Al celebrar una fecha, tenemos en mente homenajear a alguien, o traer a la memoria un acontecimiento concreto. Infelizmente, la festividad solemne del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo viene siendo celebrada por muchos, sin que se tenga presente su verdadero sentido.

Con frecuencia, el aniversario de esta solemnidad instituida por la Iglesia en todas partes del mundo, es la menos recordada en las fiestas del 24 y 25 de diciembre. Al contrario, en muchos lugares Jesús es completamente olvidado, a veces despreciado, y hasta ofendido. Por ello, y otras sublimes razones, conviene a los cristianos tener profundo conocimiento de las diversas fechas que la liturgia de la Iglesia exalta, entre ellas, esta que celebra el nacimiento del Verbo Encarnado.

Jesús, nombre dado por el ángel Gabriel al anunciar a María Santísima que ella concebiría al Hijo de Dios, expresa al mismo tiempo la identidad y la misión de aquel que vendría. En hebraico quiere decir «Dios salva». Jesús viene a la tierra para salvar a los hombres del pecado.
¿Por qué Jesús es también llamado Cristo? El Catecismo de la Iglesia nos responde: «Cristo» en griego, «Mesías» en hebraico, significa «ungido». Jesús es el Cristo porque es consagrado por Dios, ungido por el Espíritu Santo para la misión redentora. Él es el Mesías esperado por Israel, enviado al mundo por el Padre. Jesús aceptó el título de Mesías, precisando, sin embargo, su sentido: «descendido del cielo» (Jn. 3, 13), crucificado y después resucitado, Él es el Siervo Sufridor «que da su vida en rescate de muchos» (Mt 20, 28). Del nombre Cristo es que vino a nosotros el nombre de cristianos.

Jesucristo, a quien conmemoramos el nacimiento en la Navidad, es el Hijo de Dios que se Encarnó en el seno de la Virgen María, por obra del Espíritu Santo. Él es inseparablemente verdadero Dios y verdadero Hombre en la unidad de su Persona divina. Él se hizo verdaderamente nuestro hermano, sin dejar de ser Dios, Nuestro Señor.
Los hombres fueron creados para tener, como última finalidad, la eterna bienaventuranza, la convivencia con Dios cara a cara para todo y siempre. El propio Dios, al crear al hombre, inscribe en su corazón el deseo de verlo.
Con todo, el hombre, dejó que se apagase en su corazón la confianza en relación a su Creador y lo desobedeció. En esta desobediencia a Dios, denominada pecado, el hombre coloca su corazón en las cosas temporales en detrimento de Dios, pierde la gracia y la santidad, y, por lo tanto, la herencia que le es reservada, impidiendo así la convivencia con Dios, para lo cual todos son llamados.
La Navidad es la conmemoración de la venida de Aquel que redime y salva a los hombres del pecado, convocándolos para su Iglesia y tornándolos hijos adoptivos de Dios. Y tal como un hijo recibe una herencia de su padre, también los hombres son por la Encarnación elevados a la dignidad de hijos de Dios y de herederos del Cielo.
Una vez conocido lo que se conmemora en este tempo litúrgico, y algunas consecuencias de su venida a la tierra, llenémonos de santo júbilo en esta celebración. Sigamos las palabras de Benedicto XVI, Papa felizmente reinante, al conducir nuestro estado de espíritu a la fiesta que se aproxima, con la alegría de la cual María Santísima nos dio ejemplo.
La alegría por el hecho de que Dios se hizo Niño. Esta alegría, invisiblemente presente en nosotros, nos estimula a caminar con confianza. Modelo y ayuda de este íntimo júbilo es la Virgen María, por medio de la cual nos fue ofrecido el Niño Jesús. Que Ella, discípula fiel de su Hijo, nos conceda la gracia de vivir, este tiempo litúrgico, vigilantes y diligentes en esperanza.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *