«Crecen las olas, aumentan las tinieblas, el viento se ensaña; pero, sin embargo, la nave avanza, pues quien persevere hasta el fin, éste será salvado» (Mt 24,13). 

 

San Agustín de Hipona

La barca en el lago, figura de la Iglesia

 

Mientras tanto, puesto arriba él solo, Gran Sacerdote que, mientras el pueblo estaba fuera, entró a lo interior del velo —a este sacerdote significó, en efecto, el sacerdote aquel de la Ley antigua, el cual hacía esto una vez al año— (Cf Hb 9,12b); puesto, pues, él arriba, ¿qué padecían en la navecilla los discípulos? De hecho, situado él en las alturas, la navecilla aquella prefiguraba a la Iglesia. Si no entendemos primeramente respecto a la Iglesia lo que la navecilla padecía, aquello no era significativo, sino simplemente pasajero; si, en cambio, vemos que se expresa en la Iglesia la verdad de las significaciones, es manifiesto que los hechos de Cristo son géneros de locuciones. Pues bien, afirma, cuando se hizo tarde, sus discípulos bajaron hacia el mar y, tras haber subido a una nave, vinieron a la otra parte del mar, a Cafarnaún. Ha dicho que se acabó rápidamente lo que sucedió después. Vinieron a la otra parte del mar, a Cafarnaún. Y vuelve a exponer cómo vinieron: pasaron navegando por el lago. Y, mientras navegaban hacia ese lugar adonde dijo que ya habían llegado, expone, recapitulando, qué sucedió: Ya se habían hecho las tinieblas, y Jesús no había venido hacia ellos (Jn 6,16-17). Con razón tinieblas, porque no había venido la Luz. Ya se habían hecho las tinieblas, y Jesús no había venido hacia ellos. En cuanto se acerca el fin del mundo, crecen los errores, aumentan los terrores, crece la iniquidad, crece la infidelidad; por eso, en el evangelista Juan mismo, se muestra suficiente y abiertamente como luz la caridad, hasta el punto de decir: «Quien odia a su hermano está en las tinieblas»- (1Jn 2,11)-14 (Mt 24,12)-15 (Jn 6,18-19)-16 (Mt 24,13), rapidísimamente se apaga, crecen esas tinieblas de los odios fraternos, cada día crecen. Y Jesús no viene aún. ¿Cómo aparece que crecen? Porque abundará la iniquidad, se enfriará la caridad de muchos (Mt 24,12). Crecen las tinieblas y Jesús no viene aún. Al crecer las tinieblas, al enfriarse la caridad, al abundar la iniquidad, eso mismo son las olas que turban la nave; las tempestades y los vientos son los gritos de los maldicientes. Por eso se enfría la caridad, por eso las olas aumentan y se turba la nave.

La barca, a flote en medio de la tempestad

Por soplar un viento grande, el mar se levantaba. Las tinieblas crecían, la inteligencia menguaba, la iniquidad aumentaba. Como hubiesen remado casi veinticinco o treinta estadios (Jn 6,18-19). Entre tanto hacían el recorrido, avanzaban, y ni los vientos aquellos ni las tempestades ni las olas ni las tinieblas lograban que la nave no avanzase o que se hundiese suelta, sino que iba entre todos esos males. En efecto, porque abundará la iniquidad y se enfría la caridad de muchos, crecen las olas, aumentan las tinieblas, el viento se ensaña; pero, sin embargo, la nave avanza, pues quien persevere hasta el fin, éste será salvado (Mt 24,13). Tampoco ha de ser despreciado el número de estadios, pues no podría no significar nada lo que está dicho: Como hubiesen remado casi veinticinco o treinta estadios, entonces vino Jesús hacia ellos. Bastaría decir «veinticinco», bastaría decir «treinta», máxime porque corresponde a quien calcula, no a quien afirma. ¿Acaso peligraría la verdad en quien calcula, si dijera «casi treinta estadios», o «casi veinticinco»? Pero de los veinticinco hizo treinta. Examinemos el número veinticinco. ¿De qué consta, de qué está hecho? De un quinario. Ese número quinario se refiere a la Ley. Ésos son los cinco libros de Moisés; ésos son los cinco pórticos aquellos que contenían a los enfermos; ésos son los cinco panes que alimentaron a cinco mil hombres. El número vigésimo quinto, pues, significa la Ley, porque cinco por cinco, esto es, cinco veces cinco, dan veinticinco, el quinario al cuadrado. Pero a esta Ley, antes de llegar el Evangelio, le faltaba la perfección. En cambio, la perfección está en el número senario. Por eso Dios terminó el mundo en seis días (Cf Gn 2,1),  y los cinco mismos se multiplican por seis para que seis por cinco den treinta, de forma que la Ley se cumpla mediante el Evangelio. Hacia quienes, pues, cumplen la Ley vino Jesús. Y vino, ¿cómo? Pisando las olas (Cf Jn 6,19), teniendo bajo los pies todas las hinchazones del mundo, aplastando todas las grandezas del mundo. Esto sucede a medida que se añade tiempo al tiempo y a medida que avanza la edad del mundo. Se aumentan en este mundo las tribulaciones, se aumentan los males, se aumentan las destrucciones, se acumula todo esto: Jesús pasa pisando las olas.

¿Por qué teméis, cristianos?

Y, sin embargo, las tribulaciones son tan grandes, que hasta los mismos que han creído en Jesús, y que se esfuerzan por perseverar hasta el fin, se espantan por si desertan; aunque Cristo pisa las olas y hunde las ambiciones y alturas mundanas, el cristiano se espanta. ¿Acaso no le ha sido predicho esto? Incluso al caminar Jesús en las olas, con razón temieron (Jn 6,19) como los cristianos, aun teniendo esperanza en el siglo futuro, se conturban ordinariamente por la destrucción de las cosas humanas cuando ven hundirse la altura de este siglo. Abren el Evangelio, abren las Escrituras y hallan predicho allí todo eso, porque el Señor lo hace. Hunde las grandezas del siglo, para ser glorificado por los humildes. De la altura de esas cosas está predicho: «Destruirás ciudades firmísimas», y: Las espadas del enemigo acabaron en final y destruiste ciudades (Sal 9,7). ¿Por qué, pues, teméis, cristianos? Cristo dice: Yo soy, no temáis. ¿Por qué os espantáis de estas cosas? ¿Por qué teméis? Yo lo predije, yo lo hago, es necesario que suceda. Yo soy, no temáis. Quisieron, pues, acogerlo en la nave al reconocerlo y gozosos, hechos seguros. E inmediatamente la nave estuvo junto a la tierra a que iban (Jn 6,20-21). Junto a la tierra se hizo el final; de lo húmedo a lo sólido, de lo turbado a lo firme, del viaje al final.

Atraviesa el lago caminando 

Al día siguiente, la turba que estaba al otro lado del mar de donde habían venido, vio que allí no había sino una única navecilla, y que no había entrado con sus discípulos a la nave, sino que sus discípulos se habían ido solos. Pero detrás llegaron de Tiberíades unas naves junto al lugar donde habían comido el pan tras haber dado gracias el Señor. Como, pues, la turba hubiese visto que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, ascendieron a las navecillas y vinieron a Cafarnaún a buscar a Jesús (Jn 6,22-24). Sin embargo, se les insinuó tan gran milagro, pues vieron que a la nave habían ascendido los discípulos solos y que allí no había otra nave. Pues bien, de allí llegaron también junto al lugar donde habían comido el pan unas naves en que las turbas lo siguieron. No había ascendido, pues, con los discípulos, allí no había otra nave; ¿cómo Jesús se encontró súbitamente al otro lado de mar, sino porque caminó sobre el mar, para mostrar un milagro?

Y como las turbas lo hubiesen hallado. He aquí que se presenta a las turbas por las que había temido ser raptado, y había huido al monte. Confirma absolutamente y nos insinúa que todo eso se ha dicho en misterio y que ha sucedido como sacramento grande para significar algo. Ahí está quien de las turbas había huido al monte. ¿Acaso no habla con las turbas mismas? Deténganlo ahora, háganlo rey. Y, como lo hubiesen hallado al otro lado del mar, le dijeron: Rabí, ¿cuándo has llegado aquí? (Jn 6,25).

Tras el sacramento del milagro, él añade un sermón para, si es posible, alimentar a quienes ya habían sido alimentados, y con las palabras saciar las mentes de aquellos cuyos vientres sació de pan; pero si comprenden; y, si no comprenden, para que no perezcan los fragmentos se recogerá lo que no entienden. Hable, pues, y escuchemos: Jesús les respondió y dijo: En verdad, en verdad os digo: me buscáis no porque visteis signos, sino porque comisteis de mis panes. Me buscáis por la carne, no por el espíritu. ¡Cuantísimos no buscan a Jesús sino para que les haga bien según el tiempo! Uno tiene un negocio, busca la intercesión de los clérigos; oprime a otro uno más poderoso, se refugia en la Iglesia; otro quiere que se intervenga a su favor ante quien el primero vale poco; uno de una manera, otro de otra; cotidianamente se llena de individuos tales la Iglesia. Apenas se busca a Jesús por Jesús. Me buscáis no porque visteis signos, sino porque comisteis de mis panes. Trabajad no por el alimento que perece, sino por el que permanece para vida eterna. Me buscáis a mí por otra cosa; buscadme por mí. Por cierto, se insinúa a sí mismo como ese alimento que más adelante aclara él: El que os dará el Hijo del hombre (Jn 6,26-27). Creo que aguardabas comer de nuevo panes, recostarte de nuevo, saciarte de nuevo. Pero había dicho: «No el alimento que perece, sino el que permanece para vida eterna», como se había dicho a aquella mujer samaritana «Si supieras quién te pide de beber, quizá le hubieses pedido a él y te daría agua viva», cuando ella dijo: ¿Cómo tú, si no tienes pozal y el pozo es hondo? Respondió a la samaritana: Si supieras quien te pide de beber, tú le hubieses pedido a él y te daría un agua gracias a la cual quien la bebiere no tendrá más sed, porque quien bebiere de esta agua tendrá sed de nuevo (Jn 4,10 13). Ella se alegró y, la que se fatigaba por el esfuerzo de sacarla, quiso recibirla como para no padecer sed corporal; y así, entre conversaciones de esta laya, llegó al pozo espiritual; también aquí sucede absolutamente de este modo.

Marcado con el sello de Dios Padre

Este alimento, pues, que no perece, sino que permanece para vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre, pues a éste marcó el Padre, Dios (Jn 6,27). No toméis a este Hijo del hombre como a otros hijos de hombres de quienes está dicho: En cambio, los hijos de los hombres esperarán en la protección de tus alas (Sal 35,8). Ese hijo de hombre puesto aparte por cierta gracia del Espíritu y, según la carne, hijo de hombre, retirado del número de los hombres 18, es el Hijo del hombre. Ese Hijo del hombre e Hijo de Dios, ese hombre es también Dios. En otro lugar, al interrogar a los discípulos pregunta: ¿Quién dicen los hombres que soy yo, el Hijo del hombre? Y ellos: Unos que Juan, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas. Y él: Vosotros, en cambio, ¿quién decís que soy yo? Respondió Pedro: Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo (Mt 16,13-16). Él se llamó el Hijo del hombre, y Pedro lo llamó el Hijo del Dios vivo. Uno recordaba muy bien lo que misericordiosamente había mostrado; el otro recordaba lo que permanecía en la claridad. La Palabra de Dios resalta su abajamiento, el hombre reconoce la claridad de su Señor. Y supongo, hermanos, que de verdad es justo esto: se rebajó por nosotros; glorifiquémoslo nosotros, pues es hijo de hombre no por él, sino por nosotros. Era, pues, hijo de hombre de ese modo, cuando la Palabra de Dios se hizo carne y habitó entre nosotros (Jn 1,14). Por eso, en efecto, a éste marcó el Padre, Dios. ¿Qué es marcar sino poner algo propio? De hecho, marcar es poner sobre una cosa algo para que ella no se confunda con las demás. Marcar es poner marca a una cosa. A cualquier cosa a que pones marca le pones marca precisamente para que, no confundida con otras, puedas reconocerla. El Padre, pues, lo marcó. ¿Qué significa: marcó? Le dio algo propio para que no se equipare con los hombres. Por eso está dicho de él: Te ungió Dios, tu Dios, con óleo de exultación más que a tus compañeros (Sal 44,8). Signar, pues, ¿qué es? Tener retirado; esto significa: más que a tus compañeros. Afirma: «Por eso, no me despreciéis por ser hijo de hombre y pedidme no el alimento que perece, sino el que permanece para vida eterna. Soy, en efecto, hijo de hombre, pero sin ser uno de vosotros; soy hijo de hombre, de forma que el Padre, Dios, me marca. ¿Qué significa “me marca”? Me da algo propio, mediante lo que, en vez de ser yo confundido con el género humano, el género humano sea liberado mediante mí».

La promesa de Jesús, superior al maná de Moisés

Pues les había dicho: «Trabajad no por la comida que perece, sino por la que permanece para vida eterna», le dijeron, pues: ¿Qué haremos para realizar las obras de Dios? ¿Qué haremos? preguntan. Podremos cumplir este precepto, observando ¿qué? Respondió Jesús y les dijo: Ésta es la obra de Dios: que creáis en quien él envió (Jn 6,28). Eso es, pues, comer el alimento que no perece, sino que permanece para vida eterna. ¿Para qué preparas dientes y vientre? Cree y has comido. Por cierto, la fe se distingue de las obras, como dice el Apóstol «que el hombre es justificado sin obras mediante fe» (Rm 3,28), y hay obras que, sin la fe de Cristo, parecen buenas y no son buenas porque no se refieren al fin en virtud del cual son buenas: Pues fin de la Ley es Cristo para justicia a favor de todo el que cree (Rm 10,4). Por eso no quiso distinguir de la obra la fe, sino que dijo que la fe misma es obra, pues esa misma fe es la que obra mediante el amor (Cf Ga 5,6). No dijo «Ésta es vuestra obra», sino: Ésta es la obra de Dios: que creáis en quien él envió, para que quien se gloría, gloríese en el Señor (1Co 1,31).

Porque, pues, los invitaba a la fe, ellos todavía pedían signos para creer. Mira los judíos, no piden signos. Le dijeron, pues: ¿Qué signo, pues, haces tú, para que lo veamos y te creamos? ¿Qué realizas? (Jn 6,30). ¿Acaso era poco haber sido saciados con cinco panes? De hecho, sabían esto, preferían a este alimento el maná del cielo. En cambio, el Señor Jesús decía ser de tal clase que se anteponía a Moisés, pues Moisés no osó decir de sí que daría el alimento que no perece, sino que permanece para vida eterna. Ése prometía algo más que Moisés, pues mediante Moisés se prometía un reino, tierra que manaba leche y miel, paz temporal, abundancia de hijos, salud corporal y todo lo demás, temporal, sí, pero espiritual en figura porque en el Viejo Testamento se prometía al hombre viejo. Observaban, pues, lo prometido mediante Moisés y observaban lo prometido mediante Cristo. Aquél prometía en la tierra un vientre lleno, pero de alimento que perece; éste prometía el alimento que no perece, sino que permanece para vida eterna. Observaban que él prometía más, y como que aún no veían que hacía cosas mayores. Así pues, observaban la calidad de las que había hecho Moisés, y aún querían que hiciese algunas mayores quien las prometía tan grandes. «¿Qué haces, preguntan, para que te creamos?». Y, para que sepas que equiparaban a este milagro los milagros aquellos y que, por eso, juzgaban menores esos que hacía Jesús, afirman: Nuestros padres comieron en el desierto el maná (Sal 77,24; Jn 6,31). Pero ¿qué es el maná? Quizá lo despreciáis. Como está escrito: Les dio a comer maná. Mediante Moisés, nuestros padres recibieron del cielo pan, mas Moisés no les dijo: Trabajad por el alimento que no perece. Tú prometes el alimento que no perece, sino que permanece para vida eterna, mas no haces obras tales cuales hizo Moisés. Él no dio panes de cebada, sino que dio maná venido del cielo.