón de y para obrar el bien. No sólo ordenar estos al bien, pues también se es fuerte ordenándose al mal y eso no es verdadera fortaleza, pues hace al hombre malo.

Por tanto, la esencia de la fortaleza no es vencer dificultades, sino obrar el bien cueste lo que cueste.

S. Th., II-II, 123, 1: fortaleza es fortitudo mentis, pues consiste en una actividad fortísima del alma para adherirse firme y constantemente al bien, a pesar de las dificultades. La moral cristiana consiste, en resumen, en estar dispuesto a morir antes que pecar.

4. Explicación de su lugar propio entre las virtudes cardinales.

Es función de toda virtud ordenar al bien: más principal y mejor virtud será la que, de suyo, más y mejor ordene el bien.

Es la tercera virtud cardinal, después de la justicia y prudencia (pues estas no sólo ordenan al bien sino que son constitutivas del bien, en la voluntad y en la inteligencia, respectivamente, como sujetos propios).

Y antes de la templanza (que, junto con la fortaleza, son virtudes conservativas del bien, es decir, hacen que, de hecho, el hombre se dirija al bien – no quedarse en lo teórico, liberan el hombre de todo que le aparte del bien sobre todo de los apetitos desordenados; pero como el temor a un peligro grave es más fuerte que el amor a un bien concupiscible, por tanto, ordena más al bien la fortaleza).

La fortaleza ocuparía el tercer lugar, porque el temor a los peligros graves es mucho más fuerte y eficaz para apartar al hombre del bien que la atracción de los bienes concupiscibles. Es más difícil vencer un temor intenso que apartarse de un placer.

5. Tipos de actos externos que parecen fortaleza pero que, sin embargo, no son verdadera virtud; falsas fortalezas:

– No conocer la magnitud del peligro, y actuar imprudentemente; o conociendo la magnitud del peligro, confiar en las propias fuerzas imprudentemente. El optimismo iluso e ingenuo. Se afronta una situación difícil como si no lo fuera, por presunción o falta de visión.

– Cuando uno obra incontrolablemente por pasión; por ejemplo, con ira descontrolada. Está ausente la dirección racional del juicio prudencial.

– Cuando se realizan actos que parecen de la fortaleza, pero sólo en orden a bienes temporales o para evitar incomodidad. Falta la necesaria ordenación   de la recta razón, y la adhesión firme al bien que, en el fondo, hace referencia al Sumo Bien. Puede haber ordenación de la ratio pero no de la recta ratio.
2. Enseñanza Bíblica.

Los vocablos bíblicos que hacen referencia a la fortaleza son múltiples: en hebreo: hayil, geburah, ‘oz,…. En griego: dynamis, kratos, isjis,….En latín: fortitudo, virtus, vis…

La fortaleza, en la S. E., tiene un matiz eminentemente teocéntrico. Se distingue de concepciones filosóficas, modernas y antiguas, donde

-o se exalta y se sitúa al hombre en un plano de autosuficiencia tanto física como espiritual

-o pretenden verse libres de la fortaleza y sus exigencias, en su incondicional optimismo por esta vida y su aburguesamiento metafísico, como sucede con el liberalismo ilustrado.

1. Antiguo Testamento: Se alaba la fortaleza de la Sabiduría: La sabiduría debe ser fuerte. Con sentido teocéntrico, religioso, como virtud sobrenatural; no exalta tanto al hombre en cuanto hombre; es un don de Dios sobre todo: de la fortaleza de Dios participa el pueblo para conseguir los bienes terrenales (tierra prometida) como los espirituales (cumplimiento de la Ley). Esta fortaleza se interpreta en una línea salvífica, política y religiosa.

2. Nuevo Testamento:  La fortaleza se interioriza. El matiz teocéntrico pasa a ser cristocéntrico: Cristo está en la raíz y origen de la fortaleza. La lucha y el combate con que el cristiano se compromete ante las exigencias de la caridad, se sintetizan en el esfuerzo por permanecer fiel y firme en la verdad, afrontando con paciencia y valentía los peligros que provienen de uno mismo y del enemigo.

La fortaleza que brinda Cristo, supone el reconocimiento previo de la propia debilidad.

Antes morir que ser infiel. Es una virtud humana que se puede elevar a lo sobrenatural. Está relacionada con la fe y con la esperanza: Sacrificio de la cruz: sumo grado de la fortaleza en el martirio. Bienes superiores a la vida humana.

Mt 10, 28: «No tengáis miedo a los que matan al cuerpo y al alma no pueden matar; temed más bien a los que pueden matar al alma.»

Debe ser precedida por un acto de humildad, para reconocer que contra el pecado y sobre todo contra el demonio, sus solas fuerzas no son suficientes. Se enfrenta a fuerzas que le superan. S. Tomás dice que el hombre sin gracia frente al demonio se puede echar a temblar. Lo que más le maravilla en el mundo (preguntado después de un éxtasis) es que el hombre puede dormir estando en pecado mortal.

La fortaleza cristiana es, por tanto, una realidad espiritual basada en la aceptación de la Palabra de Dios, y en la seguridad de la consecución de los bienes arduos e imperecederos del Reino de los Cielos (esperanza). Una realidad moral con la que el cristiano, reconocida previamente su debilidad radical, se mantiene firme en la Verdad de Dios y se enfrenta a los peligros de las tinieblas de este mundo, y a los poderes del pecado y de la muerte.

2 Cor 12, 9: cuando parezco débil, entonces es cuando soy fuerte. La victoria del espíritu sobre la carne, «te basta mi gracia». Esta virtud viene sólo de Dios (2 Cor 4, 7; 1 Cor 2, 1; 1 Tim 1, 12…): actúa sobre la incapacidad del hombre caído en orden a las cosas del Espíritu.

La concesión de este don está condicionada a un reconocimiento humilde y consciente de nuestra debilidad y de la existencia de un enemigo insidioso, dominador y poderoso (Efe 6, 10).

3. Naturaleza de la Virtud de la Fortaleza

1. En sí, la fortaleza es una virtud insuficiente. En cuanto disposición firme del alma para el cumplimiento del deber, la fortaleza es condición indispensable de toda virtud.

Para cumplir el deber, hace falta saber primero cuál es el deber. Para estar dispuesto a sufrir por y para alcanzar el bien, hay que saber cual es el bien. II-II, 125, 2: por causa del bien se expone el fuerte a morir.

S. Ambrosio dice que la fortaleza es una virtud que no debe fiarse de sí misma. El fuerte no busca ser herido, el sufrimiento, sino el bien. Lo importante es hacer el bien; no el sufrir.

Por tanto, las exposiciones innecesarias al mal son, entre otras cosas, muy antipedagógicas. Pues lo que importa es buscar el bien, no las dificultades. La esencia de la fortaleza es el bien. Uno no es más virtuoso porque sufra más, sino por la firmeza de su adhesión al bien.

La virtud de la fortaleza es subordinada. No es autosuficiente: ni es independiente, ni descansa en sí misma. Se remite a una virtud anterior, en relación al bien. Antes que ella, están la prudencia y la justicia, y sin ellas no habrá verdadera virtud de la fortaleza. No hay valentía si previamente no hay prudencia. Sin el bien, no hay nada a lo que adherirse.

2. La razón más profunda de la necesidad de la fortaleza es la esencial vulnerabilidad del hombre, lo cual implica tanto aspirar a un fin difícil interponiéndose un enemigo.

Quien no es vulnerable no necesita ser fuerte: el ángel, un bienaventurado, no tienen necesidad de esta virtud. Ser fuerte = poder ser herido. Herida = toda agresión contraria a la voluntad que pueda sufrir la integridad natural; todo cuanto es negativo, cuanto acarrea daño, dolor, opresión, inquietud.

La mayor herida del viador es la muerte. Toda herida es, en el fondo, una figura e imagen de la muerte. Por tanto, son temidas.

La fortaleza se refiere, en última instancia, a la muerte: Ser fuerte es estar dispuesto a morir, a caer en el combate, por el bien. De ahí que una fortaleza que no conlleve la disposición de pelear hasta morir -de antes morir que pecar- no es verdadera fortaleza, está viciada de raíz.

La raíz esencial de la fortaleza es la disposición al martirio, en cuanto disposición, y no el martirio mismo (# la alegre disposición o provocación del martirio, v. gr. San Eulogio y el Beato Álvaro, de Córdoba). la Iglesia no exige el hecho del martirio tal cual, sino la disposición de morir antes que ser infiel. Hay que recordar que la fortaleza no se calibra por la herida, sino por la adhesión al bien. Se debe huir de la muerte, salvo si supone no adherirse al bien. La Iglesia no ve bien, en general, la auto delación martirial, sino que se debe huir de la «persecución».

Si llega el martirio, el dolor oculta incluso la alegría espiritual por ofrecerse a Dios: no es que no haya alegría, pero es por la adhesión al bien no perdido.

La virtud, por tanto, no está en sufrir, sino en adherirse al bien: Recibir la herida es sólo la mitad de la virtud; la otra mitad es no recibir la herida por propia voluntad -padecer por padecer- sino por conservar o ganar una integridad mayor y más esencial. El mártir no menosprecia la vida, pero le asigna menos valor que aquello por lo que se entrega (= sentido de la mortificación cristiana).

II-II, 123, 8: el cristiano ama la vida y las cosas de este mundo con todas las fuerzas del cuerpo y las del alma. Dios al crear, vio que todo era bueno y como bien, el hombre debe disfrutar de esto. Todas estas cosas son bienes auténticos, que no desprecia el cristiano. No le hace falta desprender de éstos, salvo para conseguir bienes más altos cuya consecución es más esencial para el núcleo personal = conservar bienes más altos cuya pérdida lesionaría más gravemente el núcleo personal del hombre. Si privan de un bien superior, no será un bien el hecho de buscarlos, pelearlos y conseguirlos.

Alegría, placer, éxito, salud, felicidad, dinero, etc, son bienes auténticos que el cristiano no desprecia, sino que ordena (la belleza de la Venus Capitolina). Esto no es una oposición antinatural a la vida de los santos: lo que ocurre es que éstos ven las cosas con ojos de eternidad, que es como mejor se ordenan a Dios.


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