Es la pregunta del hombre de hoy al que se le ha inculcado que todo «depende», bebiendo del relativismo existente.


Es la gran pregunta del escéptico, Pilato, aunque no exenta de búsqueda.

Es la pregunta del hombre de hoy al que se le ha inculcado que todo «depende», bebiendo del relativismo existente.

«Depende»: depende lo útil porque si no sirve, para qué la verdad, «depende» de las ideologías y de las modas del momento; «depende» de la confianza que se tenga en la razón o de su negación… «¡Depende!»

El diálogo -¿o era monólogo?- de Pilato sintetiza las dudas y cuestiones del hombre postmoderno, tan pagado de sí mismo, anclado en el relativismo y desconfiando de la razón para proyectar el peso fuerte en el sentimiento (vitalismo, emotividad, afectividad desordenadísima, impulsos).

¿Y qué es la verdad?

«El dominio requiere un poder; más aún, lo define. Jesús, sin embargo, caracteriza la esencia de su reinado como el testimonio de la verdad. Pero la verdad, ¿es acaso una categoría política? O bien, ¿acaso el «reino» de Jesús nada tiene que ver con la política? Entonces, ¿a qué orden pertenece? Si Jesús basa su concepto de reinado y de reino en la verdad como categoría fundamental, resulta muy comprensible que el pragmático Pilato preguntara: «¿Qué es la verdad?» (18,38).

Es la cuestión que se plantea también en la doctrina moderna del Estado: ¿Puede asumir la política la verdad como categoría para su estructura? ¿O debe dejar la verdad, como dimensión inaccesible, a la subjetividad y tratar más bien de lograr establecer la paz y la justicia con los instrumentos disponibles en el ámbito del poder? Y la política, en vista de la imposibilidad de poder contar con un consenso sobre la verdad y apoyándose en esto, ¿no se convierte acaso en instrumento de ciertas tradiciones que, en realidad, son sólo formas de conservación del poder?

Pero, por otro lado, ¿qué ocurre si la verdad no cuenta nada? ¿Qué justicia será entonces posible? ¿No debe haber quizás criterios comunes que garanticen verdaderamente la justicia para todos, criterios fuera del alcance de las opiniones cambiantes y de las concentraciones de poder? ¿No es cierto que las grandes dictaduras han vivido a causa de la mentira ideológica y que sólo la verdad ha podido llevar a la liberación?

¿Qué es la verdad? La pregunta del pragmático, hecha superficialmente con cierto escepticismo, es una cuestión muy seria, en la cual se juega efectivamente el destino de la humanidad. Entonces, ¿qué es la verdad? ¿La podemos reconocer? ¿Puede entrar a formar parte como criterio en nuestro pensar y querer, tanto en la vida del individuo como en la de la comunidad?

La definición clásica de la filosofía escolástica dice que la verdad es «adaequatio intellectus et rei, adecuación entre el entendimiento y la realidad» (Tomás de Aquino, S. Theol. I, q. 21, 2 c). Si la razón de una persona refleja una cosa tal como es en sí misma, entonces esa persona ha encontrado la verdad. Pero sólo una pequeña parte de lo que realmente existe, no la verdad en toda su grandeza y plenitud.

Con otra afirmación de santo Tomás ya nos acercamos más a las intenciones de Jesús: «La verdad esté en el intelecto de Dios en sentido propio y verdadero, y en primer lugar (primo et proprie); en el intelecto humano, sin embargo, está en sentido propio y derivado (proprie quidem et secundario). Y se llega así finalmente a la fórmula lapidaria: Dios es «ipsa summa et prima veritas, la primera y suma verdad» (S. Theol. I, q. 16, a. 5 c).

Como esta fórmula estamos cerca de lo que Jesús quiere decir cuando habla de la verdad, para cuyo testimonio ha venido al mundo. Verdad y opinión errónea, verdad y mentira, están continuamente mezcladas en el mundo de manera casi inseparable. La verdad, en toda su grandeza y pureza, no aparece. El mundo es «verdadero» en la medida en que refleja a Dios, el sentido de la creación, la Razón eterna de la cual ha surgido. Y se hace tanto más verdadero cuanto más se acerca a Dios. El hombre se hace verdadero, se convierte en sí mismo, si llega a ser conforme a Dios. Entonces alcanza su verdadera naturaleza. Dios es la realidad que da el ser y el sentido» (J. Ratzinger, Jesús de Nazaret, vol. II, pp. 224-226).

La cuestión por la Verdad incide en todo lo que somos, lo que vivimos, en la forma de organizarse la comunidad social y política.

Decir que la verdad es la adecuación del pensamiento humano a la realidad es atenerse a «la fundamental tesis ontológica de la destinación de la potencialidad cognoscitiva a encontrar en la realidad el fundamento constitutivo de su realizarse como verdadero conocimiento, es decir, la fundación de la verdad del conocimiento en la realidad de las cosas».
(Francisco Canals, Sobre la esencia del conocimiento. PPU. Barcelona. 1987. Pág.314).

Y no es equiparar entendimiento y visión, puesto que el intelecto humano, para conocer un ente, produce un concepto inmanente intencionalmente representativo del ente, el verbo mental.

Y no, al decir adecuación «no se significa con ello que sea una copia» de la realidad el pensamiento. Y no, no hay que darle tanta cancha a Heidegger. Ni a «Carlo Barte» (Karl Barth). No nos hace ninguna falta estar en regla con ellos, ni mucho menos demostrar que sus «denuncias» no le alcanzan a santo Tomás, ni pulir nuestras expresiones para evitar que alguien les busque un mal sentido o las quiera tomar a mala parte, como hace ese gran pseudoteólogo y pseudomoralista que es Satanás, el acusador y calumniador.

Dice santo Tomás que lo entendido es primeramente lo que el entendimiento «concibe en sí acerca de la cosa entendida» (De Pot Dei, q. IX, art. 5 in c.).

Y dice que por medio del concepto, o intención entendida, o verbo mental, el entendimiento humano alcanza la cosa; que el concepto del entendimiento es aquello en lo que la cosa es entendida; y que por eso se puede decir, además de que el concepto es entendido, que también es correcto decir que la cosa es entendida, como hace el propio santo Tomás al comienzo de este mismo texto:

«La concepción del entendimiento es media entre el entendimiento y la cosa entendida, porque por medio de ella el entendimiento alcanza la cosa: de aquí que la concepción del entendimiento no es sólo lo que es entendido, sino también aquello por lo que la cosa es entendida, y así puede llamarse lo entendido al concepto y a la cosa misma».
(Santo Tomás de Aquino: De Veritate, q. 4, art. 2, ad 3).

La verdad de las cosas de la naturaleza la piensa y dice el intelecto humano intencionalmente, cuando el pensamiento que concibe y juzga lo hace acertadamente y no erróneamente, sino adecuadamente. Y la de Dios, nada más que análogamente; y nada menos. Y sin destruir el pensamiento activo y manifestativo con ningún tipo de inmediatez naturalista, que ahora, aquí, explícitamente se excluye, sin haberla jamás implicado. La intencionalidad es una aportación clave y esencial, ciertamente, pero no hay que atribuirla a Brentano, como hace nuestro querido García Morente, puesto que Brentano la tomó de santo Tomás de Aquino, del que se nutrió, no sólo en sus inicios, como se empezaba a nutrir García Morente en sus postrimerías, sin haber llegado aún a esta enseñanza de santo Tomás. Puede ser que Brentano contribuyese, relativamente a lo que había, a que se recuperase la intencionalidad perdida desde la crisis de la Baja Edad Media, pero estaba plenamente en la filosofía verdadera, la de santo Tomás de Aquino. Canals insiste una y otra vez en la intencionalidad, con sobrado motivo, en Sobre la esencia del conocimiento.

«Hallamos en santo Tomás de Aquino explícitamente afirmada la emanación de una intentio intellecta totalmente intrínseca en su originación por la misma actualidad inteligible de una sustancia intelectual pura… a esta intentio intellecta la califica santo Tomás como lo propiamente entendido en el inteligente» (Canals, Sobre la esencia del conocimiento, págs. 205-206).

Por el ser como acto podemos explicar como grados de participación en el mismo aquella escala de los seres que es tesis central en santo Tomás, recibida del Pseudo-Dionisio Aeropagita a la vez que del aristotelismo: «el vivir es para los vivientes su ser» (S.Th.Iª Qu.18, artº 2º, sed contra). Así, el ser da razón del vivir, y el vivir, en su grado más perfecto, da razón de la conciencia y del conocimiento en su intencionalidad objetiva infinita. Por eso santo Tomás dice que, considerados en su concepto, dice más perfección el vivir que el saber, aunque el saber constituye el supremo grado de vida (cfr. S.Th.Iª Qu. 5, artº 2º, ad tertium).
(Tesis 29 de las 81 tesis tomistas propuestas por Canals en 2003).

Para comprender qué sea el orden intencional al que Cayetano aludía como «lo que se esforzaba en meter en la cabeza de los que filosofan» (In De anima III, cap. 5), hay que entender, con santo Tomás, que «sentir y entender no son sino cierto ser» (íbid.). El ser intencional, que remedia la finitud entitativa del sujeto (De Ver. Qu. 2, artº 2º, in c.), se constituye como acto que pertenece al sujeto, en la medida en que la no inmersión de la forma en la materia le hace connaturalmente participante de aquella apertura intencional infinita.

Por esto, dijo Aristóteles que «el alma es de algún modo todas las cosas» y que «el entendimiento en acto es lo entendido en acto«. Y Cayetano notaba que «el cognoscente se hace más uno con lo conocido que la materia y la forma en un compuesto, porque la materia nunca es la forma, pero el cognoscente, en el orden del ser intencional, se hace lo conocido» (In Primam Qu. 14, artº 1º). Entitativamente el hombre cognoscente no se hace uno con los entes del universo, pero sí «inteligiblemente». De esto, pretende burlarse Suárez, pero así confiesa que «cómo pueda ser dicho inteligiblemente no lo entiendo» (De Anima, disp. V, Qu. II, nº 4).
(Tesis 36 de las 81 tesis tomistas propuestas por Canals en 2003).

Pero Canals hace notar (en Sobre la esencia del conocimiento, 1987, págs. 241, nota 19, 203, 206, 249, 240, 204, etc.) que en Cayetano interfirió el intuicionismo entitativo, por impacto del intuicionismo escotista, de manera que esta contaminación intuicionista de Cayetano es la fuente de la contaminación intuicionista en el tomismo;
por lo cual excluye la locución intelectual cuando no se requiere por la necesidad de alcanzar un objeto ausente, distante u heterogéneo repecto del sujeto. (Canals, ib. pág, 204).
Mientras que Juan de Santo Tomás patentiza la validez universal del quicumque de santo Tomás frente al malentendido intuicionista de Cayetano (Canals, ib. pág, 242 y ss, etc.).

La escisión entre lo entitativo y lo cognoscible, entre el ser y el pensar, desconoce esta caracterización ontológica del conocimiento como acto, y opera la disolución de la realidadobrada por el idealismo. Sólo desde la caracterización ontológica del orden intencional contenida en la metafísica del espíritu pensante que santo Tomás elabora siguiendo a san Agustín y a Aristóteles, puede la filosofía cristiana no sólo resistir, sino superar vigorosamente la seducción de las metafísicas idealistas.
(Tesis 37 de las 81 tesis tomistas propuestas por Canals en 2003).

Y en cuanto a la «adecuación», hay que decir y aquí se dice con Juan de Santo Tomás:

«Que los bienaventurados no formen verbo [al ver a Dios cara a cara, por don divino], no es por la excelente perfección de su entender…, sino por la improporción e inadecuación del entender mismo creado con el ser entendido que se expresa en el Verbo divino que se hace presente en el entendimiento de los bienaventurados».
(Curs Theol., IV, Disp. 32, a. 4, nº 52. Texto en Canals, Sobre la esencia del conocimiento, 1987, págs. 242 y ss.).

«El hombre no puede ver la esencia divina mediante otra facultad cognoscitiva que no sea el entendimiento. Ahora bien: el entendimiento humano no se convierte a lo sensible sino mediante sus imágenes, mediante las cuales recibe de los objetos sensibles las especies inteligibles y con cuya consideración juzga y dispone de lo sensible. Por eso, en toda operación en la que nuestro entendimiento es abstraído de las imágenes es preciso que sea abstraído de los sentidos. Pero el entendimiento humano, en esta vida, ha de ser abstraído de las imágenes si ve la esencia divina, pues ésta no puede ser vista mediante ninguna imagen, ni siquiera por medio de una especie inteligible creada, puesto que la esencia divina sobrepasa infinitamente no sólo a todos los cuerpos a los que corresponden las imágenes, sino a toda criatura inteligible. Y conviene que, cuando el hombre es elevado a la altísima visión de Dios, toda la intención de la mente se eleve a lo alto, de modo que no entienda nada de estas imágenes, sino que se eleve totalmente a Dios. Por eso es imposible que el hombre, en el estadio de esta vida, vea a Dios en su esencia sin que se dé la abstracción de los sentidos» (SANTO TOMAS, Summa Theologiae, II-II, q. 175, a. 4, in c.).

«La misma mente en cuanto se entiende en acto, concibe en sí misma su verbo, que no es otra cosa más que la misma intención inteligible de la mente, llamada también mente entendida, existente en ella. La cual, por amarse también a sí misma, se produce también a sí misma en la voluntad como objeto amado. Pero no procede más allá dentro de sí sino que se encierra en un círculo, cuando por amor vuelve a la misma sustancia de la que había empezado a proceder mediante la intención entendida, habiendo sin embargo procesión hacia los efectos exteriores cuando por amor de sí tiende a hacer algo» (SANTO TOMAS, Summa conta Gentes, 4, 26).

Así como es evidente que el ente es, así también lo es que «la verdad, universalmente considerada, existe» (S.Th.Iª Qu. 2, artº 1º, ad tertium). La verdad trascendental, que significa formalmente la entidad en cuanto adecuada a ser entendida, sigue, en el orden de nuestros conceptos, al concepto de ente, en el que se funda, pero ha de ser afirmada, a su vez, como fundante del conocimiento intelectual verdadero: la entidad de la cosa precede al concepto de verdad, pero el conocimiento es como un efecto de la verdad. La verdad en el entendimiento que juzga es «manifestativa y declarativa del ser» (De Ver. Qu. 1, artº 1º, in c.).
(Tesis 31 de las 81 tesis tomistas propuestas por Canals en 2003).

El no reconocimiento de la experiencia íntima del yo pensante según su ser hace posible el vaciado «logicista» del yo trascendental en el criticismo kantiano, vaciado del que se generarían las metafísicas idealistas.
(Tesis 44 de las 81 tesis tomistas propuestas por Canals en 2003).

Porque esta experiencia íntima es la “memoria” en acto, memoria en sentido agustiniano de la que se origina la inteligencia, y por la que la facultad sensible de lo singular “por continuidad con la luz del entendimiento agente” forma las imágenes en las que el entendimiento mismo contempla lo singular sensible, es también la facultad en la que se generan las “intentiones insensatae”, es decir, los contenidos de la conciencia que no le son dados en la inmediatez de lo sensible externo.
(Tesis 45 de las 81 tesis tomistas propuestas por Canals en 2003).

Puesto que Santo Tomás afirma que la misma noción de pretérito a que atiende la memoria ha de ser incluida entre tales “intentiones insensatae”, ha de considerarse en el núcleo de la síntesis de Santo Tomás la doctrina de San Agustín sobre la memoria como autoconciencia del espíritu, en la que se realiza el “recuerdo” como presencia de lo pasado y la expectación del futuro como presencia, en la conciencia humana, de lo porvenir.
(Tesis 46 de las 81 tesis tomistas propuestas por Canals en 2003).

En la tesis veinte de las veinticuatro tesis tampoco se alude al capital principio según el cual «lo singular no repugna que sea entendido en cuanto singular, sino en cuanto material, y así, si algo es singular e inmaterial, como el entendimiento mismo, no repugna que sea entendido» (S. Th. Iª Qu. 86, artº 1º, ad tertium). «Así como se entiende a sí mismo nuestro entendimiento aun siendo un entendimiento singular, así también entiende su acto de entender, que es un acto singular existente en el tiempo y pretérito, presente o futuro» (S.Th.Iª  Qu. 79, artº 6º, ad secundum).
(Tesis 47 de las 81 tesis tomistas propuestas por Canals en 2003).

El olvido de esta inteligibilidad, que no ha de caracterizarse como subjetiva, sino más bien como íntima y personal sin la que no se daría, en la vida humana, la amistad y la relación familiar, ni en el conocimiento humano las tradiciones comunes, ni la historia, ni la biografía, ni nada de cuanto constituye el entramado de la vida colectiva a través de los tiempos, ni se recordaría en la vida cristiana a los santos, ni se procedería a su «canonización», distrae nuestra atención del hecho de que santo Tomás la pensase como de tal modo constituida por la posesión del ser, que afirmase que «volver a su esencia no es otra cosa que subsistir algo en sí mismo» (S.Th.Iª Qu. 14, artº 2º, ad primum).
(Tesis 48 de las 81 tesis tomistas propuestas por Canals en 2003).

Desatender a esto es una laguna importante que dejaría sin explicar la pertenencia de la intencionalidad cognoscitiva al ser del hombre, que le hace consciente de sí mismo, y no atendería al arraigo del ser inteligible en el ser del hombre, recibido en una forma no inmersa en la materia como es el alma humana.
(Tesis 49 de las 81 tesis tomistas propuestas por Canals en 2003).

Hay que tener en cuenta lo siguiente:

La verdad está principalmente en el entendimiento del que depende su ser, es la adecuación de las cosas al entendimiento del que dependen. Las cosas naturales no dependen de nuestro entendimiento, sino que su ser depende del entendimiento divino (S. Th. 1, 21, a 2 c; S. Th.1, q 16, a 1 ad 3; S. Th.1, q 16, a 5 ad 2; S. Th. 1ª, q 16, a 6 in c ; S. Th. 1, q 16, a 8, in c).

La verdad es la adecuación del pensamiento humano a la realidad de las cosas naturales, es decir las que tienen su causa en Dios. Porque, como explica santo Tomás de Aquino, el entendimiento que es causa de las cosas, es su regla y medida; pero el entendimiento humano toma su ciencia de las cosas naturales, las que él no ha creado, a diferencia de las artificiales que realiza un artífice; y así, la realidad de las cosas naturales es la regla y medida del entendimiento humano; y por consiguiente la verdad del conocimiento humano sobre las cosas naturales consiste en que el entendimiento humano se adecúe a dichas cosas (ib.).

El hombre con su entendimiento racional, a partir de las cosas que forman parte de la naturaleza que le rodea, puede llegar a conocer y demostrar la existencia de Dios e incluso algunas de las verdades fundamentales sobre Dios, de forma indirecta y no adecuada del todo, ni mucho menos, sino analógica, pero con certeza.
Dios es máximamente cognoscible en Sí, pero no lo es para nosotros. Nuestro entendimiento se halla con relación a Dios como el ojo del murciélago respecto al sol.
(Santo Tomás, Summa contra gentes, libro I , Cap. 3; Aristóteles, II libro de la Metafísica, 993b9-12).

Y explica santo Tomás:

«El entendimiento divino se comporta respecto al ente universal como acto de todo ente, pues en el entendimiento divino, que es la esencia de Dios, originaria y virtualmente preexiste todo ente como en su causa primera, y por eso el entendimiento divino no está en potencia, sino que es acto puro. Pero ningun entendimiento creado puede haberse como acto respecto al ente universal, porque sería necesario que fuese ente infinito».
(S. Th., I, q. 79, art. 2 in c.).

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La definición de la verdad como la adecuación del pensamiento a la realidad presupone la primacía de la realidad de las cosas como lugar, no de la verdad entitativa, sino del ser que tiene verdad, del ser que puede ser dicho, o expresado, o pensado, como lugar del ser que causa la verdad de nuestro conocimiento de las cosas, si nuestro pensamiento (opinio) y su expresión (oratio) manifiestan el ser o no ser de las cosas, porque dice santo Tomás:

«Aunque la verdad de nuestro entendimiento es causada por las cosas, no por esto se encuentra primariamente en ellas la razón de verdad…, el ser de las cosas, y no su verdad, es lo que causa la verdad del entendimiento. De donde dice el Filósofo (en De los Predicamentos, c. 3, nº 22) que el pensamiento (opinio) y su expresión oral (oratio) son verdaderos porque las cosas son, y no porque son verdaderas» (S Th 1, 16, 1 ad 3).

«La verdad de nuestro entendimiento consiste en que se conforme con (a) su principio, a saber, con las cosas, de las cuales recibe el conocimiento. La verdad de las cosas consiste también en su conformidad con su principio, esto es, con el entendimiento divino» (S. Th.1, q 16, a 5 ad 2).

«La verdad está prioritariamente en el entendimiento y secundariamente en las cosas en cuanto se ordenan al entendimiento divino» (S. Th. 1ª, q 16, a 6 resp. y a 1 ad 3).

«Cuando algo se dice unívocamente de muchos, se halla en cada uno de ellos según su razón propia [con propiedad] …, pero cuando algo se dice analógicamente de muchos, aquello se halla según su razón propia sólo en uno de ellos, del cual los otros toman nombre» (S. Th. 1ª, q 16, a 6 resp).

De donde deduce que la verdad está propiamente en el entendimiento, es propiamente la verdad del entendimiento y secundariamente, analógicamente y por denominación derivada está en la cosa, es la verdad de la cosa; pero es en el entendimiento divino en el que está la verdad propiamente y del que deriva la verdad de las cosas:

«La verdad está propiamente sólo en el entendimiento, las cosas se dicen verdaderas por la verdad que hay en algún entendimiento» (S. Th. 1, q 16, a 8, in c).

«Es por la verdad del entendimiento divino por la que se llaman verdaderas las cosas naturales, aquella es absolutamente inmutable» (ib.)

«La verdad de las proposiciones (los enunciados) no es otra que la verdad del entendimiento, pues la proposición (el enunciado) está en el entendimiento y en las palabras. Según está en el entendimiento, tiene verdad por sí. Pero según está en las palabras, se dice verdadera la proposición (el enunciado) según significa alguna verdad del entendimiento; no porque alguna verdad de la proposición (del enunciado) exista como en sujeto (S. Th. 1, 16, 7 c).

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Como dice Canals, la verdad es la adecuación del pensamiento a la realidad de las cosas, sólo en un primer significado de la palabra verdad. En su significado fundamental u originario, la verdad es lo que es. La verdad es una propiedad trascendental del ente. Las cosas, en cuanto que son, son aptas por sí mismas para ser conocidas. Ente verdadero es el ente adecuado a ser conocido. Como propiedad trascendental del ente, la verdad es un concepto análogo: cada ente tiene verdad en la medida de la perfección de su esencia y de su participación en el acto de ser. Y además la verdad tiene su fuente y su causa primera en Dios mismo con analogía de atribución. Dios es el primer analogado en la línea de la verdad trascendental. (F. Canals, Obras completas, tomo 4A, págs. 32-33).
Es obvio que la verdad es la realidad de las cosas. Conocer el hombre la realidad de una cosa es engendrar el verbo mental que expresa lo que la cosa es, la esencia de la cosa.

La verdad es la realidad de las cosas. La verdad trascendental, que significa formalmente la entidad de cada cosa en cuanto adecuada al entendimiento que creó dicha cosa. Y que es fundante del conocimiento intelectual verdadero. Por lo que la verdad en el entendimiento que juzga es «manifestativa y declarativa del ser» (Santo Tomás: De veritate, q. 1, art. 1º).

La verdad de nuestro pensamiento se basa en que las cosas son, se basa en el ser de las cosas, dice santo Tomás. Además dice que las cosas son verdaderas si se adecúan al intelecto del que dependen: las cosas naturales son verdaderas si se adecúan al intelecto de Dios. La verdad de las cosas naturales es su adecuación al intelecto de Dios. La verdad de las cosas artificiales es su adecuación al pensamiento de su artífice. Conocemos las cosas como son si nuestro pensamiento es adecuado a la realidad de las cosas naturales, las que no hemos creado. Adecuación que sólo puede ser propia y plena respecto a las cosas que nuestro entendimiento humano domina, las de la naturaleza que nos rodea. Pero adecuación sólo analógica respecto a lo que podemos pensar, conocer y decir de Dios, con verdad analógica, no del todo inadecuada, aunque obviamente no adecuada.

El hombre con su entendimiento racional, a partir de las cosas que forman parte de la naturaleza que le rodea, puede llegar a conocer y demostrar la existencia de Dios e incluso algunas de las verdades racionales fundamentales sobre Dios, de forma indirecta y no adecuada, pero tampoco del todo inadecuada, sino analógica, pero cierta. El entendimiento humano no puede llegar por sí mismo a conocer verdades sobrenaturales, las que versan sobre la sustancia divina, porque nuestro entendimiento, en esta vida, obtiene su conocimiento de lo sensible, por medio de los sentidos, actuando intelectualmente sobre ello. Las verdades naturales o filosóficas sobre Dios son ciertas, pero limitadas, no adecuadas, pero tampoco del todo inadecuadas, sino analógicas y conocidas indirectamente, pero con certeza.

Dios es máximamente cognoscible en Sí, dice santo Tomás:

“Como Dios es… enteramente inmune de toda potencialidad, se sigue que es máximamente cognoscitivo y máximamente cognoscible, de manera que su naturaleza en tanto que tiene ser realmente, en tanto le compete la razón de cognoscibilidad” (Santo Tomás de Aquino, De Veritate, II, art. 2).

Ya se entiende que lo de que Dios es máximamente cognoscible es en Sí, no respecto a nosotros (quoad nos). Nuestro conocimiento de Dios es analógico, no del todo adecuado, ni tampoco del todo inadecuado, pero es un conocimiento cierto. Nuestro entendimiento se halla con relación a Dios, que es máximamente cognoscible en Sí, como el ojo del murciélago respecto del sol. Ya se entiende, si se quiere entender y no echarlo a mala parte por alguna sinrazón o complejo.

El que lo dijo bien, como siempre, fue santo Tomás de Aquino:

«Ni el católico ni el pagano conocen la naturaleza de Dios, cual en sí misma es; sino que ambos la conocen bajo alguno de los conceptos de causalidad, supereminencia o remoción, según lo dicho antes [S. Th. I q.12, a.12], y por esto mismo, cuando el gentil dice este ídolo es Dios, puede tomar este nombre Dios con el mismo significado que el católico, al decir que ese ídolo no es Dios».
«Ipsam naturam Dei prout in se est, neque Catholicus neque Paganus cognoscit, sed uterque cognoscit eam secundum aliquam rationem causalitatis vel excellentiae vel remotionis, ut supra dictum est. . Et secundum hoc, in eadem significatione accipere potest gentilis hoc nomen Deus, cum dicit idolum est Deus, in qua accipit ipsum Catholicus dicens idolum non est Deus» (S. Th. I, q. 13 a. 10 ad 5).

Por lo cual, dice Canals:

«No es condición previa de la fe que el católico haya de saber adecuadamente lo que es Dios. Porque, qué sea Dios en sí mismo no llega el hombre a saberlo nunca en el orden del conocimiento racional, con una representación positiva y adecuada, sino sólo por una vía de eminencia, remoción y analogía, como causa del mundo creado… Toda metafísica ‘ontoteológica» racionalista conduce lógicamente al panteísmo. Es decir, a la divinización de los elementos del mundo. La razón humana entrevé a Dios como causa creadora del mundo a partir de las cosas creadas, pero no puede formarse representación objetiva adecuada de la naturaleza de Dios en sí misma» (Fco. Canals, Racionalidad humana en la recepción de la fe, conferencia pronunciada en la Semana de la oración de Barcelona en mayo de 1968, publicada en Oración y Teología, 1969. Págs. 19-20).

Y cita allí Canals a mayor abundamiento este otro texto de Santo Tomás de Aquino:

«Sólo entonces conocemos verdaderamente a Dios, cuando creemos que Él está por encima de todo lo que sería posible que el hombre pensara acerca del mismo».
«Tunc enim solum Deum vere cognoscimus quando ipsum esse credimus supra omne id quod de Deo cogitari ab homine possibile est» (Summa contra gentes, libro I , Cap. 5, nº 3).

Este texto dice a continuación:

«Puesto que la substancia divina trasciende el conocimiento natural del hombre, como antes se dijo (en el cap.3). «Porque el hecho de que se proponga como de fe alguna verdad divina trascendente le afirma en el convencimiento de que Dios está por encima de lo que puede pensar.
«Eo quod naturalem hominis cognitionem divina substantia excedit, ut supra ostensum est (cap. 3). Per hoc ergo quod homini de Deo aliqua proponuntur quae rationem excedunt, firmatur in homine opinio quod Deus sit aliquid supra id quod cogitare potest«. (Summa contra gentes, libro I , Cap. 5, nº 3).

Y en ese capítulo 3 de la Summa contra gentes dice Santo Tomás de Aquino que también el entendimiento de los ángeles es inadecuado para conocer a Dios por su actividad intelectual natural:

«Hay ciertas verdades de Dios que sobrepasan la capacidad de la razón humana, como es, por ejemplo, que Dios es uno y trino. Otras hay que pueden ser alcanzadas por la razón natural, como la existencia y la unidad de Dios; las que incluso demostraron los filósofos guiados por la luz natural de la razón.

«Es evidentísima, por otra parte, la existencia de verdades divinas que sobrepasan absolutamente la capacidad de la razón humana… porque el entendimiento humano no puede llegar naturalmente hasta su substancia, ya que el conocimiento en esta vida tiene su origen en los sentidos y, por lo tanto, lo que no cae bajo la actuación del sentido tiene imposibilidad de ser aprehendido por el entendimiento humano, sino en tanto es deducido de lo sensible. Mas los seres sensibles no contienen virtud suficiente para conducirnos a ver en ellos lo que la substancia divina es, pues son efectos inadecuados a la virtud de la causa, aunque llevan al conocimiento de que Dios existe y de otras verdades semejantes pertenecientes al primer principio. Hay, en consecuencia, verdades divinas accesibles a la razón humana, y otras que sobrepasan en absoluto su capacidad.

«La capacidad del entendimiento divino es adecuada a su propia substancia. Conoce perfectamente qué es y todo lo que tiene de inteligible. En cambio, el entendimiento angélico noconoce naturalmente lo que Dios es, porque la misma substancia angélica, camino que a Él conduce, es un efecto inadecuado a la virtualidad de la causa.

«Con esto concuerda la afirmación del Filósofo, cuando afirma que nuestro entendimiento se halla con relación a los primeros principios de los entes, que son clarísimos en la naturaleza, como el ojo del murciélago respecto al sol (Aristóteles: II libro de la Metafísica, 993b9-12. [Como los ojos del murciélago respecto a la luz del día, así se comporta el entendimiento de nuestra alma respecto a las cosa que, por naturaleza, son las más evidentes de todas. Ed. Gredos, año 2000, pág. 110]).

«Y la Sagrada Escritura da también testimonio de esta verdad. En el libro de Job se dice:

«¿Crees tú poder sondear a Dios, llegar al fondo de su omnipotencia?» (Job 11,17)

«Y más adelante:

«Mira: es Dios tan grande, que no le conocemos» (Job 36,26).

«Y en San Pablo:

«Al presente, nuestro conocimiento es imperfectismo» (1 Cor 13,9).

«Por consiguiente, no se ha de rechazar sin más, como falso, todo lo que se afirma de Dios, aunque la razón humana no pueda descubrirlo, como hicieron los maniqueos y muchos infieles».
(Summa contra gentes, libro I , Cap. 3).

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La verdad es la adecuación del pensamiento a la realidad. En el siguiente sentido:

La verdad es la adecuación del pensamiento humano a la realidad de las cosas naturales, es decir las que tienen su causa en Dios. Porque, como explica santo Tomás de Aquino, el entendimiento que es causa de las cosas, es su regla y su medida; pero el entendimiento humano toma su ciencia de las cosas naturales, las que él no ha creado, a diferencia de las artificiales que realiza un artífice; y así, la realidad de las cosas naturales es la regla y la medida del entendimiento humano; y por consiguiente la verdad del conocimiento humano sobre las cosas naturales consiste en que el entendimiento humano se adecúe a dichas cosas.

La verdad [en nuestra mente y en nuestro decir, que es donde está el problema] es la adecuación del pensamiento a la realidad de las cosas naturales, puesto que la verdad en su fundamento originario es obviamente la realidad de las cosas naturales: ya se ha encargado Dios de hacer esa realidad.

Por eso usa santo Tomás de Aquino la definición de Isaac Israelí.
Santo Tomás de Aquino dice que la verdad es la adaequatio rei et intellectus. Adecuación de las cosas a su idea ejemplar en el entendimiento divino (verdad ontológica o trascendental); y adecuación del intelecto humano a la realidad de las cosas naturales (verdad lógica o del conocimiento).

Por consiguiente, no estaba mal decir que la verdad es la adecuación del pensamiento a la realidad. Porque la verdad está principalmente en el entendimiento del que depende su ser, es la adecuación de las cosas al entendimiento del que dependen. Las cosas naturales no dependen de nuestro entendimiento, sino que su ser depende del entendimiento divino.

«La verdad consiste en la adecuación del intelecto y la cosa [adaequatio intellectus et rei], como más arriba queda dicho (S. Th 1, q 16, a 1, ad 3: adaequatio rei et intellectus). Ahora bien, el entendimiento que es causa de las cosas, es asimismo su regla y su medida; mas, respecto al entendimiento que toma su ciencia de ellas, sucede todo lo contrario. Por consiguiente, CUANDO LAS COSAS SON REGLA Y MEDIDA DEL ENTENDIMIENTO, LA VERDAD CONSISTE EN QUE EL ENTENDIMIENTO SE ADECÚE A LA COSA, Y ESTO ES LO QUE SUCEDE EN NOSOTROS; pues de que la cosa sea o no sea, depende que nuestro pensamiento (opinio) y su expresión sea verdadero o falso. Pero cuando el entendimiento es regla o medida de las cosas, la verdad consiste en que las cosas se adecúen al entendimiento; como se dice que el artífice hace una obra verdadera, cuando concuerda con su idea artística (S. Th. 1, 21, 2 c).

«Puesto que lo verdadero reside en el entendimiento en cuanto éste se conforma con la cosa entendida, es necesario que la razón de verdadero se derive del entendimiento a la cosa entendida, para así llamar tambien verdadera a la cosa entendida, según que tiene algún orden al entendimiento».
Ahora bien, la cosa entendida puede tener un orden por esencia o por accidente al entendimiento. Por esencia tiene orden al entendimiento del que depende según su ser; por accidente, al entendimiento por el que es cognoscible… Pero como el juicio de una cosa no se basa en lo que tiene por accidente, sino en lo que tiene por esencia, se sigue que una cosa se dice verdadera en absoluto según el orden al entendimiento del que depende. Por eso las cosas artificiales se dicen verdaderas por su orden a nuestro entendimiento, y así se dice que una casa es verdadera cuando alcanza similitud con la forma que está en la mente del artífice… Y semejantemente, las cosas naturales se dicen verdaderas cuando alcanzan similitud con las especies que están en la mente divina, y así llamamos verdadera piedra a la que tiene la naturaleza propia de la piedra según la preconcibió el entendimiento divino.– Así por tanto, la verdad está principalemte en el entendimiento; secundariamente en las cosas, según que se compara al intelecto como a un principio» (S. Th 1, q 16, a 1, in c.).

«Dice Isaac [Isaelí] en el libro De definitionibus [citado por Avicena en su Metafísica, tr. 1, c.9] que la verdad es la adecuación de la cosa y del entendimiento, adaequatio rei et intellectus» (S. Th 1, q 16, a 2, arg. 2)

«A la naturaleza del intelecto le compete conformarse con las cosas» (S. Th. 99, 1 c).

¿Se puede condenar que alguien diga que la verdad es la adecuación del pensamiento a la realidad? Y, ¿se puede reiterar la condenación para afirmar que la verdad es la adecuación de las cosas al entendimiento? Santo Tomás lo que dice es que eso depende de quién sea el autor de las cosas. Si se trata de la obra de un creador humano como Gaudí, creador genial de la Sagrada Familia, la verdad o el falseamiento y la adulteración de su obra es la adecuación o no de lo realizado a su pensamiento. Y esto sirve para saber si lo realizado en la fachada de la Pasión adultera y falsea la Sagrada Familia de Gaudí: basta comparar las esculturas que se han colocado en la fachada de la Pasión con las que se colocaron bajo la dirección personal de Gaudí en la fachada del Nacimiento y con los dibujos de Gaudí que esbozan esas esculturas de la fachada del Nacimiento.

En cuanto a la verdad del pensamiento humano respecto a las cosas de las que tomamos nuestra ciencia o conocimiento, que es a lo que se refiere obviamente el presente redactor que afirma que la verdad es la adecuación del pensamiento a la realidad, resulta que así es, según explica santo Tomás, porque el hombre no es su creador. El que niega la verdad es, más que agnóstico y ateo negativo, panteísta, ateo positivo, suplantador de Dios como creador, y, como decía Aristóteles, materialista por reducir la realidad a las cosas materiales y negar que exista un entendimiento en acto puro, noesis noéseos, noesis noeseos, que ante todo es su propio ser subsistente en acto puro, creador de todo lo demás.

Y de esto se trata en toda la historia de la filosofía, de negar o no la posibilidad del conocimiento humano de la verdad, negar o no la capacidad del entendimiento para conocer la realidad de lo que hay en la naturaleza incluido el hombre, negar o no incluso la realidad misma de todo ello, para aceptar o no aceptar la realidad de la existencia del que lo ha creado, conocida por la luz de la razón natural a partir de la realidad de las cosas naturales; y encerrarse en el materialismo y en el aparente y contradictorio escepticismo, estéril, aniquilador y dogmático.

En toda la historia de la filosofía se trata de aceptar o no aceptar la realidad y la demostración de la existencia del que ha creado las cosas naturales, conocida por la luz de la razón natural a partir de la realidad de las cosas naturales

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Nuestro entendimiento, a diferencia del divino, tiene que ser informado por las formas de las cosas para entenderlas, explica santo Tomás de Aquino:

«Pensar en sentido propio significa la consideración del entendimiento que conlleva cierta búsqueda o inquisición antes de llegar a la perfecta inteligencia por la certeza de la visión. En este sentido lo toma San Agustín al afirmar en De Trinitate, XV, que el Hijo de Dios no se llama pensamiento de Dios, sino Verbo de Dios. En efecto, nuestro verbo surge solamente cuando el pensamiento llega a saber y es informado por las cosas que conoce. Por eso el Verbo de Dios debe entenderse sin la cogitación, pues en él no hay nada formable y que pueda ser informe. Según eso, pensar se llama propiamente el movimiento de la mente que delibera cuando todavía no ha llegado a la perfección por la visión plena de la verdad. Pero ese movimiento de la mente cuando piensa puede versar, bien sobre las intenciones universales, en cuyo caso pertenece a la parte intelectiva; bien sobre representaciones particulares, lo cual pertenece a la parte sensitiva; de ahí que, en el segundo sentido, pensar es acto de la inteligencia que indaga, y en el tercer sentido, es acto de la facultad cogitativa» (Santo Tomás, Suma Theologiae, IIª-IIae q. 2 a. 1).

«En nuestra mente las formas de las cosas determinadas están sólo en potencia, mientras que en las cosas fuera del alma están en acto; y según esto se afirma en nuestra mente el entendimiento posible, al que compete recibir las formas abstraídas de las cosas sensibles, hechas inteligibles en acto por la luz del entendimiento agente”. (Santo Tomás, Quaestio Disp. De Veritate X, art. 6, c).

“El alma intelectual es ciertamente inmaterial en acto, pero está en potencia respecto a las especies determinadas de las cosas. En cambio, las imágenes, a la inversa: son ciertamente semejanzas actuales de algunas especies, pero son inmateriales en potencia. Por lo cual nada impide que una y la misma alma, en cuanto es inmaterial en acto, tenga cierta virtud por la cual haga cosas inmateriales en acto abstrayendo de las condiciones individuales de la materia (virtud que se llama entendimiento agente) y otra virtud receptiva de tales especies, que se llama entendimiento posible, en cuanto está en potencia para con tales especies” (Santo Tomás, S. Th. I, q. 79, art. 4, ad 4).

“Aunque el ser recibido en una esencia compuesta de principios esenciales sea especificado por éstos, sin embargo, por el hecho de ser especificado no recibe ninguna perfección, sino que más bien se rebaja y desciende a un ser relativo, por cuanto ser hombre o ser ángel no es una perfección en sentido simple.
“Y esto es lo que frecuentísimamente clama Santo Tomás, y los tomistas no quieren oír: que el ser es la actualidad de todas las formas o naturalezas, y que en ninguna cosa se encuentra a modo de recipiente o perfectible, sino a modo de recibido y perfeccionante de aquello en que es recibido; mientras que él, por el mismo hecho de ser recibido, se rebaja y, por así decir, se imperfecciona”.
(Domingo Báñez, Comentario a la Primera parte de la Suma Teológica, In I, q. 3, art. 4).

“El ser mismo es lo más perfecto de todas las cosas; pues se compara con todas a modo de acto. Ya que nada tiene actualidad sino en cuanto que es; por lo que el ser es la actualidad de todas las cosas e incluso de las mismas formas, de modo que no se compara con las otras cosas como el recipiente con lo recibido, sino más bien como lo recibido con el recipiente. Pues, cuando digo el ser del hombre o del caballo o de cualquier otra cosa, este ser se considera como formal y recibido, y no como aquello a lo que compete ser”. (Santo Tomás, S. Th. I, q. 4, art. 1, ad 3).

“Las perfecciones de todas las cosas pertenecen a la perfección del ser; pues una cosa es perfecta en cuanto que tiene el ser en cierta medida” (Santo Tomás, S. Th. I, q. 4, art. 2, ad 2).
Cfr. q. 7, art. 1, c.; q. 8, art. 1, c.; etc.

Y «esto que Santo Tomás clama frecuentísimamente … es el verdadero núcleo de su síntesis metafísica, y lo que da sentido, por ejemplo, a la célebre tesis de la “distinción real” de esencia y existencia» (Canals).

«Entonces, sólo a la luz del concepto de ente, como participante del “ser” (“ser” que es acto y perfección, nunca recipiente y perfectible, y siempre perfectivo y recibido) adquiere, asimismo, su sentido la ontología del conocimiento de Santo Tomás» (Canals).

«La substancia inmaterial finita es, por su misma finitud, potencial en orden a su perfección inteligible. Esta potencialidad exige la inherencia, a modo de “accidentes entitativos”, de los principios formales por los que se hace “otra” y trasciende su propia finitud. Pero el conocer en cuanto tal no consiste en aquella inherencia, sino en la identificación entre el cognoscente y lo conocido. El alma cognoscente “se hace todas las cosas” y su misma naturaleza se enriquece infinitamente por ello con una perfección a la cual su inmaterialidad entitativa la ordena intrínsecamente, porque la inherencia de las formas de las otras cosas sólo puede ser especificativa de la asimilación consciente de lo otro como otro, en cuanto la substancia tenga, en su misma naturaleza, la misteriosa “transparencia” que denominamos intelectualidad; constituida, ontológicamente, por la inmaterialidad misma de la forma» (Canals).

“Algo es inteligible en acto por el hecho de ser inmaterial” (Santo Tomás, S. Th. I, q. 79, art. 3, c.).

Por eso, el entendimento en acto es lo entendido en acto.

Lo inteligible en acto es el entendimiento en acto. En cuanto que lo inteligible se distingue del entendimiento, en cambio, están ambos en potencia” (Santo Tomás, Contra Gentes, I, c. 51).

Si antes ha afirmado Santo Tomás (Contra Gentes, IV, c. 14) la primacía de lo inteligible y entendido, es decir, del ente según su “esencia”, sobre el entendimiento, y que la “verdad”, relación del cognoscente a la cosa conocida, “se funda en el ente”, afirmará ahora, recíprocamente, que la relación de la ciencia con lo escible es consiguiente a la acción del que sabe” (Santo Tomás, Contra Gentes, IV, c. 14).

Antes ha afirmado Santo Tomás que la “verdad”, relación del cognoscente a la cosa conocida, “se funda en el ente

Ahora afirma recíprocamente que “la relación de la ciencia con lo escible es consiguiente a la acción del que sabe” (Santo Tomás, Contra Gentes, IV, c. 14).

«El alma es en cierto modo todas las cosas, pues es apta para conocerlas todas” (Santo Tomás, De Veritate, II, art. 2, c.).

«El mismo “ser” entitativamente limitado por su “esencia” es, sin embargo, infinito en su actualidad manifestativa (Canals).

«El espíritu creado, imagen del “Ser” subsistente y “Luz” subsistente (por el “ser” que posee en sí), no aspira únicamente a la intelección de su propia esencia (a pesar de que es ésta su primer y connatural objeto), ni tampoco a una infinitud “horizontal”, homogénea con su propia naturaleza; la plenitud luminosa de su ser se constituye, como connaturalidad y manifestatividad respecto al ente universal, por la tensión y ordenación radical del ente inmaterial hacia la participación y semejanza del “Ser” infinito y subsistente» (Canals).

La manifestatividad es de la razón misma del entender; por esto la verdad que está, primordialmente, en el entendimiento (S. Th. I, q. 16, art 1; etc.), como término de su acto perfecto, está en él como “manifestativa y declarativa del ser” (Ibid), y se convierte con el ente “como lo manifestativo con lo manifestado” (Ibid).
Para Santo Tomás, la “verdad, manifestativa del ser”, es, en tanto que brota del acto intelectual, el “verbo mental”. Por esto el “verbo mental” (lo “primeramente y por sí entendido”, declarativo del “ser”) nace del entendimiento “como luz de luz”. La formación del verbo mental no es un “movimiento” de la potencia al acto, sino “proceso perfecto de acto a acto, en el que no se requiere otra especie de movimiento” (Op. De natura verbi, c. 1, 4). El verbo (“razón entendida”, “verdad del entendimiento”, etc.) nace del inteligente en acto “como nace un acto de un acto, como el resplandor de la luz” (Santo Tomás, Contra Gentes, IV, c. 14). (Canals).

Santo Tomás, al explicarnos con San Agustín la intelección de la mente por sí misma, que la constituye en imagen de la vida íntima de Dios, nos habla de una participación de la “Verdad inviolable” por la que tienen consistencia absoluta y validez eterna y universal nuestros juicios objetivos. Cuando Santo Tomás dice que el entendimiento juzga de la verdad, no por algunos inteligibles que existan fuera de él mismo, sino por la luz del entendimiento agente que hace los inteligibles, no afirma, la primacía del entendimiento “subjetivo”, sino la primacía de Dios, “Ser subsistente”, “Luz inteligible” que no existe “fuera” de ninguna criatura, sino que está íntimamente presente a todo ente “según el modo en que tiene ser”. Y, así, está presente en la luz inteligible participada que es, en el hombre, el “acto” que manifiesta y declara el ser al expresar la esencia del ente. Luz radicada en lo más íntimo del hombre, como constituida por la actualidad inteligible propia de su mismo ser, el acto que da a cuanto de él participa -entitativa e inteligiblemente- la consistencia y estabilidad de la verdad: “Mientras una cosa tiene ser, es necesario que Dios la asista en cuanto que tiene ser. Pues el ser es lo más íntimo para cada cosa y lo más profundo que hay en ella, ya que es formal respecto de todo lo que hay en la cosa”. (S. Th. I, q. 8, art. 1, in c.)

“Como Dios es… enteramente inmune de toda potencialidad, se sigue que es máximamente cognoscitivo y máximamente cognoscible, de manera que su naturaleza en tanto que tiene ser realmente, en tanto le compete la razón de cognoscibilidad” (Santo Tomás, De Veritate, II, art. 2).

Ya se entiende que lo de que Dios es máximamente cognoscible es en si. No respecto a nosotros (quoad nos). Nuestro conocimiento de Dios es analógico, es un conocimiento cierto, eso sí, pero analógico. Ya se entiende, si se quiere entender y no echarlo a mala parte por alguna sinrazón.

“El ente en potencia es como algo medio entre el puro no ente y el ente en acto”. (Santo Tomás, In Phys. I, lect. 9).

“Volverse hacia la propia esencia no es otra cosa que subsistir la cosa en sí misma. Pues la forma, en cuanto perfecciona la materia dándole el ser, en cierto modo se derrama por ella; en cambio, en cuanto tiene el ser en sí misma, vuelve hacia sí” (S. Th. I, q. 14, art. 2, ad 1).

Este texto afirma la primacía del acto que se da, “en el género de los inteligibles”, en cada una de las substancias intelectuales, y precisamente en razón de su intimidad (Canals).

Canals, La luz del entendimiento agente en la ontología del conocimiento de Santo Tomás de Aquino http://www.riial.org/espacios/sitio/conocimiento.pdf

«Es imprescindible tener presente el texto de Aristóteles, básico al respecto del entendimiento agente, De Anima, III, c. 5». (Canals).

Sellés http://revistas.ucm.es/index.php/ASEM/article/viewFile/40406/38762

Santo Tomás, STh I q 87 art 1, 2, 3, 4 http://es.catholic.net/op/articulos/16462/cat/519/sobre-como-el-alma-se-conoce-a-si-misma-y-como-conoce-lo-que-hay-en-ella.html#modal

Irízar http://www.scielo.org.co/scielo.php?pid=S1794-44492012000100014&script=sci_arttext&tlng=en

http://hjg.com.ar/sumat/a/c87.html

Suma teológica – Parte Ia – Cuestión 85 http://hjg.com.ar/sumat/a/c85.html

Suma teológica – Parte Ia – Cuestión 87 http://hjg.com.ar/sumat/a/c87.html

Entonces podemos decir o expresar las cosas. Y sabemos, conocemos, las cosas. Nuestro verbo surge:

«Nuestro verbo surge solamente cuando el pensamiento llega a saber y es informado por las cosas que conoce«.

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Dice Canals en la 31 de las 81 tesis tomistas que propuso en RIIAL en 2003 [que incluyen las Veinticuatro tesis tomistas de 1914 y las 27 de 2001] y que era la 12 de las 27 tesis tomistas que propuso en 2001 como suplemetarias de las veinticuatro tesis tomistas:

31ª/12ª -«Así como es evidente por sí que el ente es, así también lo es el que la verdad, universalmente considerada, existe» (S. Th. Iª, Qu. 2, artº 1º, III). La verdad trascendental, que significa formalmente la entidad en cuanto adecuada al entendimiento, sigue, en nuestra conceptuación objetiva, al concepto de ente, en el que se funda, pero ha de ser afirmada como fundante del mismo conocimiento intelectual verdadero: «la entidad de la cosa precede al concepto de verdad, pero el conocimiento es como un efecto de la verdad». La verdad en el entendimiento que juzga es «manifestativa y declarativa del ser» (De ver. Qu. 1, artº 1º).

La síntesis filosófica de santo Tomás de Aquino [y 27 tesis tomistas suplementarias] ………….. conferencia del 26 de enero de 2001, CRISTIANDAD nº 839-840, mayo-junio de 2002, pp. 34-41

Algunas tesis características de la síntesis filosófica de Santo Tomás [81 tesis tomistas propuestas por Canals en 2003 en RIIAL, incluyendo las 24 de 1914 y las 27 de 2001]

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Prima ergo comparatio entis ad intellectum est ut ens intellectui concordet: quae quidem concordia adaequatio intellectus et rei dicitur; et in hoc formaliter ratio veri perficitur. Hoc est ergo quod addit verum super ens, scilicet conformitatem, sive adaequationem rei et intellectus; ad quam conformitatem, ut dictum est, sequitur cognitio rei. Sic ergo entitas rei praecedit rationem veritatis, sed cognitio est quidam veritatis effectus. Secundum hoc ergo veritas sive verum tripliciter invenitur diffiniri. Uno modo secundum illud quod praecedit rationem veritatis, et in quo verum fundatur; et sic Augustinus diffinit in Lib. Solil.: verum est id quod est; et Avicenna in sua Metaphysic.: veritas cuiusque rei est proprietas sui esse quod stabilitum est ei; et quidam sic: verum est indivisio esse, et quod est. Alio modo deffinitur secundum id in quo formaliter ratio veri perficitur; et sic dicit Isaac [Liber de deffinitionibus] quod veritas est adaequatio rei et intellectus; et Anselmus in Lib. de veritate [cap. 11]: veritas est rectitudo sola mente perceptibilis. Rectitudo enim ista secundum adaequationem quamdam dicitur, et Philosophus dicit IV Metaphysicae, quod diffinientes verum dicimus cum dicitur esse quod est, aut non esse quod non est. Tertio modo diffinitur verum, secundum effectum consequentem; et sic dicit Hilarius, quod verum est declarativum et manifestativum esse; et Augustinus in Lib. de vera Relig.: veritas est qua ostenditur id quod est; et in eodem libro: veritas est secundum quam de inferioribus iudicamus (Santo Tomás: De veritate, q. 1, art. 1º, c).

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«La verdad consiste en la conformidad del entendimiento o de la palabra con la cosa«.

«Veritas consistit in commesuratione intellectus vel sermonis ad rem».
(Santo Tomás, Suma contra los gentiles, III, c. 139).

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