Quitadle, por tanto, su talento y dádselo

 

Los carismas son un tesoro, un talento, una dracma recibida en las manos, otorgada por nuestro Señor. 

Ese talento es una cualidad, una potencialidad o carisma que se nos ha otorgado a fin de que vaya creciendo en nosotros el cumplimiento de la Divina Voluntad, que es el fin para el cual estamos destinados.

En el orden de las gracias, virtudes y dones, es necesario su crecimiento, siendo de gran importancia, no obstaculizar la obra de Dios con las barreras del pecado, sino que fortaleciéndonos con un acercamiento y conocimiento de la fe, que nos invita a la intensidad de vida de gracia recibida en los sacramentos, para vivir el precepto de la caridad incrementada en frutos de vida de santidad, de vida interior en oración y obras de misericordia. 

Y también en talentos que se ordenan no a la santificación del propio receptor sino al de la comunidad. Entre estos, tenemos los llamados “carismas”, para predicar, para dirigir espiritualmente, para acompañar las comunidades y agrupaciones, para fundar instituciones apostólicas, las habilidades artísticas, talentos prácticos, etc. Estos dones, si bien no incrementan la vida de gracia, ni son la fuente del desarrollo de las virtudes del alma que los posee, si pueden colaborar en el bien espiritual de una comunidad, por lo que es importante el cuidado de la vida interior y del camino de configuración con Cristo. Así, conservados los talentos y creciendo en la gracia santificante, no se vea obstaculizado el beneficio espiritual de sus hermanos, ni tampoco sea causa de tropiezo para sí mismo. La vanagloria, los celos y el protagonismo, pueden ser veneno en el corazón de quien acogió un carisma o talento.

Una experiencia importante en la vida cristiana son aquellas experiencias sobrenaturales, que por caminos ordinarios o extraordinarios, el Señor concede al alma, para incrementar una vida interior y colaborar en la santificación de la comunidad.

  Un retiro espiritual, una devoción específica, la confesión, la participación en un movimiento, son una manifestación particular de Dios. La cercanía con algún apostolado, una  fundación o las luces para comprender los misterios de la Fe y  para desarrollar una obra de caridad, son los talentos que no hay que enterrar, es decir apropiárselo para sí, sino colocarlo al servicio de los demás y en el horizonte comunitario, a disposición del Señor y de quienes son el rostro de  Cristo  que es el prójimo, para que se multiplique en ellos, para que sea también auxilio para el alma, don y talento en el corazón y en las manos, para dar frutos abundantes.

   Apropiarse de estos talentos, como quién lo conserva a modo de una adquisición que le pertenece, aunque permitiendo que otros lo observen y disfruten, pero según el propio criterio subjetivo, evitando que «se lo arrebaten”, por temor a que se “pierda en otras manos”, no solo cometen una falta grave al plan de Dios, obstaculizando su obra, que quiere abrazar a todos, sino que también se constituye en un peligro de aridez interior, por apropiarnos del mérito, fuente y fin que pertenece solo al Señor: “En cambio el que había recibido uno se fue, cavó un hoyo en tierra y escondió el dinero de su señor…Siervo malo y perezoso, sabías que yo cosecho donde no sembré y recojo donde no esparcí; debías, pues, haber entregado mi dinero a los banqueros, y así, al volver yo, habría cobrado lo mío con los intereses. Quitadle, por tanto, su talento y dádselo al que tiene los diez talentos. Porque a todo el que tiene, se le dará y le sobrará; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará.” (San Mateo 25, 14-30)

  Es tan necesario no limitarnos a la experiencia sensible de los regalos celestiales, ni quedarse en los gustos y auto complacencias que estos nos pueden generar, sino que reconocer que todos los dones son un impulso sobrenatural para incrementar el conocimiento y contemplación, según el modo  divino, y extender los brazos de la caridad y la compasión hacia lo frágil de lo humano. 

La disposición que nos ofrece el Santificador, de buscar una verdadera y continua conversión, evitando así la tentación del protagonismo y el egoísmo con los talentos del cielo, nos concede el discernimiento de no vernos confundidos de los engaños del maligno, que bajo el argumento de “celo pastoral”, eficacia o virtuosismo, esconde una venenosa vanidad espiritual y búsqueda de sí mismo, llegando a conductas oscuras como la doblez, la arrogancia, la manipulación, la murmuración, el juicio temerario, la indiferencia, el desprecio y el prejuicio. Al final, tales actitudes se asemejan a las de los viñadores homicidas: «Este es el heredero. Vamos, matémosle y quedémonos con su herencia.”  (Mateo 21, 33-43).

   Es un misterio y una expresión de la bondad de Dios el poder reconocer como Dios distribuye sus riquezas sobrenaturales y se vale de los talentos,  que vienen del cielo o que se otorgan naturalmente en la tierra. Un corazón agradecido y humilde no se confunde. Sabe que todo es  don que debe poner al servicio del Reino, en completa disposición y humildad, ante los designios eternos, que bajo la cautela de sus Ministros consagrados, convoca que todos busquen la salvación y la santidad, y el ejercicio de los carísimas sean signo de humildad y anonadamiento, ante la generosidad del Señor. Dura lección le dio el Señor a Pedro, ante su designio frente a la misión del joven discípulo Juan: «Al verlo, Pedro preguntó a Jesús: «¿Y qué va a ser de éste?» .Jesús le contestó: «Si yo quiero que permanezca hasta mi vuelta, ¿a ti qué te importa? Tú sígueme.»» (Juan 21, 21-22)