El arzobispo Celestino Migliore, observador permanente de la Santa Sede ante las Naciones Unidas, tomó parte ayer en la LIX sesión de las Asamblea General de Naciones Unidas (Nueva York) que, en la resolución 59/26, declaró los días 8 y 9 de mayo jornadas oficiales del recuerdo y la reconciliación para conmemorar el sesenta aniversario del final de la Segunda Guerra Mundial. «No cabe duda -dijo el nuncio- que se trató de un terrible conflicto y que es a la vez saludable y juicioso recordar que fue la peor de las diversas catástrofes mundiales desencadenadas por el hombre que hicieron del siglo XX uno de los más amargos conocidos por la humanidad. (…) La responsabilidad ante catástrofes como aquellas nos exige algunas consideraciones». «En primer lugar, una de las causas de la Segunda Guerra Mundial fue la exaltación del estado y de la raza y la orgullosa autosuficiencia de la humanidad basada en la manipulación de la ciencia, la tecnología y la fuerza. El imperio de la ley ya no era un vehículo para la aplicación de la justicia. (…) En segundo lugar, incluso aceptando que, en algunas circunstancias, el uso de la fuerza, limitado y estrictamente condicionado, podría ser inevitable para cumplir la responsabilidad de proteger a todos los estados y a la comunidad internacional, (…) no habría que ahorrar esfuerzo alguno para llegar a soluciones pacíficas». «El reconocimiento de la naturaleza trágica y devastadora de la guerra (…) nos urge a poner en tela de juicio no solo si la guerra puede ser legal y legítima sino ante todo si se puede evitar». «En tercer lugar -prosiguió el arzobispo-, ha llegado la hora de analizar un tercer aspecto del derecho de guerra: cómo llegar con prontitud y eficacia al establecimiento de una paz justa y duradera. Por eso, los instrumentos legales internacionales ya existentes que abarcan la conducta y las actividades post-bélicas necesitan reforzarse y ampliarse (…) teniendo también en consideración los parámetros éticos alcanzados por la conciencia y la sensibilidad modernas, como la reconciliación». «En cuarto lugar -concluyó-, en los últimos tiempos se ha puesto el acento en el papel de las Naciones Unidas como constructora de paz. (…) La Santa Sede (…) expresa una vez más su pleno apoyo a la creación de una comisión intergubernamental de construcción de paz».

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