«Trata de llegar en seguida a un acuerdo con tu adversario…»


“Si al presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda ante el altar, ve a reconciliarte con tu hermano, y sólo entonces vuelve a presentar tu ofrenda. Trata de llegar en seguida a un acuerdo con tu adversario, mientras vas caminando con él, no sea que el adversario te entregue al juez, y el juez al guardia, y te pongan preso. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo.”   (San Mateo, 5, 23-26)

De los Sermones de San Agustín (Domini 1, 10-11)

Si lo que aquí se dice se toma al pie de la letra, acaso crea alguno que esto conviene hacerlo así, no puede dilatarse la reconciliación por mucho tiempo si el hermano está presente, puesto que se nos manda dejar la ofrenda delante del altar; mas si está ausente y (lo que puede suceder también) al otro lado del mar, es un absurdo el creer que debe dejar su ofrenda delante del altar y recorrer las tierras y los mares antes de ofrecerla al Señor. Por ello se nos manda recogernos en el interior y pensar espiritualmente, para que pueda entenderse aquello que se dice, sin incurrir en absurdos. Por altar debemos entender, espiritualmente hablando, la fe. La ofrenda que ofrecemos al Señor, ya sea por medio de la enseñanza, ya por medio de la oración, o ya por cualquier otro concepto, no puede ser aceptable delante de Dios si no va adornada con la fe. Si, pues, hemos ofendido a nuestro hermano en alguna cosa, debemos ir a reconciliarnos con él, no con los pies del cuerpo, sino con los movimientos del alma, prostrándonos ante el hermano con afectos de humildad, en presencia de Aquel a quien vamos a ofrecer. Y así, como si estuviese presente, podremos calmarlo, no con ánimo afectado, sino pidiéndole perdón y al volver, esto es, renovando la intención de lo que habíamos empezado a hacer, ofreceremos nuestra ofrenda.

Si pensamos quién sea nuestro adversario, con quien se nos manda ser benévolos, deberemos creer que es, o el diablo, o el hombre, o la carne, o Dios, o su ley. El diablo no me parece que sea aquel con quien se nos manda ser benévolos o estar en amistad. Donde hay benevolencia allí hay amistad, y nadie puede mandarnos que tengamos amistad con el diablo. Ni tampoco conviene estar conforme con él, puesto que hemos renunciado a su trato y le hemos declarado la guerra. Ni tampoco debemos consentir con él, porque el haber estado conformes con él alguna vez, ha hecho que caigamos en tantas miserias.

 Lo que se nos manda es estar unidos a Dios, de quien nos hemos separado pecando, y que desde entonces resulta nuestro adversario resistiéndonos, según estas palabras: «Dios resiste a los soberbios». Todo aquél, pues, que no se reconciliare con Dios en esta vida por medio de la muerte de su Hijo, será entregado por El al juez, esto es, al Hijo, a quien el Padre ha dado todo juicio. ¿Mas cómo puede decirse rectamente que el hombre se halla en el camino con Dios, sino porque Dios está en todas partes? Y si no se quiere decir que Dios, presente en todas partes, esté con los impíos, así como no decimos que los ciegos estén con la luz que los baña.

 Sólo resta aquí que comprendamos como adversario al precepto de Dios, opuesto a los que quieren pecar, y que nos ha sido dado en esta vida para que nos dirija en el camino. Una vez conocido, debemos asentir a él prontamente (leyendo, oyendo, asintiendo a su autoridad suprema), no aborreciéndole, porque es opuesto a nuestros pecados, sino amándolo porque nos corrige. No desechándolo por oscuro, sino orando para comprenderlo.

Entiendo que ese juez es Cristo, porque «el Padre dio todo juicio al Hijo» (Mt 4,11). Por ese ministro entiendo el ángel: «Y los Angeles, dice, le servirán». Y, en efecto, creemos que vendrá a juzgar con sus ángeles, por lo cual añade: «El juez te entregará al ministro».

Entiendo por cárcel las penas de las tinieblas, y para que ninguno desprecie esta cárcel, añade: «En verdad te digo que no saldrás de esa cárcel hasta que no pagues el último cuadrante».

Esta expresión se pone aquí para significar que nada se deja sin castigo. Así como decimos de una cosa, exigida con rigor, que se la ha exprimido hasta lo último. O se significan, con el nombre de novísimo cuadrante, los pecados terrenos, puesto que la tierra es el cuarto ( novísimo o último) de los elementos. La palabra pagar significa la pena eterna, y la manera de expresarse hasta que, debe tomarse en el mismo sentido que esta otra frase: «Siéntate a mi derecha hasta que ponga a tus enemigos bajo tus pies» ( Sal 109,1). Es claro que su reino no terminará cuando someta a sus enemigos y así debe entenderse aquí: «No saldrás de ahí hasta que no pagues el último cuadrante», como si dijera que nunca saldrá de allí, porque pagará siempre el último cuadrante mientras duren las penas eternas, debidas a los pecados de su vida.