La Santa Sede pidió a la comunidad internacional que establezca un tratado internacional para acabar con las bombas de fragmentación, también conocidas como “bombas de racimo”, por sus desproporcionadas consecuencias en los seres humanos. La petición fue presentada por el Arzobispo Silvano Maria Tomasi, Observador Permanente de la Santa Sede ante la Oficina de las Naciones Unidas en Ginebra, durante su participación en la sesión del grupo de expertos gubernamentales de los Estados que apoyan la Convención sobre la prohibición o limitación del uso de algunas armas convencionales que pueden producir efectos traumáticos o indiscriminados, celebrada en Suiza, del 2 al 12 de agosto. El Arzobispo Tomasi, señaló que “son miles los muertos, heridos, discapacitados y víctimas de las bombas de fragmentación”, y denunció que la utilización de este tipo de armas plantea “un problema humanitario grave y desproporcionado con respecto a las ventajas militares”. “Las bombas al caer esparcen en un vasto territorio bombas más pequeñas que con frecuencia no estallan, pero que tienen consecuencias posteriores contra niños o campesinos que encuentran estas bombas”, aclaró. La Santa Sede consideró que “son más que necesarias las consultas en este terreno y que deberían entablarse sin demora, con la participación de los Estados, las organizaciones no gubernamentales, las Naciones Unidas, el Comité Internacional de la Cruz Roja, y de todos los que están implicados en la acción de desactivación de minas”. “La comunidad internacional no puede y no debería contentarse con contar las víctimas y las consecuencias de estas armas”, dijo el Prelado.

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