SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA CICLO B


Mc 9, 2-10: “Éste es mi Hijo amado, escúchenlo”


Con su transfiguración, el Señor Jesús manifestará a Pedro, Santiago y a Juan su identidad más profunda, oculta tras el velo de su humanidad. La luminosidad de sus vestidos manifiesta su divinidad. ¿No está Dios «vestido de esplendor y majestad, revestido de luz como de un manto» (Sal 104, 1-2)? El Mesías no es tan sólo un hombre, sino Dios mismo que se ha hecho hombre. En ese momento «se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús»: Moisés representa “la Ley” y Elías “los Profetas”, el conjunto de las enseñanzas divinas ofrecidas por Dios a su Pueblo hasta entonces. En cuanto al contenido del diálogo San Lucas es el único que especifica que hablaban de su muerte en Jerusalén (ver Lc 9, 31).

Aquel momento que viven los tres apóstoles elegidos es muy intenso, por ello Pedro ofrece al Señor construir «tres tiendas»: una para Jesús, otra para Moisés, otra para Elías. Se consideraba que una de las características de los tiempos mesiánicos era que los justos morarían en tiendas. La manifestación de la gloria de Jesucristo en su transfiguración sería interpretada por Pedro como el signo palpable de que ha llegado el tiempo mesiánico, su manifestación. Mas en el momento en que Pedro se halla aún hablando «se formó una nube que los cubrió». La nube «es el signo de la presencia de Dios mismo, la shekiná. La nube sobre la tienda del encuentro indicaba la presencia de Dios. Jesús es la tienda sagrada sobre la que está la nube de la presencia de Dios y desde la cual cubre ahora “con su sombra” también a los demás» (S.S. Benedicto XVI).


PADRES DE LA IGLESIA


San León Magno: «El Señor manifiesta su gloria delante de testigos que había escogido, y sobre su cuerpo, parecido al nuestro, se extiende un resplandor tal “que su rostro parecía brillante como el sol y sus vestidos blancos como la luz.” Sin duda, esta transfiguración tenía por meta quitar del corazón de sus discípulos el escándalo de la cruz, no hacer tambalear su fe por la humildad de la pasión voluntariamente aceptada… Pero esta revelación también infundía en su Iglesia la esperanza que tendría que sostener a lo largo del tiempo. Todos lo miembros de la Iglesia, su Cuerpo, comprenderían así la transformación que un día se realizaría en ellos, ya que los miembros van a participar de la gloria de su Cabeza. El mismo Señor había dicho, hablando de la majestad de su venida: “Entonces, los justos brillarán como el sol en el reino de mi Padre” (Mt 13, 43). Y el Apóstol Pablo afirma: “Los sufrimientos del mundo presente no pesan lo que la gloria que se revelará en nosotros” (ver Rom 8, 18)… También exclamó: “Habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios; cuando aparezca Cristo, vuestra vida, entonces también vosotros apareceréis gloriosos con él” (Col 3, 3-4)».

San Beda: «Cuando el Señor se transfigura, nos da a conocer la gloria de la resurrección suya y de la nuestra».

San Juan Damasceno: «Moisés era glorificado por una gloria que le venía de fuera, mientras que el Señor brillaba con un resplandor innato de su gloria divina. Porque, se transfigura, no recibiendo lo que no tenía, sino manifestando a sus discípulos lo que era».

San Juan Crisóstomo: «¿Y por qué hace que se presenten allí Moisés y Elías? Para que se distinguiese entre el Señor y los siervos, pues el pueblo afirmaba que el Señor era Elías o Jeremías. Además, hizo que apareciesen sirviéndole, para demostrar que Él no era adversario de Dios ni trasgresor de la ley; pues en tal caso el legislador Moisés y Elías, los dos hombres que más habían brillado en la guarda de la ley y en el celo de la gloria de Dios, no lo hubieran servido».

San Cipriano: «Ya por los profetas, sus siervos, Dios quiso hablar y hacerse oír de muchas maneras; pero mucho más es lo que nos dice el Hijo, lo que la Palabra de Dios, que estuvo en los profetas, atestigua ahora con su propia voz, pues ya no manda preparar el camino para el que ha de venir, sino que viene Él mismo, nos abre y muestra el camino, a fin de que, los que antes errábamos ciegos y a tientas en las tinieblas de la muerte, iluminados ahora por la luz de la gracia, sigamos la senda de la vida, bajo la tutela y dirección de Dios».

San Cirilo: «“A Él oíd”. Y más que a Moisés y a Elías, porque Cristo es el fin de la Ley y de los Profetas».


 CATECISMO DE LA IGLESIA


444: Los evangelios narran en dos momentos solemnes, el bautismo y la transfiguración de Cristo, que la voz del Padre lo designa como su «Hijo amado».

457: El Verbo se encarnó para salvarnos reconciliándonos con Dios: «Dios nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados» (1Jn 4,10). «El Padre envió a su Hijo para ser salvador del mundo» (1Jn 4,14). «Él se manifestó para quitar los pecados» (1Jn 3,5).

458: El Verbo se encarnó para que nosotros conociésemos así el amor de Dios: «En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de Él» (1Jn 4,9). «Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3,16).

459: El Verbo se encarnó para ser nuestro modelo de santidad: «Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí…» (Mt 11,29). «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí» (Jn 14,6). Y el Padre, en el monte de la Transfiguración, ordena: «Escuchadle» (Mc 9,7). Él es, en efecto, el modelo de las bienaventuranzas y la norma de la ley nueva: «Amaos los unos a los otros como yo os he amado» (Jn15,12). Este amor tiene como consecuencia la ofrenda efectiva de sí mismo.


BENEDICTO XVI


«La liturgia vuelve a proponer este célebre episodio precisamente hoy, segundo domingo de Cuaresma (cf. Mc 9, 2-10). Jesús quería que sus discípulos, de modo especial los que tendrían la responsabilidad de guiar a la Iglesia naciente, experimentaran directamente su gloria divina, para afrontar el escándalo de la cruz. En efecto, cuando llegue la hora de la traición y Jesús se retire a rezar a Getsemaní, tomará consigo a los mismos Pedro, Santiago y Juan, pidiéndoles que velen y oren con él (cf. Mt 26, 38). Ellos no lo lograrán, pero la gracia de Cristo los sostendrá y les ayudará a creer en la resurrección.

Quiero subrayar que la Transfiguración de Jesús fue esencialmente una experiencia de oración (cf.Lc 9, 28-29). En efecto, la oración alcanza su culmen, y por tanto se convierte en fuente de luz interior, cuando el espíritu del hombre se adhiere al de Dios y sus voluntades se funden como formando una sola cosa. Cuando Jesús subió al monte, se sumergió en la contemplación del designio de amor del Padre, que lo había mandado al mundo para salvar a la humanidad. Junto a Jesús aparecieron Elías y Moisés, para significar que las Sagradas Escrituras concordaban en anunciar el misterio de su Pascua, es decir, que Cristo debía sufrir y morir para entrar en su gloria (cf. Lc 24, 26. 46). En aquel momento Jesús vio perfilarse ante él la cruz, el extremo sacrificio necesario para liberarnos del dominio del pecado y de la muerte. Y en su corazón, una vez más, repitió su «Amén». Dijo «sí», «heme aquí», «hágase, oh Padre, tu voluntad de amor». Y, como había sucedido después del bautismo en el Jordán, llegaron del cielo los signos de la complacencia de Dios Padre: la luz, que transfiguró a Cristo, y la voz que lo proclamó «Hijo amado» (Mc 9, 7).

Juntamente con el ayuno y las obras de misericordia, la oración forma la estructura fundamental de nuestra vida espiritual. Queridos hermanos y hermanas, os exhorto a encontrar en este tiempo de Cuaresma momentos prolongados de silencio, posiblemente de retiro, para revisar vuestra vida a la luz del designio de amor del Padre celestial. En esta escucha más intensa de Dios dejaos guiar por la Virgen María, maestra y modelo de oración. Ella, incluso en la densa oscuridad de la pasión de Cristo, no perdió la luz de su Hijo divino, sino que la custodió en su alma. Por eso, la invocamos como Madre de la confianza y de la esperanza.

(II Domingo de Cuaresma, 8 de marzo de 2009)

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