En el siglo de la Reforma, la Iglesia católica parecía en realidad casi acabada. Parecía triunfar la corriente, que afirmaba: ahora la Iglesia de Roma se ha acabado. (Benedicto XVI)

La gente tiene sed

La gente tiene sed. Y trata de apagar esta sed con diversas diversiones. Pero comprende bien que esas diversiones no son el «agua viva» que necesitamos. El Señor es la fuente del «agua viva». Pero en el capítulo 7 de san Juan nos dice que todo el que cree se convierte en una «fuente», porque ha bebido de Cristo. Y esta «agua viva» (v. 38) se transforma en nosotros en agua que brota, en una fuente para los demás. 

Así, tratemos de beberla en la oración, en la celebración de la santa misa, en la lectura; tratemos de beber de esta fuente para que se convierta en fuente en nosotros, y podamos responder mejor a la sed de la gente de hoy, teniendo en nosotros el «agua viva», teniendo la realidad divina, la realidad del Señor Jesús, que se encarnó. Así podremos responder mejor a las necesidades de nuestra gente.                                            

Esto por lo que se refiere a la primera pregunta: ¿Qué podemos hacer? Hagamos siempre todo lo posible en favor de la gente —en las otras preguntas tendremos la posibilidad de volver a este punto— y vivamos con el Señor para poder responder a la verdadera sed de la gente. 

Su segunda pregunta era: ¿Tenemos esperanza para esta diócesis, para esta porción de pueblo de Dios que es la diócesis de Albano y para la Iglesia? Respondo sin dudarlo: sí. Naturalmente, tenemos esperanza: la Iglesia está viva. Tenemos dos mil años de historia de la Iglesia, con tantos sufrimientos, incluso con tantos fracasos. Pensemos en la Iglesia en Asia menor, la grande y floreciente Iglesia de África del norte, que con la invasión musulmana desapareció. Por tanto, porciones de Iglesia pueden desaparecer realmente, como dice san Juan en el Apocalipsis, o el Señor a través de san Juan: «Si no te arrepientes, iré donde ti y cambiaré de su lugar tu candelero» (Ap 2, 5). Pero, por otra parte, vemos cómo entre tantas crisis la Iglesia ha resurgido con nueva juventud, con nueva lozanía. 

En el siglo de la Reforma, la Iglesia católica parecía en realidad casi acabada. Parecía triunfar esa nueva corriente, que afirmaba: ahora la Iglesia de Roma se ha acabado. Y vemos que con los grandes santos, como Ignacio de Loyola, Teresa de Ávila, Carlos Borromeo, y otros, la Iglesia resurgió. Encontró en el concilio de Trento una nueva actualización y una revitalización de su doctrina. Y revivió con gran vitalidad. Lo vemos también en el tiempo de la Ilustración, en el que Voltaire dijo: «Por fin se ha acabado esta antigua Iglesia, vive la humanidad». Y ¿qué sucedió, en cambio? La Iglesia se renovó. En el siglo XIX florecieron grandes santos, hubo una nueva vitalidad con tantas congregaciones religiosas: la fe es más fuerte que todas las corrientes que van y vienen. 

Lo mismo sucedió en el siglo pasado. Hitler dijo en cierta ocasión: «La Providencia me ha llamado a mí, un católico, para acabar con el catolicismo. Sólo un católico puede destruir el catolicismo». Estaba seguro de contar con todos los medios para destruir por fin al catolicismo. Igualmente la gran corriente marxista estaba segura de realizar la revisión científica del mundo y de abrir las puertas al futuro: «la Iglesia está llegando a su fin, está acabada». Pero la Iglesia es más fuerte, según las palabras de Cristo. Es la vida de Cristo la que vence en su Iglesia. 

También en tiempos difíciles, cuando faltan las vocaciones, la palabra del Señor permanece para siempre. Y, como dice el Señor mismo, el que construye su vida sobre esta «roca» de la palabra de Cristo, construye bien. Por eso, podemos tener confianza. Vemos también en nuestro tiempo nuevas iniciativas de fe. Vemos que en África la Iglesia, a pesar de todos sus problemas, tiene una gran floración de vocaciones que estimula. Y así, con todas las diversidades del panorama histórico de hoy, vemos —y no sólo, creemos— que las palabras del Señor son espíritu y vida, son palabras de vida eterna. San Pedro, como escuchamos el domingo pasado en el evangelio, dijo: «Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros hemos creído y conocido que tú eres el santo de Dios» (Jn 6, 69). Y viendo a la Iglesia de hoy; viendo la vitalidad de la Iglesia, a pesar de todos sus sufrimientos, podemos decir también nosotros: hemos creído y conocido que tú tienes palabras de vida eterna y, por tanto, una esperanza que no defrauda. 

(ENCUENTRO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI, CON LOS SACERDOTES DE LA DIÓCESIS DE ALBANO)