Se llaman hijas de la lujuria la ceguera de la mente, la inconsideración, la precipitación, la inconstancia, el amor propio, el odio a Dios, el amor al siglo presente y el horror del futuro.


Es lógico que por la lujuria se desordenen las fuerzas superiores, la razón y la voluntad

Cuando las potencias inferiores son arrastradas vehementemente a sus objetos, resulta que las fuerzas superiores son obstruidas y desordenadas en sus actos; y pues por el vicio de la lujuria el apetito inferior concupiscible tiende vehementemente a su objeto, que es lo deleitable a causa de la vehemencia de la pasión y del deleite; es lógico que por la lujuria se desordenen las fuerzas superiores, la razón y la voluntad.

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En la práctica se distinguen cuatro actos de la razón:

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1º) La simple inteligencia que ve un fin como bueno, y este acto es impedido por la lujuria, según aquello: La hermosura te engañó, y la concupiscencia trastornó tu corazón (Dan 13, 56); y por esto se pone la ceguedad de la mente.

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2º) El consejo sobre lo que se debe hacer a causa del fin, y este acto es impedido también por la concupiscencia de la lujuria. Por eso dice Terencio, hablando del amor voluptuoso: «Ésta es una cosa que no tiene consejo ni medida, y no puedes regirla por el consejo»; a esto se alude con la palabra precipitación, que importa substracción de consejo.

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3º) El juicio sobre lo que se debe hacer, y éste también es impedido por la lujuria, pues se dice en Daniel acerca de los ancianos lujuriosos: Perdieron el juicio… para no acordarse de los juicios justos (XIII, 9); y a esto pertenece la inconsideración.

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4º) El precepto de la razón sobre lo que se debe hacer, el cual también es obstruido por la lujuria, en cuanto el hombre, por el ímpetu de la concupiscencia, se desvía de ejecutar lo que había determinado hacer, lo cual se ha llamado inconstancia; por tal razón Terencio dice de cierto sujeto que prometía que se iba a retirar de su amiga: «Estas palabras las extinguirá una falsa lagrimilla”.

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Mas por parte de la voluntad se cometen dos actos desordenados, uno de los cuales es el apetito del fin, por lo que se pone amor propio, es decir, por la delectación que se apetece desordenadamente, y por oposición se pone el odio a Dios, puesto que prohíbe el deleite apetecido.

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El otro es el apetito de las cosas que conducen al fin; y en cuanto a esto se pone el afecto del siglo presente, en el que alguno quiere gozar del deleite; a éste se le opone la desesperación de la vida futura, pues embargado con exceso por los deleites carnales, no se cuida de llegar a los espirituales, antes bien le fastidian.

 

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