Mc
1, 12-15:
“Se dejaba tentar por Satanás, y los ángeles le servían”


Conviértanse y crean en la Buena Noticia

+SANTO EVANGELIO        


     

Evangelio según San Marcos 1,12-15. 

En seguida el Espíritu lo llevó al desierto, 

donde estuvo cuarenta días y fue tentado por Satanás. Vivía entre las fieras, y los ángeles lo servían. 

Después que Juan fue arrestado, Jesús se dirigió a Galilea. Allí proclamaba la Buena Noticia de Dios, diciendo: 

«El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia». 


+PADRES DE LA IGLESIA


San Juan Crisóstomo: «Porque Cristo lo hacía y soportaba todo para enseñanza nuestra, empezó, después del bautismo, por habitar en el desierto. Allí luchó contra el diablo para que cada uno de los bautizados resistiese pacientemente las mayores tentaciones después del bautismo, y para que permaneciese vencedor resistiéndolo todo, no turbándose si algo sucedía fuera de lo que esperaba. Pues aunque Dios permita que las tentaciones sean de muchas y variadas maneras, las permite también para que sepamos que el hombre tentado se constituye en el mayor honor, pues no se dirige el diablo sino a los que ve en grande elevación».

San Agustín: «Nuestra vida, mientras dura esta peregrinación, no puede verse libre de tentaciones; pues nuestro progreso se realiza por medio de la tentación y nadie… puede ser coronado si no ha vencido, ni puede vencer si no ha luchado, ni puede luchar si carece de enemigo y de tentaciones».

San Agustín: «El mismo Señor Jesús comenzó así su predicación: “Arrepentíos, porque está llegando el Reino de los Cielos” (Mt 4,17). Juan Bautista, su precursor, había comenzado de la misma forma: “Arrepentíos porque está llegando el Reino de los Cielos” (Mt 3,2). Ahora, el Señor recrimina a los hombres que no se convierten, estando cerca el Reino de los Cielos, este Reino de los Cielos del que él mismo dice: “no vendrá de forma espectacular”, y también “está en medio de vosotros” (Lc 17,20-21). Que cada uno, pues, sea sensato y acepte los avisos del Maestro, para no dejar escaparse el tiempo de la misericordia, este tiempo que transcurre ahora, para que se salve el género humano de la perdición. Porque si el hombre es puesto a salvo es para que se convierta y que nadie sea condenado. Sólo Dios sabe el momento del fin del mundo. Sea cuando sea, ahora es el tiempo de la fe».

San Basilio: «¿Hasta cuándo esperamos decidirnos a obedecer a Cristo que nos llama a su Reino celestial? ¿No nos vamos a purificar? ¿No vamos a dejar de una vez este género de vida que llevamos para seguir a fondo el Evangelio? (…) Pretendemos desear el Reinado de Dios, pero sin preocuparnos demasiado por los medios a emplear para conseguirlo. Aún más, por la vanidad de nuestro espíritu, sin preocuparnos lo más mínimo por observar los mandamientos del Señor, nos creemos ser dignos de recibir las mismas recompensas que aquellos que han resistido al pecado hasta la muerte. Pero ¿quién en tiempo de la siembra ha podido quedarse sentado y dormir en casa, y después recoger con los brazos bien abiertos las gavillas segadas? ¿Quién ha vendimiado sin haber plantado y cultivado la viña? Los frutos son para los que han trabajado; las recompensas y las coronas para los que han vencido. ¿Es que alguna vez alguien ha coronado a un atleta sin que éste ni tan sólo se haya revestido para combatir con el adversario? Y, por consiguiente, no sólo es necesario vencer sino también “luchar según las reglas”, como lo dice el apóstol Pablo (2Tim 2,5), es decir, según los mandamientos que nos han sido dados».


 +CATECISMO DE LA IGLESIA


538: Los Evangelios hablan de un tiempo de soledad de Jesús en el desierto… Al final de este tiempo, Satanás le tienta tres veces tratando de poner a prueba su actitud filial hacia Dios. Jesús rechaza estos ataques que recapitulan las tentaciones de Adán en el Paraíso y las de Israel en el desierto, y el diablo se aleja de Él “hasta el tiempo determinado” (Lc 4,13).

539: Los evangelistas indican el sentido salvífico de este acontecimiento misterioso. Jesús es el nuevo Adán que permaneció fiel allí donde el primero sucumbió a la tentación. Jesús cumplió perfectamente la vocación de Israel: al contrario de los que anteriormente provocaron a Dios durante cuarenta años por el desierto. Cristo se revela como el Siervo de Dios totalmente obediente a la voluntad divina. En esto Jesús es vencedor del diablo; él ha «atado al hombre fuerte» para despojarle de lo que se había apropiado. La victoria de Jesús en el desierto sobre el Tentador es un anticipo de la victoria de la Pasión, suprema obediencia de su amor filial al Padre.

1427: Jesús llama a la conversión. Esta llamada es una parte esencial del anuncio del Reino: «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva» (Mc 1,15). En la predicación de la Iglesia, esta llamada se dirige primeramente a los que no conocen todavía a Cristo y su Evangelio. Así, el Bautismo es el lugar principal de la conversión primera y fundamental. Por la fe en la Buena Nueva y por el Bautismo se renuncia al mal y se alcanza la salvación, es decir, la remisión de todos los pecados y el don de la vida nueva.

1428: Ahora bien, la llamada de Cristo a la conversión sigue resonando en la vida de los cristianos. Esta segunda conversión es una tarea ininterrumpida para toda la Iglesia que «recibe en su propio seno a los pecadores» y que siendo «santa al mismo tiempo que necesitada de purificación constante, busca sin cesar la penitencia y la renovación». Este esfuerzo de conversión no es sólo una obra humana. Es el movimiento del «corazón contrito» (Sal 51,19), atraído y movido por la gracia (ver Jn 6,44; 12,32) a responder al amor misericordioso de Dios que nos ha amado primero (ver 1Jn 4,10).

1426: La conversión a Cristo, el nuevo nacimiento por el Bautismo, el don del Espíritu Santo, el Cuerpo y la Sangre de Cristo recibidos como alimento nos han hecho «santos e inmaculados ante Él» (Ef 1,4), como la Iglesia misma, esposa de Cristo, es «santa e inmaculada ante Él» (Ef 5,27). Sin embargo, la vida nueva recibida en la iniciación cristiana no suprimió la fragilidad y la debilidad de la naturaleza humana, ni la inclinación al pecado que la tradición llama concupiscencia, y que permanece en los bautizados a fin de que sirva de prueba en ellos en el combate de la vida cristiana ayudados por la gracia de Dios. Esta lucha es la de la conversión con miras a la santidad y la vida eterna a la que el Señor no cesa de llamarnos.


+PONTÍFICES


Benedicto XVI

“ …El evangelio nos recuerda que Jesús, después de haber sido bautizado en el río Jordán, impulsado por el Espíritu Santo, que se había posado sobre él revelándolo como el Cristo, se retiró durante cuarenta días al desierto de Judá, donde superó las tentaciones de Satanás (cf. Mc1, 12-13). Siguiendo a su Maestro y Señor, también los cristianos entran espiritualmente en el desierto cuaresmal para afrontar junto con él «el combate contra el espíritu del mal».

La imagen del desierto es una metáfora muy elocuente de la condición humana. El libro del Éxodo narra la experiencia del pueblo de Israel que, habiendo salido de Egipto, peregrinó por el desierto del Sinaí durante cuarenta años antes de llegar a la tierra prometida. A lo largo de aquel largo viaje, los judíos experimentaron toda la fuerza y la insistencia del tentador, que los inducía a perder la confianza en el Señor y a volver atrás; pero, al mismo tiempo, gracias a la mediación de Moisés, aprendieron a escuchar la voz de Dios, que los invitaba a convertirse en su pueblo santo.

Al meditar en esta página bíblica, comprendemos que, para realizar plenamente la vida en la libertad, es preciso superar la prueba que la misma libertad implica, es decir, la tentación. Sólo liberada de la esclavitud de la mentira y del pecado, la persona humana, gracias a la obediencia de la fe, que la abre a la verdad, encuentra el sentido pleno de su existencia y alcanza la paz, el amor y la alegría.

Precisamente por eso, la Cuaresma constituye un tiempo favorable para una atenta revisión de vida en el recogimiento, la oración y la penitencia. Los ejercicios espirituales que, como es costumbre, tendrán lugar desde esta tarde hasta el sábado próximo aquí, en el palacio apostólico, me ayudarán a mí y a mis colaboradores de la Curia romana a entrar más conscientemente en este característico clima cuaresmal.

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