Es la característica de la hipocresía, del formalismo y la mentira. Catequesis Papa Francisco (22-08-08)

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Continuamos las catequesis sobre los mandamientos y Hoy afrontamos el mandamiento «No pronunciarás en vano el nombre del Señor, tu Dios» (Ex 20,7). Justamente leemos esta Palabra como una invitación a no ofender el nombre de Dios y a evitar usarla inapropiadamente. Este significado nos prepara para profundizar más estas preciosas palabras, de no usar el nombre de Dios en vano, inapropiadamente.

Escuchemos mejor la versión “No pronunciarás” que literalmente significa, en hebreo como en griego, “No tomarás sobre ti, no te harás cargo”.

Y la expresión “en vano” es más clara, y significa: “sin carga, en vano”. Se refiere a un sobre vacío, a una forma sin contenido. Es la característica de la hipocresía, del formalismo y la mentira.

La expresión «en vano » es más clara y significa: « vacío, vano ». Se refiere a un sobre vacío, a una forma desprovista de contenido. Es la característica de la hipocresía, del formalismo y de la mentira, de usar la palabra o usar el nombre de Dios, pero vacío, sin verdad.

En la Biblia, el nombre es la verdad íntima de las cosas y sobre todo de las personas. El nombre representa a menudo la misión. Por ejemplo, Abraham en Génesis (ver 17.5) y Simón Pedro en los Evangelios (ver Jn 1:42) reciben un nombre nuevo para indicar el cambio de la dirección de su vida. Y conocer verdaderamente el nombre de Dios lleva a la transformación de la propia vida: desde el momento en que Moisés conoce el nombre de Dios, su historia cambia (véase Ex 3 : 13-15).

El nombre de Dios, en los ritos hebreos, viene proclamado solemnemente en el Día del Gran Perdón y el pueblo es perdonado porque por medio del nombre se entra en contacto con la vida misma de Dios que es misericordia.

Entonces “tomar sobre uno el nombre de Dios” quiere decir asumir su realidad, entrar en íntima relación con él. A nosotros cristianos, este mandamiento nos recuerda que hemos sido bautizados “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”, como afirmamos cada vez que hacemos en nosotros mismos el signo de la cruz, para vivir nuestras acciones cotidianas en comunión sentida y real con Dios, es decir, en su amor. Y sobre esto, de hacer la señal de la cruz, quisiera reiterar nuevamente: enseñar a los niños a hacer la señal de la cruz. ¿Habéis visto cómo lo hacen los niños? Si le dices a los niños: “Hagan la señal de la cruz”, hacen algo que no saben lo que es. ¡No saben hacer la señal de la cruz! Enseñar a hacer en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu

Santo. El primer acto de fe de un niño. Tarea para vosotros, tarea para hacer: enseñar a los niños a hacer la señal de la cruz.

Uno se puede preguntar: ¿es posible tomar sobre sí el nombre de Dios hipócritamente, como una formalidad, vacía? La respuesta es, desgraciadamente, positiva: sí, es posible. Se puede vivir una relación falsa con Dios. Jesús lo decía sobre aquellos doctores de la ley, ellos hacían las cosas, pero no hacían lo que Dios quería, hablaban de Dios, pero no hacían la voluntad de Dios y el consejo de Jesús era: “Haced lo que ellos digan, pero no lo que ellos hacen. Se puede vivir una relación falsa con Dios, como aquella gente. Y esta Palabra del Decálogo es la invitación a una relación con Dios sin hipocresías, a una relación en la cual nos confiamos a Dios con todo aquello que somos.  En el fondo, hasta el día en que no arriesgamos nuestra existencia con el Señor, tocando con la mano que en Él se encuentra la vida, hacemos sólo teorías.

Este es el cristianismo que toca el corazón: encontrarse con Dios realidad. ¿Por qué los santos son tan capaces de tocar el corazón? Porque los santos no solo hablan, sino mueven el corazón. En los santos vemos lo que nuestro corazón desea profundamente: autenticidad, relaciones verdaderas, radicalidad. Y esto se ve también en aquellos “santos en la puerta de al lado” que son, por ejemplo, padres que dan a sus hijos el ejemplo de una vida coherente, sencilla, honesta y generosa.

Si se multiplican los cristianos que toman sobre sí el nombre de Dios sin falsedad – practicando así la primera pregunta del Padre Nuestro, afirma el Papa, que tu nombre sea santificado – el anuncio de la Iglesia es más escuchado y resulta más creíble. Si nuestra vida concreta manifiesta el nombre de Dios, se ve la belleza del Bautismo y la grandeza del don de la Eucaristía, cual sublime unión entre nuestro cuerpo y el cuerpo de Cristo: Cristo en nosotros y nosotros en Él! Unidos! Esto no es hipocresía, esta es la verdad. Esto no es hablar o rezar como un papagayo, esto es orar con el corazón, amar al Señor.

Desde la cruz de Cristo en adelante, nadie puede despreciar a sí mismo y pensar mal sobre su propia existencia. ¡Ninguno, ni nunca! Cualquier cosa que haya hecho. Porque el nombre de cada uno de nosotros está sobre los hombros de Cristo. Vale la pena tomar sobre nosotros el nombre de Dios porque Él tomó nuestro nombre hasta el final, incluso del mal que hay en nosotros, para poner en nuestros corazones su amor. Por eso Dios proclama en este mandamiento: ‘Tómame sobre ti, porque yo te he tomado sobre mí’. Cualquiera puede invocar el santo nombre del Señor, que es Amor fiel y misericordioso, en cualquier situación que se encuentre. Dios nunca dirá “no” a un corazón que lo invoca sinceramente.

Y volvamos a la tarea: enseñad a los niños a hacer bien la señal de la cruz. ¿Lo haréis? Bien hecho. Gracias.