Comentario del Evangelio de san Mateo, 14:22-33 de San Juan Crisóstomo

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 49,3

Queriendo dar una prueba contundente de la veracidad de lo que había acontecido, ordenó a los que habían presenciado el milagro de la multiplicación de los panes que se apartaran de El. El por su parte se retiró al monte a orar, porque estando presente se podía pensar que el milagro había sido una fantasía y no había acontecido realmente, pero esto no sucedería si se ausentaba.

Es necesario tener presente que cuando el Señor obra cosas grandes despacha a las multitudes, dándonos a entender con este proceder, que jamás debemos buscar el aplauso popular ni hacer que nos siga la multitud. También nos enseña que no debemos confundirnos continuamente con ella, ni alejarnos siempre de ella, sino que debemos practicar sucesivamente las dos cosas. Por eso sigue: «Y luego que despidió la gente, subió a un monte solo», etc., hecho que nos dice cuán buena es la soledad para la oración. Por esto se marchó al desierto y permaneció allí en oración toda la noche, para darnos a entender que debemos buscar para dirigir nuestras súplicas las ocasiones y los sitios tranquilos.

 

Ved aquí otra vez a los discípulos expuestos a la tempestad; pero en la primera tenían al Salvador a su lado en el barco, mas ahora están solos; de esta manera van poco a poco aprendiendo a sufrir con valor todos los contratiempos.

 

Y permite que estuvieran toda la noche en peligro, para de esta manera levantar más el corazón de los discípulos con el temor y suscitar en ellos un deseo grandísimo de tener siempre presente al Señor y de que los socorriese continuamente. Por eso no los ayudó en el acto. Prosigue: «Mas a la cuarta vigilia», etc.

 

De esta manera les enseña el Señor a no buscar una rápida solución a los males que nos sobrevengan, y a sufrirlos con valor cuando vinieren. Cuando los discípulos creían que se habían salvado del naufragio, aumentó su temor. Por eso sigue: «Y cuando le vieron se turbaron», etc. Tal es la conducta del Señor; advierte con las cosas más difíciles siempre que va a poner fin a algún mal. Porque no queriendo probar por más tiempo al justo y tocando al fin sus combates, aumentan las dificultades para que sus méritos sean mayores; así ocurrió con Abraham, a quien mandó como última prueba la inmolación de su hijo.

 

Cristo no se dio a conocer a sus discípulos hasta que gritaron. Porque cuanto mayor fuese su temor, mayor sería su alegría al verle presente. Por eso sigue: «Mas Jesús les habló al mismo tiempo y les dijo: «Tened buen ánimo: yo soy, no temáis»; palabras que calmaron el temor de los discípulos y les infundieron confianza.

 

Mirad cuán grande es su fervor, cuán grande es su fe; no dijo «ruega», «suplica», sino «manda». Porque no solamente creyó que Cristo podía andar sobre las aguas, sino también hacer que otros anduviesen y deseó vivamente ir a El, no para que hiciera ostentación de este prodigio, sino por el grande amor que tenía a Jesús. Porque no dijo: «mándame andar sobre las aguas, sino mándame ir a ti». Es evidente que en el milagro de andar sobre las aguas, se ve el dominio del Señor sobre el mar; pero aun es superior a ese el milagro siguiente: «Y El le dijo: ven. Y bajando Pedro del barco, andaba sobre el agua”.

 

Pedro, después de haber vencido la mayor dificultad, esto es, el andar sobre las aguas, se asusta en lo que era menos difícil, esto es, en el embate del viento. Por eso sigue: «Mas viendo el viento recio tuvo miedo». Porque así es la naturaleza humana. Frecuentemente obra bien en las cosas grandes y es digna de reprensión en las insignificantes. El temor de Pedro marca una diferencia grande entre el Maestro y el discípulo, pero al mismo tiempo calmaba a sus compañeros. Ya no habían visto con buenos ojos que los dos hermanos se sentasen a la derecha del Señor ( Mt 20). Aun más se hubieran disgustado en este caso. Esto se debía a que aún no estaban llenos del Espíritu Santo; pero después que tuvieron ese Espíritu, reconocieron el primado de Pedro y le dieron la presidencia en todas sus reuniones.

 

No mandó el Señor a los vientos que se calmasen, sino que extendió su mano y asió a Pedro, porque era necesario que tuviese fe. Porque cuando nos falta a nosotros lo que es propiamente nuestro, lo que es de Dios jamás falta y para manifestarle que no era el furor del viento sino su poca fe lo que le hacía temer por su vida, le dice: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?» Palabras que dan a entender que, si hubiera tenido mucha fe, no hubiera temido que el viento lo dañase. Y así como una madre recoge con sus alas y mete de nuevo en el nido al pollo que se sale del nido antes de tiempo y que está a punto de caer, así también lo hizo Cristo. Por eso sigue: «Y luego que estuvieron en el barco, le adoraron diciendo: «Verdaderamente, Hijo de Dios eres”.

Ved cómo el Señor va enseñando poco a poco a todos hasta en las cosas más elevadas. Antes reprende al mar y ahora demuestra más su poder andando sobre el mar, mandando a otro andar también y salvándolo cuando peligraba. Por eso decían de El: «Verdaderamente Hijo de Dios es», cosa que hasta entonces no habían dicho.